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Romario cumple su mejor año en Brasil

El delantero centro rompe, a los 34 años, todos los registros goleadores y lidera hacia la grandeza al Vasco da Gama

Hay un algo de arrogancia en la mirada pícara y melancólica de Romario. Una arrogancia de torero, de quien desafía lo imposible. De quien sabe que el destino depende de él, y que tiene una oportunidad. Romario fulmina la portería adversaria y casi no sonríe. Esto, hasta el gol decisivo. Exactamente como se vio en el partido que dio al Vasco da Gama la Copa Mercosur. Decidió el partido y entonces, sí: abrazado al otro salvador de la patria, Juninho, salió corriendo rumbo a la hinchada enemiga e hizo una señal pidiendo -mejor dicho, imponiendo- silencio. Y cuando todo terminó, misión cumplida, él se rió con aire de niño.A los 34 años, Romario es la única unanimidad posible en el país de los adoradores del fútbol. Ídolo absoluto del Vasco da Gama, cuenta con la admiración irrestricta de casi toda la hinchada del Flamengo, el principal enemigo de su equipo. Suele decir que su función es hacer goles, y cumple. Tiene con el gol, más que con la pelota, una intimidad de novios furtivos. Se encuentran cuando todo conspira en su contra.

Éste ha sido el mejor año de Romario, el de las venganzas. Quería ir a las Juegos. Se lo pidió publicamente al entonces entrenador de la selección, Wanderley Luxemburgo. No fue convocado, Brasil fue masacrado, y en cada brasileño quedó la sensación de que si Romario hubiese esado en Australia, la historia sería otra.

Lejos de Australia, tambien quedó fuera de la selección que disputaba las eliminatorias para el Mundial de 2002. Con serenidad y sin temor a parecer soberbio, dijo con todas las letras que volvería al equipo nacional "a petición del pueblo". No fue necesario esperar tanto: Luxemburgo lo convocó, la selección siguió en una mediocridad apabullante, pero Romario salvó todo con sus goles de milagro. En dos partidos, anotó siete. Sin sonreír, o casi. Lleva 67 goles con el uniforme de la selección. Pierde solamente ante Pelé. Rompió todas las marcas de los goleadores del Vasco da Gama en una sola temporada, fue este año -al lado de Rivaldo- el mayor anotador en torneos internacionales, y por encima de todo, confirmó su rol de salvador de los momentos imposibles.

Ayer, Vasco da Gama y Romario siguieron haciendo de las suyas. El equipo derrotó 1-3 al Cruzeiro en el partido de vuelta de las semifinales de la Liga brasileña. El tercer gol fue obra de Romario. Vasco disputará la final al Sao Caetano el próximo miércoles y el sábado en un intento de pòner el broche de oro a una de las mejores temporadas de su historia.

Lejos de las canchas, Romario sigue con sus desafíos. A los entrenamientos, ni loco. Va cuando quiere. Sabe que puede hacer lo que hace, porque cuando llega la hora de cumplir su función, cumple. Es uno de los jugadores mejor pagados en Brasil. Son 250 mil dólares al mes (unos 50 millones de pesetas). Vive bien. Pero sus amigos de hoy son los amigos de siempre: el dueño del quiosco en la playa, los fidelísimos compadres de la juventud pobre, a quienes él ayuda de manera generosa.

El pequeño Romario encontró, en el Vasco da Gama, a otro petizo salvador, Juninho. Los dos se entienden de maravilla. Juninho brilla como nunca. Está en cada palmo de la cancha, corre con siete alientos, se enfrenta a jugadores grandotes y truculentos, se esfuma entre ellos, los deja retorcidos en el césped, no teme a nadie. Contra el Palmeiras, en la Mercosur, anotó un gol y participó ednlos otros tres. Convenció al árbitro de que pitara un penalti inexistente; en otra jugada, entró en el área con la seguridad de que lo tumbarían, y lo logró; y para terminar, dio el pase exacto para que su compañero anotara el gol fatal. En esos tres momentos, el compañero estaba allí, a la espera del encuentro seguro: Romario y el gol.

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