'Acabé andando entre las copas de los pinos'
Varios alpinistas relatan cómo lograron escapar de la furia de la tormenta
Debieron ser momentos espeluznantes. Los testimonios de otros montañeros que se vieron sorprendidos por la misma tormenta el sábado revelan que los montañeros desaparecidos debieron vivir un infierno. Josep Maria Vilà, el único superviviente del grupo, aún sumido en un choque emocional, explicó ayer que la tormenta llegó de repente con una virulencia inusitada. El grupo logró esquivar un primer alud de nieve, pero el tiempo empeoraba por momentos. Él se adelantó para buscar ayuda. No recuerda en qué punto ya no pudo avanzar más. Ayer, aún muy desorientado, se recuperaba de congelaciones en pies y rodillas.
'Ni en los Alpes ni el Himalaya he visto jamás levantarse tan rápidamente y con tal violencia una tormenta', aseguraba desde el hospital de la Vall d'Hebron Enric Llàtzer, un experimentado alpinista de 32 años a quien la impresionante tempestad sorprendió en la cima del pico Gra de Fajol Gran (2.708 metros), en la comarca del Ripollès, donde el sábado murió un matrimonio de Molins de Rei. Llàtzer se entrenaba para escalar el Aconcagua (6.959 metros), el pico más alto de América: 'El viento era tan violento que teníamos que anclarnos en el suelo con el piolet', recuerda. Pedazos de hielo se estampaban contra su casco, que contribuyó a salvar su vida y la de su compañero de excursión. 'La niebla y la nieve eran tan intensas que no podía distinguir ni mis botas, que eran amarillas. Cuando las ráfagas de viento se hacían insoportables nos arrojábamos al suelo, pero al levantarnos no sabíamos en qué dirección caminábamos. Caíamos una y otra vez. Avanzábamos como borrachos, completamente atontados. El viento nos zarandeaba como si fuéramos muñecos'.
'La niebla y la nieve eran tan intensas que no podía distinguir ni mis botas, que eran amarillas'
En ese momento soplaban vientos de 180 kilómetros por hora capaces de derribar al montañero más experimentado. La falta de visibilidad y la sensación de frío paralizaba por completo las extremidades. En pocos minutos las temperaturas descendieron hasta los 20º bajo cero. Pero con un viento tan virulento, la temperatura de sensación suele doblar la real y la percepción del frío se hace tan intensa y punzante que acaba noqueando los sentidos.
Llàtzer, separado por la furia de la tempestad de su compañero, decidió cavar un agujero en la nieve para cobijarse y dormir al raso, pero al poco el viento rasgó la manta térmica con la que se protegía y los temblores se hicieron insoportables. Decidió entonces hacer acopio de voluntad y avanzar como fuera. Era esencial no rendirse a la fatiga. Anduvo a ciegas, al límite de sus fuerzas. Cree que le salvó el pluviómetro. El aparato le permitió orientarse hasta el refugio en un terreno que conocía bien. Llegó exhausto. Cuando recuperó la conciencia, lo que vio fueron los tubos que le habían colocado en el hospital. Tenía congelados todos los dedos de las manos y seis de los pies.
Josep Perpinyà, un vecino de la zona y buen conocedor de la sierra de Balandrau, estaba también en la montaña aquella fatídica tarde. Había salido con un amigo a caminar con raquetas de nieve. 'No hacía mal día y tampoco queríamos hacer una gran travesía. Sólo probar las raquetas', explicaba en su casa de Pardines. Sus planes se truncaron apenas 15 minutos después de empezar la caminata. Estaban aún muy cerca del coche, pero ya no estuvieron a tiempo de volver: 'El viento nos arrojaba piedras y trozos de hielo del tamaño de un puño. Temimos quedar desnucados y por ello excavamos huecos en la nieve para resguardar nuestras cabezas'. Así permanecieron más de una hora. Pero el frío se hacía insoportable. Se congelaban. De modo que decidieron abandonar el improvisado refugio y emprender un desesperado descenso. Primero salió su compañero. Él se quedó unos minutos más. Cuando finalmente se dispuso a bajar, el viento le arrebató un palo de esquí y un guante mientras intentaba limpiarse las gafas.
'Los dedos se me empezaron a congelar, así que decidí bajar como fuera'. Con la mano dentro de los pantalones y sin parar de mover los dedos comenzó a caminar. Ya era de noche. 'Era tanta la nieve acumulada que acabé andando entre las copas de los pinos'. Su compañero llegó al pueblo y dio la alarma. Josep Perpinyà llegó a casa, completamente extenuado, cuando los vecinos ya se disponían a salir en su busca.
También Marc Pons, otro de los montañeros que se encontraba en la zona, había planeado una excursión sencilla y rápida. 'Siempre veíamos el refugio de Coma de Vaca abajo. Era un buen punto de referencia', explicaba en una entrevista televisiva. 'De repente comenzó un viento fortísimo que empezó levantando la nieve y luego placas de hielo. No veíamos nada'. Caminaron a tientas, sin saber dónde estaban, y de repente vieron una sombras unos metros más allá. Eran otros montañeros. Sin saber cómo, habían dado con el refugio. Estaban salvados.
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