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Crítica:Octavos de final de la Copa del Rey, partidos de ida | FÚTBOL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Rivaldo finiquita a la Gimnástica

El equipo cántabro igualó en juego al Barça, pero no pudo con el delantero brasileño

¿Cómo se cura la humildad, en un campo atiborrado, un equipo crecido y un terreno de juego embarrado, donde uno no tiene nada que perder y otro casi nada que ganar?. ¿Cómo recupera la ilusión un equipo de profesionales de alto copete ante un colectivo de futbolistas que han hecho de la ilusión su tesoro y su argumento -no el único- del partido?. No es fácil. Casi nadie ha encontrado el manual de psicología deportiva que aplicado a rajatabla responda a estas preguntas satisfactoriamente. El Barça no le perdió la cara al partido, pero tampoco se la encontró para hacer el fútbol que pretendía y apenas susurró un asomo de sus posibilidades teóricas.

Algo tuvo que ver el Torrelavega, un equipo bien organizado, sensato en su estructura y que limitó su ataque de nervios a los diez primeros minutos. Superados tres saques de esquina consecutivos, donde tembló con la ingenuidad de la modestia, decidió tutear al rival que añoraba y reducir la jerarquía a un aspecto puramente formal. Un muchacho alto, fornido, soportando con gallardía el diez de las estrellas a la espalda, de nombre Diego Camacho y proveniente del fútbol gallego, decidió que el centro del campo era su condado y se merendó de un plumazo a Xavi y Petit.

El balón era del Barça, pero el campo del Torrelavega. El primero exhibía mayor criterio con lo redondo y la Gimnástica con lo cuadrado. Todo bien repartido. Oportunidades, pocas que anotar. Las del conjunto azulgrana desde fuera del área en disparos de Dani y Alfonso o a balón parado en jugadas de estrategia; las de la Gimnástica, más elaboradas, por su estado de necesidad. Al borde del descanso, el equipo de Carrete decidió enseñar sus credenciales a una defensa que había vivido sin más sobresaltos que la delgada frontera en la que habita Chili, al borde del fuera de juego: Camacho robó su enésimo balón, se lo entregó, como siempre, en ventaja a Geli, y éste se lo puso en la cabeza a Bermejo que lo envió al lado del poste.

A Serra Ferrer se le encendió la alarma y en el descanso decidió tirar de Rivaldo, en detrimento de Simao, más aparatoso que efectivo. No es que fuera un campo, ni un partido, ni un ejercicio apropiado para el jugador brasileño, pero siempre se puede apelar a su pierna izquierda para desatascar cualquier situación comprometida. Una falta o una finta pueden ser suficientes para salir airoso de un trance desagradable.

Y como la imagen cuenta, Serra Ferrer no sólo apeló a Rivaldo, sino que adelantó a Petit y con él a todo el equipo. El partido se rompió. Se hizo más largo, más emotivo. El Barça se hizo más dueño del balón, Camacho de su zancada y Rivaldo de su nombre. En su primera incursión, sólo le pudo frenar el barro. Ateca, un buen central, ya vivió peor desde entonces. Era lo lógico. El resto lo hizo el declive físico del Torrelavega. Todo se puso a merced del Barça.

El Barça afrontó la cura de humildad con un cierto decoro. Quiso jugar, pero no era fácil; quiso ganar y sólo pudo hacerlo al final, cuando Rivaldo resolvió su tercera pelea con el barro y disparó con la misma rabia que un minuto antes había empleado para derribar a Juanjo en una acción que le costó la amarilla. Todo lo hizo Rivaldo, aunque en el gol contó con la colaboración de Overmars, al que también apeló Serra Ferrer para resolver el entuerto.

Rivaldo también resultó apropiado para un partido enredado y poco agradecido. Quizás la cura de humildad resida en el gusto por jugar bien, donde sea y pase lo que pase. A la Gimnástica le queda el consuelo de que quizá no le ganó el Barça, sino Rivaldo. Un honor.

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