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Ernest Lluch

Miguel Ángel Villena

Decía Winston Churchill que los Balcanes producen mucha más historia de la que son capaces de digerir. Cualquier conversación con un anciano de la antigua Yugoslavia, de cualquier nacionalidad o religión, remite no a la II Guerra Mundial, sino a las gestas medievales, a los mitos de la tribu, a los odios ancestrales. Basta con leer la espléndida novela Un puente sobre el Drina, de Ivo Andric, el único Premio Nobel de Literatura yugoslavo, para darse cuenta de la pervivencia de los terribles fantasmas del pasado en los espíritus balcánicos. Y ¿qué decir de la historia de los vascos? ¿Cuánto tiempo tardarán en digerir tanta muerte gratuita, tanta barbarie en nombre de la patria, tanto lastre de un pretérito perfecto salpicado de praderas verdes, de agricultores y ganaderos felices que impidieron con su fiereza y su aislamiento que se acercaran culturas de diálogo y mestizaje como la romana o la árabe?Todo crimen genera idéntica repugnancia, pero los asesinos de ETA suelen elegir cuidadosamente a sus víctimas. Por ello la muerte de Ernest Lluch envía un terrorífico mensaje a la sociedad. Intelectual antes que político, persona afable y dialogante, federalista convencido, Ernest Lluch fue uno de los puentes -a un tiempo más sólidos y flexibles- entre la izquierda española y los nacionalismos catalán, vasco o gallego. Pero cuando las huellas de su sangre se hayan borrado, Ernest Lluch pasará a los libros de historia por haber sido el ministro que universalizó la asistencia sanitaria en España. Con esa sonrisa de pícaro y un flequillo de eterno rebelde, el que fuera profesor de la Universidad de Valencia defendió siempre el diálogo como la única vía para lograr el fin de la violencia hasta el punto de sentirse incomprendido, a veces, por unos y por otros. Los etarras han asesinado, pues, a un símbolo del diálogo. Ahora bien, Gemma Nierga interpretó ayer el legado de Lluch al reclamar diálogo, una vez más, tras la impresionante manifestación de Barcelona. Que la razón del futuro se imponga a las pistolas del pasado es el mejor homenaje que podemos rendir a Ernest Lluch.

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