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El mejor del mundo por perezoso

Jesús, que paró tres penaltis en su primer partido, se hizo portero para no correr

"A mí me gustaba el fútbol, y también el fútbol sala. Lo que no me gustaba era correr. Por eso me hice portero". Parece mentira, y Jesús lo cuenta con cierta ironía, pero en el fondo es verdad. La pereza ha llevado a la gloria al héroe de la victoria de España sobre Brasil en la final del Mundial, a aquel chiquillo que en los partidos del barrio se quedaba más de un gol en la portería porque se cansaba y no quería seguir corriendo.Jesús Clavería nació en Barakaldo, el 4 de enero de 1968. Sus primeros años los pasó en Valle de Trápaga, luego en Zumaia. Cuando tenía seis años, toda la familia se desplazó a Madrid enganchada a las obligaciones laborales del cabeza de familia. Ya en la capital, empezó a jugar en sus primeros equipos federados. Al fútbol, claro, porque el fútbol sala era a finales de los 70 poco menos que una entelequia. Portero del juvenil del modesto Vallecas, en categoría Regional, Jesús estaba a punto de cumplir 18 años cuando unos amigos le convencieron para jugar un torneo navideño de fútbol sala al que también se había inscrito el filial del por entonces mejor equipo de España: Interviú. Jesús no pudo encontrar mejor escaparate para, en su primer partido de fútbol sala, parar tres penaltis en la tanda decisiva de un partido que había terminado 0-0. Tres años después, el portero titular del Interviú, era él.

Por el camino se quedaron los estudios, pese a que terminó Graduado Social y ahora, en la recta final de su carrera deportiva, cursa Derecho a distancia. Pero llegaron otros títulos: de Liga, y de Copa; y pronto también la selección, con la que debutó en 1992, frente a Italia.

Durante buena parte de los 90 fue, sin discusión, el mejor portero del mundo. Ya no. A Guatemala acudía como tercer portero, como el veterano que debe hacer grupo pero que tiene difícil jugar. Pero llegaron las lesiones de Luis Amado y Guillermo. Y ahí estaba Jesús. En su tercer Mundial, con 32 años y más de 70 internacionalidades a sus espaldas, era la última oportunidad para llegar a lo más alto. Ni Rusia en la semifinal, ni Brasil en la final -los verdugos de España en el último Europeo y Mundial-, pudieron con él. Esta vez, no cabía la pereza.

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