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"¿Qué importa un año más o menos?"

"Y si yo no me muero, ¿vendrá alguien a matarme?", preguntó recientemente Isidora Barrero a su nieta Feliciana, en vísperas de su 106 cumpleaños, celebrado el pasado 8 de noviembre. Isidora se extraña de seguir viva, cuando hace años que sólo asiste a las muertes de quienes compartieron la vida con ella.Para empezar, Isidora no es Isidora. Su verdadero nombre, con el que está inscrita en el Registro Civil, es Victoriana pero, ¿quién se acuerda de eso? Desde que tiene uso de razón, y todavía le queda, se ha hecho llamar Isidora, el mismo nombre por el que uno de sus tíos la llamaba en casa cuando era pequeña, a finales del siglo pasado, y que ella terminó poniendo a su hija.

Isidora tuvo tres críos de su matrimonio con Julián, que la dejó viuda con 55 años, hace ya más de medio siglo. Francisco está a punto de cumplir los 73 años y cuida de su madre junto a su hermana Isidora, de 69, en la casa familiar en Castilblanco de los Arroyos, en la que viven desde 1940, cuando se trasladaron desde Almadén de la Plata porque "Castilblanco tenía más vida", recuerda.

Francisco es quien, junto a su esposa, dio a la abuela Isidora dos nietos, Julián y Feliciana. Y es ésta última la que recibió ayer junto a la centenaria el aluvión de visitas y regalos que supuso el homenaje del Ayuntamiento.

Pasado el mediodía, cuando Isidora aún dormitaba en su sillón, en el que pasa la mayor parte de la jornada, apareció por la puerta de la calle el alcalde, Manuel Ruiz Lucas, seguido de unos 30 vecinos que agasajaron a la homenajeada con bombones, mazapanes, un bote de colonia, una placa conmemorativa y un enorme ramo de claveles.

Isidora, que perdió la visión tras una operación de cataratas hace 16 años, palpa y palpa las flores -"esto está chorreando", protesta- hasta que las identifica. "Son claveles", asegura con esa boca desdentada que aún es capaz de comer galletas.

"Tiene mucho apetito, duerme bien y hace sus necesidades con regularidad. Sólo toma pastillas para conciliar el sueño", afirma su nieta Feliciana, como para certificar el buen estado de salud de la abuela.

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También su memoria está en forma. Antes de que el alcalde y los demás invitados la dejen seguir su rutina habitual, Isidora les recita la poesía del gallego, un texto con el que entretenía a sus hijos primero y luego a sus nietos, y que debe peinar tantas canas como las que forman su moño: "Un gallego entró a comer / un día en un bodegón...".

La memoria de Isidora también se permite un desliz. "Abuela, ¿cuantos años tiene usted?", le grita Feliciana al oído. "107", balbucea Isidora. "No, 106", corrige la nieta. "¿Qué importa un año más o menos?", concluye la centenaria. Toda una lección de filosofía.

El alcalde se enorgullece de la longevidad de la que disfrutan muchos de los vecinos de Castilblanco: "Será el agua y el clima". La nieta Feliciana recuerda, sin embargo, las recomendaciones que siempre les daba su abuela, cuando aún tenía una conversación fluida: "Ella decía que lo mejor era el trabajo".

Y en eso, Isidora ha sido un ejemplo. Sus hijos recuerdan como todavía pintaba su casa a los 70 años cumplidos. Trabajadora y adelantada a su tiempo: "De las pocas que sabían leer y escribir de su generación", recuerda su hija. Sólo un punto negro, la muerte en 1980 de su hijo mayor, Julián, cuando tenía 59 años, ensombrece la vida de Isidora que, aunque humilde, ha sido moderadamente feliz.

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