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Aún hay tiempo

Produce cierto cansancio pensar que durante los próximos dos o tres años, estaremos continuamente pendientes de candidatos, listas y evaluaciones políticas de los que entran, salen, suben o bajan en la opinión pública del mercado nacional. Ya no hay un sólo día sin un artículo de prensa que opine sobre los que tienen oportunidades aquí o allí, y que al mismo tiempo se interpreta como ayuda, puñalada trapera o globo sonda de lo que podría ser pero no será. Nadie podrá evitar que algunos lleguen a la meta absolutamente digeridos, quemados y repensados como si hubieran atravesado varias legislaturas pero sin estrenarse todavía. Algo así, me atrevo a bautizarlo, como el síndrome de Bush.En parte es normal que los candidatos tengan que cocerse desde la nada, en la oposición o hasta en el exilio. Pero en este caso hay algo más, un elemento nuevo que aumenta en unos grados el ambiente enrarecido. Me refiero a que el presidente Aznar se ha puesto a sí mismo fecha de caducidad política, no por imperativo legal sino por voluntad propia. Y arrastra consigo a otros, como al presidente Zaplana, que caduca por imitación y no porque se lo pida el ánimo, cuyas tendencias son más fáusticas que didácticas.

Aunque nos parezca mal, entendemos que un político se agarre a la silla y a la mesa como el gato de los dibujos animados, que araña la madera hasta la grima para evitar lo inevitable. Nos produce simpatía y confianza, porque es lo mismo que esperamos en la defensa de nuestros intereses. Para evitar abusos, se hacen leyes que pongan un límite a la permanencia en el poder, y así los gobernantes llegan tranquilos a su final político. A los ciudadanos nos gusta limitar el poder mediante leyes o por la decisión de nuestros votos, al margen de las virtudes privadas que tienden a complicar inútilmente la vida pública.

Hace unos días, cierto libro editado en Valencia me contaba una vez más que Critón, amigo y discípulo de Sócrates, intentaba inútilmente retrasar el momento de su muerte animándole a disfrutar y a dilatar la decisión, como hacía todo el mundo en el mismo caso. Así que no te apresures, le decía, aún hay tiempo. Pero Sócrates rechazó tal propuesta y apuró la cicuta, dice el autor del libro, porque vivía para enseñar y convertirse así en una leyenda que ya no podía morir.

Aznar trabaja a plazo fijo y, en los temas relacionados con la violencia, advierte con frecuencia que el tiempo se está acabando. Tengo que admitir que entiendo y comparto lo que pretende. Pero también tengo que reconocer que prefiero a Critón y a todos sus discípulos actuales, que son muchos, a todos los políticos más mundanos, a todos los Rajoy del mundo, a todos los que piensan continuamente que aún hay tiempo, que tampoco hay que apresurarse, que mejor permanecer que esfumarse.

¿Será posible que una situación de la Grecia clásica, interpretada hoy por un autor alemán, pueda ayudar a entender la situación presente de la política española? Ya no me queda ninguna duda. Es cierto que la vida y la política actual son una novela por entregas y, por tanto, no hay que apresurarse porque todavía hay tiempo.

jseoane@netaserv.com

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