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Tribuna:FÚTBOL 16ª jornada de LigaSAQUE DE ESQUINA
Tribuna
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Santas Pascuas

Por si el fin de año tiene algún efecto depurativo, los equipos se apresuran a reponerse de sus fracasos y sus éxitos.Bien armado en la cabecera de la tabla, el Valencia consigue olvidar a Piojo López con ayuda de Mastodonte Carew, lo cual equivale a cambiar tesis por antítesis: antes volaba como un cohete, ahora vuela como una aplanadora. Tras él, los rivalísimos se imitan: el Madrid llora la ausencia de Redondo, y el Barcelona la de Figo. Mientras Rivaldo busca el segundo aire en la boca de gol, sus compañeros se afanan en recordar la partitura; al otro lado, en la orilla blanca, Casillas y compañía repiten una y otra vez la misma extraña metamorfosis: viajan en círculo y, según mareas y fases de la luna, parecen orugas, crisálidas o mariposas. Son dos orquestas sinfónicas que pasan del concierto al desconcierto a la menor oportunidad. Van y vienen de lo ridículo a lo sublime como sólo saben hacerlo los locos y los genios.

Sobre el escenario de la cancha son perfectamente reconocibles otros tipos de la mitología del juego. Por ejemplo, ahí está el Depor soportando el peso de la púrpura. En su nueva etapa Súper debe someterse a un difícil ejercicio: ha conseguido un pasado, pero se ha rodeado de los enemigos que siempre acechan al campeón. Y, como corresponde a su nueva naturaleza, debe aceptar la doble prueba diaria de poner en juego su título y su prestigio.

La primera parte del campeonato ha sido un apretado muestrario de imágenes. Hemos visto cómo Luis ha rearmado al Mallorca alrededor de sí mismo, cómo el Celta busca desesperadamente su estilo, cómo Esnáider hace del fútbol una cuestión personal, cómo el Rayo se encomienda a la picardía balcánica de Bolic, cómo Javi Moreno recrea en el Alavés el efecto Salva o cómo el Athletic se sacude la modorra del león.

Comprobamos, en fin, que el Villarreal disfruta en Víctor y Marioni de la pareja de ratones amarillos más peligrosa del fútbol mundial, que el Málaga se entrega a Darío Silva para conjurar la memoria de Catanha, que el Oviedo resiste el vértigo de la presión, y que sus perseguidores se lamen las heridas con la secreta esperanza que siempre animó al jugador profesional.

Persuadidos de que merecen una segunda oportunidad, vencedores y vencidos se curan de esa efímera conmoción que nunca pasa del lunes, reconocen el escaso valor de las distancias y hacen un definitivo intento de congraciarse con el azar.

Crédulos por necesidad, todos viven el sueño ritual de una buena racha. Están dispuestos a creer que los dioses de la competición reparten suerte.

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