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Columna
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Machadas

Se me ocurren muchas formas de fastidiar la entrada en el Tercer Milenio, pero ninguna más hortera que insistiendo en esa aventura para pijos con marcas llamada Rally París-Dakar. Independientemente del hecho (que tiene narices) de que este año pretende pasar los tóxicos de sus tubos de escape por el mismísimo rostro de la dignidad del pueblo saharaui, la carrera de marras siempre ha sido un exponente del ideario poscolonial motorizado, y, en lo que a mí respecta, me encantaría que un grupo de habitantes del desierto, hasta las narices de que les atufen el medio ambiente y les atruenen los oídos, se dedicara a pincharles las ruedas a los bólidos y partirles el trasero a sus conductores, o viceversa.

Decía el martes Josep Ramoneda en este periódico, para definir qué es el progreso, que sería 'aquello que, desde el respeto al individuo, pone freno a la tendencia espontánea al abuso de poder'. Bueno, pues yo creo que un gran avance para todos sería una ley que prohibiera el París-Dakar. Puede que a los deportistas -y sobre todo a quienes mantienen que el deporte está por encima de la política- semejante medida les pareciera un abuso de poder. En mi opinión, sería un uso legítimo de la necesidad de todos al progreso a poner trabas a los abusos.

A mí me gustaría que fuera un delito transitar a toda castaña por un continente del que hemos expoliado los recursos naturales, cuyos habitantes no pueden ni siquiera abandonarlo cruzando el Estrecho haciendo los mil metros mariposa. A mí me gustaría, insisto, que semejante barbarie hiciera comparecer a sus organizadores ante el Tribunal de La Haya y condenara a sus participantes a varios años de trabajo gratuito en, pongamos, las orillas del Níger a las afueras de Dakar, en donde los lugareños se tienen que ganar la vida fabricando ladrillos con la arena, a mano.

Por seguir citando a Ramoneda, desde la perspectiva del progreso, 'el siglo ha sido contradictorio'. Y no parece que el entrante corrija la tendencia: aunque gastemos presupuesto en correr a salvar a los esquiadores que se pierden en el Norte, lo cual tranquiliza, ello no impedirá que sigamos enviando a nuestros primogénitos al Sur a hacer machadas. Lo cual estremece.

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