Adiós a Chernóbil
El nombre de Chernóbil nos dejaría indiferentes de no ser porque el 26 de abril de 1986, cuando Ucrania era todavía parte de la URSS, se registró allí una tragedia que conmovió al mundo. Ese día, la unidad número 4 de un complejo de cuatro reactores nucleares sufrió el accidente más grave en la historia del uso civil de la energía nuclear. Una serie de errores humanos llevó al reactor más allá del límite de seguridad y las reacciones que tenían lugar en su interior escaparon al control de los operadores, provocando la fusión de su núcleo y una explosión que lanzó al aire residuos radiactivos que alcanzaron a más de media Europa. Unas 2.000 personas murieron y millones resultaron afectadas, debido a que respiraron o ingirieron partículas radiactivas. Desgraciadamente, los efectos de la contaminación continuarán en el futuro y Chernóbil lanzó definitivamente a la opinión pública el crucial debate sobre la seguridad de la energía atómica.Chernóbil también reveló la existencia de decenas de centrales de diseño soviético similar con medidas de seguridad menos rigurosas que las existentes en sus homólogas occidentales. La energía nuclear requiere normas de diseño y de operación extremadamente exigentes, debido a la gravedad potencial de los posibles accidentes. Las nubes de partículas radiactivas no saben de fronteras ni hay aduanero capaz de detenerlas. De ahí los sucesivos compromisos adquiridos por la Unión Europea, junto con otros organismos internacionales, para ayudar al desmantelamiento de las centrales en cuestión, directamente y a través de subvenciones para construir instalaciones alternativas. Ucrania atraviesa, desde su separación de la antigua URSS, una profunda crisis económica y energética que ha llevado a sus autoridades a resistirse al cierre del complejo nuclear, negociándolo a cambio de una ayuda de unos 300.000 millones de pesetas para acabar de construir dos nuevos reactores nucleares más seguros.
La clausura definitiva de Chernóbil es un motivo de satisfacción. Pero la pesadilla no ha concluido del todo. El sarcófago de la unidad 4 presenta visibles deficiencias, que deben ser corregidas para evitar posibles escapes de material peligroso; y, tras el cierre de la última unidad, quedan aún años de trabajo para desmantelarla y asegurarse de que no produzca daño alguno a las personas o al ambiente. Más difícil será el control y posterior cierre de todas las plantas con diseño similar. Un programa que debe involucrar no sólo a los países de la antigua URSS, principales víctimas de potenciales accidentes, sino también a la Unión Europea, que tiene el deber de reducir los riesgos de sus ciudadanos y los de países hoy vecinos y mañana miembros de la Unión.
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