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Entrevista:AMIGOS Y VECINOSALFONSO VILALLONGA

"A veces me pregunto por qué volví a Barcelona" RAMÓN DE ESPAÑA

Pregunta. Me ha gustado mucho tu último disco, Cábala y danza. Esas hermosas canciones con cuarteto de cuerda... Pero me temo que no va a encontrar su público.Respuesta. Vaya, hombre. Pero si sólo es una antología de canciones de amor. No es que haya intentado hacer algo comercial, pero he prescindido deliberadamente de mi estilo más cabaret, más desgarrado, más Kurt Weill.

P. Pero sigues siendo tú. Sigue habiendo en las canciones un fatalismo, un extraño sentido del humor y una retranca que no suelen llevar a nadie a los puntos más altos de las listas de ventas.

R. No puedo evitar ser yo. No puedo evitar escribir versos sobre, por ejemplo, un loro llamado Siboney, que le rascas la tripa y grita ¡viva el rey! Pero creo que mi disco podría llegar a cierta gente y que me merezco vender 50.000 ejemplares.

P. Te recuerdo que vivimos una época en la que se considera grandes compositores a Joaquín Sabina y a Andrés Calamaro.

R. Cierto. Aunque a Sabina todavía le tengo algún respeto. Entiéndeme, su mundo y su actitud me dan cien patadas, pero sabe hacer canciones. El otro... francamente, no me fío de alguien que compone dos temas al día.

P. ¿Qué tal te fue por Madrid?

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R. Bueno, vivo en Barcelona, ¿no? Estuve en Madrid cuatro años y, para empezar, me di cuenta de que no es que fuera una ciudad totalmente distinta a Barcelona, sino que era una estratosfera diferente. Aquí no hay circuitos para gente como yo, para gente de esa con la que la industria del disco no sabe muy bien qué hacer. Y allí hay un circuito, pero cerrado, en el que es muy difícil entrar si no formas parte del grupo de cantautores obvios. Creo recordar que cuando me iba para allá tú ya me dijiste que me iban a dar para el pelo.

P. Mi natural agorero. Supongo que pensaba en nuestro común amigo Sisa, al que no entendieron jamás. Y tú heredaste su piso, por cierto.

R. Sí, señor, aún lo conservo. ¿No conocerás a alguien que quiera irse a Madrid a que le den lo suyo?

P. No sé si te salió a cuenta volver a España. En Boston eras algo así como un músico de culto, con un público reducido pero fiel.

R. A veces me pregunto por qué volví a Barcelona, pero en fin, lo hecho hecho está, ¿no? Estuve 10 años en Boston y acabé algo cabreado con América. El final de mi estancia allí coincidió con la guerra del Golfo y con una etapa mía muy radical políticamente. En esa época, yo interrumpía mis canciones para leer un texto de Marcuse o para insultar a algunos periodistas que me sacaban particularmente de quicio. Luego me calmé.

P. Pero la industria, según decías, no sabe qué hacer contigo.

R. Lo he comprobado. Este disco lo ofrecí a algunas compañías más potentes que la que finalmente lo ha sacado, y en todas se me quedaban mirando con cara de no saber muy bien qué decirme. Quizá falta en España un sello como el norteamericano Elektra Nonesuch, que publica a gente, digamos, peculiar. Y lo curioso, insisto, es que Cábala y danza me parece un disco muy asequible, con melodías tarareables, un disco nada difícil: el material de Elvis Costello, por poner un ejemplo de alguien que admiro, es mucho más difícil.

P. ¿Lo intentaste con Zanfonía?

R. La última vez que me dirigieron la palabra fue para saber si tenía algunas canciones que le fueran bien a Antonia dell'Atte, que es su último gran lanzamiento. Les dije que me dieran unos minutos, que iba a rebuscar en la basura.

P. Algunas canciones de Cábala y danza podrían formar parte de un musical; de un buen musical, no de los horrores de Broadway.

R. Yo también detesto los musicales de Broadway. Son muy espectaculares, pueden ser divertidos a ratos, pero se olvidan al día siguiente. Te venden humo, un humo muy bien envuelto, eso sí. Lo peor es cuando se traducen al catalán o al castellano, la crítica los pone bien y la gente sale convencida de haber visto un gran espectáculo simplemente porque durante dos horas se canta, se baila y alguien entra en el escenario a lomos de una grúa. Yo intenté hacer algo distinto con Turning point el año pasado, pero me temo que no me entendieron muy bien: no hubo críticas, aunque luego me dieron un premio de la crítica; no hubo manera de llevarse el espectáculo de gira; el Grec prometió 10 millones de pesetas y al final soltó tres. Y conste que no me quejo especialmente por lo del dinero: yo soy partidario de eliminar las subvenciones.

P. ¿Compartes la pasión generalizada por Stephen Sondheim? Yo creo que sus canciones no son tan infectas como las de Andrew Lloyd Webber, pero casi.

R. Sondheim es, básicamente, un cursi. Pero se le da muy bien la cosa flamboyant, que es lo que hace creer al público que está ante un gran espectáculo. Yo, la verdad, para una cosa flamboyant me quedo con Liberace.

P. ¿Sabías que en sus últimos tiempos se le fue tanto la olla que estaba empeñado en que su novio se sometiera a una operación de cirugía estética para parecerse a él cuando era joven? ¡El tipo quería follarse a sí mismo!

R. Lo ignoraba, pero da igual: ¡yo de Liberace me creo cualquier cosa!

P. La portada de tu primer disco le hubiera encantado.

R. Supongo que te refieres a Canciones de siempre, que grabé en 1980 con mi hermana Cristina. ¿Es necesario hablar de él? Si lo quieres, lo encontré no hace mucho en una tienda de segunda mano a 200 pesetas.

P. Creo recordar que llevaba un texto muy sentido de tu tío José Luis.

R. No, mi tío se limitó a presentarlo en sociedad. Cristina y yo éramos muy jóvenes entonces y la discográfica tenía sus propias ideas acerca de nuestra carrera. Quisieron que grabara en solitario, pero preferí irme a Boston, a perfeccionarme como músico.

P. Algunos instrumentistas de tu disco tienen nombres muy rutilantes: Dry Martino, Olvido Lanza...

R. Dry Martino es, evidentemente, un seudónimo. Y Olvido Lanza... Primero me enamoré de su nombre. ¡Olvido Lanza! Y luego me enamoré de ella. Ahora es mi actual compañera.

P. ¿La madre de ese rollizo chiquitín que nos sonríe desde esa fotografía?

R. No. Es Miguel, mi hijo. ¿A que es mono?

P. Pero seguro que come lo suyo. Y su padre se tiene que pagar sus propios discos porque la industria de su país no sabe qué hacer con él.

R. Es lo que hay, y tampoco me quejo demasiado. Escribo canciones, compongo algunas músicas para películas: estoy muy contento de lo que hice para las de Isabel Coixet. Resistiré haciendo lo mío. ¿Acaso no es eso lo que hacemos todos?

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