_
_
_
_

El precio de la nostalgia

Los inmigrantes son los mayores usuarios de los 500 locutorios telefónicos instalados en Madrid

A Marta Reynoso, una ciudadana ecuatoriana que lleva 11 meses en España, se le va el sueldo en hacer llamadas a su país. Pero no le importa pagar cara su nostalgia. "Es que ésta será la primera Navidad que pase lejos de mi familia y no lo puedo soportar", confiesa con los ojos llenos de lágrimas.Son las cinco de la tarde y el locutorio del número 132 del paseo de las Delicias, desde donde llama Marta, parece que hierve. Uno tras otro van llegando ecuatorianos, colombianos, peruanos, dominicanos, senegaleses y marroquíes que buscan desesperadamente una cabina telefónica donde calmar la sed de patria.

"Hay gente que se pega al teléfono y llega a pagar hasta 13.000 pesetas por una sola llamada", dice Gleny, una joven dominicana encargada del local. Casi sin parpadear, enganchada a Pobre Diabla, un culebrón peruano que emite Televisión Española, Gleny cuenta que los ecuatorianos son los que más utilizan el servicio. Marta Reynoso es un ejemplo. Sólo basta escucharla decir sin reparo alguno que se deja 60.000 pesetas al mes en llamadas desde ese locutorio, un poco más de la mitad de lo que gana como dependienta en una tienda de frutos secos.

En los últimos años, el negocio de los locutorios ha crecido como la espuma. Y Madrid es el epicentro de esa eclosión. De los aproximadamente 800 que existen en toda España, 500 se hallan en la capital. Más del 50% de esos locales los controla la empresa española de telecomunicaciones Vic Telehome, que sólo por ese concepto facturará este año 2.500 millones de pesetas. "El fenómeno de los locutorios está ligado a la inmigración. El boom empezó en el año 1999 y ha explotado ahora", explica Alejandro Loring, presidente de Vic Telehome.

El negocio de Vic Telehome consiste en comprar grandes paquetes de conexión a empresas como la operadora Telefónica que luego revende a bajos precios. En total, vende unos 15 millones de minutos mensuales en el ámbito nacional.

La ventaja de los locutorios frente a las grandes empresas es, sobre todo, económica. Un minuto de llamada a países suramericanos cuesta entre 55 y 70 pesetas -depende del horario-, frente a las casi 119 que cobra de promedio Telefónica. Además, el negocio no se limita sólo al teléfono. Desde esos pequeños espacios también se efectúan operaciones de envío de dinero y se puede disponer desde vídeoconferencias hasta Internet por un precio muy reducido.

"El futuro de este sector es ilimitado", dice Alejandro Loring con una seguridad indiscutible. "Pero algunas personas no calculan bien la previsión de ganancias y fracasan, porque se distorsiona el mercado y aparecen precios que no corresponden con los gastos", aclara José Torres, de Sol Telecom, otra de las empresas que gestiona locutorios en Madrid.

Para abrir un locutorio los inmigrantes tienen que pagar entre 500.000 y un millón de pesetas. Las compañías que trabajan en el sector ofrecen todo el soporte técnico. En unos tres meses comienzan a verse resultados, aunque modestos. "Es un buen negocio personal, pero no el gran negocio que alguien haría. No es para hacerse rico, porque hay mucha competencia", aclara Alejandro Loring.

Los locutorios son como pequeños universos donde todo puede ocurrir. Son como puertas abiertas al mundo en las que, sobre todo, manda el castellano. "Ecuatorianos, colombianos y peruanos son los que más hablan", insiste Gleny, la chica encargada del local del paseo de las Delicias.

En ese lugar, uno de los más concurridos, las historias se multiplican sin cesar. Marta Reynoso, por ejemplo, cuenta con un asomo de tristeza que estos días la ataca mucho más la nostalgia. Ella no vino aquí buscando una forma de vida mejor, como suele suceder, sino por desamor. "Me divorcié después de 26 años de casada porque mi marido me engañó con una chica de 22", relata con la naturalidad y espontaneidad tan propias de los latinoamericanos. Llegó hace 11 meses, pero en febrero regresará a su país. Esta tarde, después de hablar por teléfono durante varios minutos con su marido, ha decidido por fin que regresará y olvidará lo sucedido. "Ya hemos hablado y hasta me ha jurado que volveremos a casarnos", asegura.

Mientras Marta habla, Gleny cae en la cuenta de que en más de una ocasión ha escuchado historias similares. A través de los locutorios, diminutos e impersonales, se cuelan las aventuras y desventuras de los inmigrantes en Madrid. Historias como la de Samba, un senegalés que sólo piensa en traerse a su familia: "Acabo de hablar con mi mujer y le he dicho que, si me va bien, pronto podrá venir", cuenta en el mismo instante en que entrega las 180 pesetas que le costaron dos minutos de nostalgia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_