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Pla y Zapatero

Confío en que el señor Pla, líder del PSPV, no nos defraude a quienes, de andar metidos en política, optaríamos por el "estilo Zapatero". Y si algo me temo es que, cuando salga este artículo, mi inquietud haya tenido ya su negativa recompensa. Dios mío, no. Pues un giro, ahora, sería interpretado como muestra de debilidad; una retirada nada estratégica ante las críticas que le han llovido a Pla a causa del perfumado jabón que vertió sobre Zaplana (Zaplana genera un clima ilusionante, Zaplana muy próximo a la gente, Zaplana el presidente autonómico mejor valorado de todo el país). Cierto que el señor Plan tendrá que matizar su chicoleo, aunque cuidando de que el requiebro no se transmote en zaherimiento como por arte de birlibirloque. Ardua labor es, a decir verdad, adoptar estilo ajeno, pues el estilo es el hombre. De modo que la mejor imitación no pasa de ser un talante. Zapatero es Zapatero y no podría ser otro ni hay dos Zapateros; pero también es cierto que de las paredes de los más enjundiosos museos penden cuadros cuyo autor no es el que dicen los más relucientes expertos. (¿Recuerdan el caso Meegeren? Este pintor fue acusado de haberles vendido a los nazis cuadros de Vermeer, gloria nacional holandesa. Acosado, pintó un nuevo Vermeer y los más grandes expertos del mundo fueron testigos. ¡Nadie hubiera dado el cuadro por falso! ¡Había vendido falsificaciones!Pero si no es duplicable el estilo tampoco es fácil copiar el talento. Y puede resultar inoportuno; en realidad, contraproducente. A menos que se elijan con sumo cuidado, no ya los flancos vulnerables del adversario, sino los que el electorado considere vulnerables. Es obvio que cuando se hace o se deshace política, siempre se está hablando de elecciones. Si se le monta un cirio a Zaplana (o a quien sea), por algo que no llega al gran público, se está matando pájaros a cañonazos; si encima los dardos se lanzan salpicados de sonrisas, ni siquiera matamos los pájaros. El estilo Zapatero puede resultar fructífero a escala nacional porque hay problemas que nos afectan a todos y además son percibidos como graves por el grueso del electorado. Pero ese mismo estilo -o talante- será tomado por poquedad de espíritu y escasez de fuerzas, si el discurso no va recto como una flecha al corazón del votante. ¿Se imaginan a Zapatero haciendo del medio ambiente un tema central de su discurso? Y no es que no sea cuestión central; es más, así es percibida. Con todo, no gana votos, sino sólo simpatía... si no se convierte en soniquete y, por lo tanto, en murga. En razón de que no parece, o así se piensa, de una apremiante inmediatez. La política se asemeja al evangelio en ser a corto plazo.

La moderación, según el diccionario, es "cordura, sensatez, templanza en las palabras o acciones". Los conceptos, sin embargo, no se dejan encerrar en una definición, pero valga. ¿Quién no querrá ser moderado? Y, sobre todo, ¿quién sabrá serlo si estas cualidades no son consustanciales a su persona? En el caso de Zapatero son fruto de su experiencia personal, incluso, por lo que yo sé, herencia familiar. Pero los límites de una determinada idiosincrasia son indecisos. Todos somos algo por aproximación, incluso los santos. Así, no hay que depositar una fe ciega en la generosidad de una persona generosa. O en el valor de una persona valerosa. Eso en cuanto al fondo. En cuanto a la forma el problema es más arduo. Cuando el candidato Stevenson, hombre moderado, dijo en campaña "prometo que si ellos dejan de decir mentiras sobre nosotros, nosotros dejaremos de decir la verdad sobre ellos", ¿estaba siendo moderado? A la postre, llamó al adversario embustero, pero el matiz ingenioso y cómico diluye la aspereza del insulto. De modo que dijo moderadamente la verdad o mintió con moderación. Hay mentiras piadosas, pero ¿las hay también cuerdas, sensatas y cargadas de templanza? Maquiavelo diría que sí, si es que no lo dijo. Pero eso, ¿no implica que en el amor y en la guerra (de la que la política es el pariente más cercano) todo vale?

Pero la moderación requiere un tiempo, un lugar, unas circunstancias. Eso nos devuelve a la Comunidad Valenciana, al tiempo que nos hace pensar en todo el Estado. No en cambio en Estados Unidos, país de honda raigrambre democrática y cuyas campañas electorales son, sin embargo, paradigma del encarnizamiento y de la astucia. Sólo la genética podrá con Maquiavelo, que es una manera de decir que cambiará al ser humano. A un servidor le gustaría que la moderación adquiriera un carácter cuasi institucional en toda España, aunque irremediablemente, sólo como cuestión de cultura. Pero, ¿se extenderá el mensaje Zapatero? ¿Es siquiera deseable que se extienda? Pla y los suyos tienen ante sí un dilema. ¿Es posible enfrentarse moderadamente a tan sólido adversario que oscurece el grito? ¿Quién les va a escuchar y quién le va a oír si optan por adornar de refinamientos la crítica? Hay que tener muy presente que incluso para Zapatero y el aparato central del partido la moderación es una apuesta a cara y cruz. (A menos, claro está, que la situación dé un vuelco, sobre todo debido a unas malas perspectivas económicas). Tal como están hoy las cosas, y si se piensa seriamente en las próximas elecciones generales, la apuesta por el estilo Zapatero es el menor de los riesgos, aun teniendo en cuenta el posible fiasco de la moderación en espacios tan vitales como la Comunidad Valenciana.

El estilo Zapatero es, en suma, una baza deseable tanto desde la conveniencia política como desde la ética. Pero en esta autonomía nuestra falta la munición, aunque no la pólvora, que se gasta en salvas. En cuanto a los problemas mayores son demasiado áridos y abstrusos y, por ende, no movilizan al electorado; lo que equivale a decir que éste repite el voto. Y por si no fuera bastante, detrás de Pla hay lo que todos saben confusamente, que es la peor de las noticias políticas. El efecto Zapatero, aquí, no se está convirtiendo a su vez en causa. De este modo, la imitación del estilo Zapatero, encajonado en el cauce de la inanidad, irá adquiriendo el contorno de la caricatura. Efectos colaterales. El remedio puede ser peor que la enfermedad.

Hay que saber moderar la moderación.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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