Diálogo tras el asesinato de Lluch
El señor Joan B. Culla exponía el viernes, en un artículo titulado Los eslabones débiles, su concepción sobre el problema terrorista y la necesidad de diálogo, a mi entender, de una forma maniquea. Más que un análisis objetivo parece una visión partidista. Presenta a la sociedad catalana como portadora nata de un clamor de diálogo frente a la española, dispuesta a la guerra santa contra el separatismo euskaldún (o el que se tercie).A Ernest Lluch lo mataron precisamente por defender la necesidad del diálogo, por sus esfuerzos por comprender el problema vasco y por su interés en tender puentes entre posiciones irreconciliables. Pero, cuidado, no lo mataron quienes son acusados de no dialogar.
Por otra parte, censurar a los demás la nula voluntad de diálogo es hacerles culpables indirectos de la tragedia que padecemos. Y sólo es responsable de una muerte quien la produce o la justifica intelectualmente. No hay que caer en la candidez de los principios abstractos y contundentes. La exigencia de diálogo como principio absoluto es comprensible en la reacción emotiva y espontánea, fruto de las buenas intenciones de la gente. Pero explíquenos quién debe dialogar, cuándo, dónde, con qué formato, con qué contenidos, con qué objetivos. ¿Existe el diálogo incondicionado?
Por cierto, el PSC se puede permitir estas propuestas porque no tiene una responsabilidad política directa en la toma de decisiones del conflicto. Para acabar, una de sus citas de Herrero de Miñón y Ernest Lluch le atrapa en un callejón sin salida: "Más allá de la violencia hay un tema político pendiente. Si aquélla ha impedido, hasta ahora, abordarlo, mientras éste no se resuelva no se desactivará definitivamente aquélla". Díganos cómo salir de este atolladero (i)lógico. Mientras haya violencia no se aborda el tema político; mientras éste no se resuelva, no se desactiva la violencia. ¿Por dónde empieza el diálogo?- Silvano Andrés de la Morena. Barcelona
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