Hombre calvo busca...
Sobre la alopecia como condicionante negativo a la hora de encontrar trabajo.
Preferiría tener la regla a quedarme calvo", se lamentaba hace años un desolado amigo. Era una víctima más del minoxidil, los trisacáridos y los champús contra la caída del cabello, un cuarentón de diseño que se encontraba en plena etapa depresiva del folículo piloso. En un intento vano de consolarle, una amiga, mensualmente esclava de un fármaco contra los dolores menstruales, le desaconsejó el cambio. Para elevar su maltrecha autoestima le habló compasiva de la tremenda suerte del varón -"según Freud, hay mujeres que tienen envidia del pene"-, le dijo, y por último le aconsejó mansamente que se fijara en lo atractivos que resultaban los calvos, que tomara como ejemplo a Sean Connery tras su abandono definitivo del peluquín y su triunfal salida del armario como calvo de pelo en pecho. Yo mismo, para animarle, me creí en la obligación de autoflagelarme y le conté que muchos habíamos pasado por esa típica crisis de inmadurez masculina. Pero fue inútil: "Preferiría tener la regla", insistió obstinado.Hoy hemos sabido que la alopecia es un condicionante negativo en los procesos de selección laboral. Especialmente en la criba de la primera fase, las de las entrevistas personales, que un da un 25% más de posibilidades a los candidatos con pelo. También se ha puesto de manifiesto que las empresas de nuevas tecnologías, no quieren ver, ni en pintura, a tipos con más de 40 años, por inútiles y por analfabetos informáticos, o tal vez por aquello que cantaban los Rolling Stones: "Nunca te fíes de alguien que haya cumplido los treinta". Asimismo las productoras de Hollywood no contratan a guionistas de más de cuarenta años por nostálgicos y porque no se enteran de qué quieren, cómo hablan y como viven los de veinte, y así no hay manera de tramar una trama decente, ni de escribir siquiera una mísera teleserie.
Está visto que más allá de los 40 nos adentramos en una senda peligrosa. Es una edad muy mala, en la que a muchos les da por ponerse un chándal, meter tripa y echarse a correr en los maratones organizados por el ayuntamiento. Hace más de veinte años que tengo veinte años y, por si fuera poco, me estoy quedando completamente calvo, una situación soportable siempre que uno no apoye su coronilla donde no debe, verbigracia en ese gélido e imprevisto baldosín, que produce un escalofrío de muerte cuando la nuca desnuda se pega por descuido a una superficie inapropiada. Es una sensación breve, intensa y desagradable, pero seguramente mejor -o al menos eso pensábamos hasta ahora- que enfrentarse a las femeninas molestias del estrógeno disparatado.
Para el dibujante, "hay cosas peores que tener más de 40 tacos y ser calvo", (al fin y al cabo, él solo sufre una de esas dos terribles minusvalías laborales de nuestro tiempo: la de la edad). "Tal y como está el mercado laboral", continúa, "para muchos hombres de empresa es mejor ser calvo y cuarentón que tener la regla, o -más grave aún- que estar embarazada, pero francamente resulta más insufrible aguantar a todos esos arquetipos de los que se nutre el mundo empresarial: el pelota, el trepa, el pedante, el autoritario, el sabelotodo y el poneperos, tengan los años que tengan y dispongan del pelo del que dispongan".
Convenimos en que, de todos ellos, el trepa hace las delicias de los directores de recursos humanos. Es ágil como un mono. Aplica el Principio de Arquímedes a su arribismo: sube en la misma proporción del número de compañeros que desaloja. Tiene instinto de ganador. Es capaz de hacerse un trasplante capilar o ponerse una fregona en la cabeza, antes de parecer calvo, si sirve para sus fines. Primo hermano del pelota, aunque más sutil y menos evidente, resulta tan despreciable y tan manifiestamente contratable como éste laudatorio lameculos, jaleador del jefe y halagador permanente de sus gracias. El pedante, por su parte, es de esa clase de individuos que pasan la prueba de selección de personal diciendo "francamente positivo" en vez de bueno y "tremendamente operativo" en vez de eficaz. Y luego está el sabelotodo. Tira mucho de informes y estadísticas, tiene una cultura enciclopédica y de concursos del tipo ¿Quiere usted ser millonario?, pero de entrada también da el pego
Cuando alguno de estos especímenes consigue sus propósitos y llega a jefe, se convierte en autoritario y es justo en ese momento cuando puede quedarse tranquilamente calvo, porque entonces tiene a todo el mundo acojonado y ya nadie repara en semejante característica, que a partir de ese mágico instante se transubstancia de defecto en virtud. Para completar el cuadro, el dibujante ha puesto sobre el tapete al buscapegas, al poneperos, especialista en la jesuítica táctica de "alaba para después machacar, elogia para criticar y ensalza para reprochar". Es el encargado de ponerte en suerte para ajustar después la estocada. Es de los que dicen: "Ha hecho usted un trabajo brillante, pero no ha tenido en cuenta...". "Su proyecto es bueno, pero ...". Cuando en realidad lo que quiere decir es lo siguiente: "Tiene usted un perfil profesional interesante pero, seamos francos, le sobran años y le falta pelo".
En fin, en el mundo de la selección de personal ya nadie recoge dulcemente el consejo de los años, el mismo que renuncia a la juventud entendida como una enfermedad que graciosamente se cura con el tiempo. De aquí en adelante deberemos tener en cuenta que apenas hay vida después de los cuarenta, ni trabajo después de la alopecia. Seguiremos, por tanto, viviendo a costa de nuestros ancianos padres, mientras no podamos vivir de nuestros púberes hijos. Todo con tal de no sufrir la regla.
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