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Ana Noguera

Hubo un momento en que parecía que Ana Noguera podía serlo todo en el PSPV. Ella y Carmen Alborch llegaron a perfilarse como un tándem que infundía esperanza a quienes no nos gustaba (y sigue sin gustarnos, claro está), la idea de que la política valenciana siguiera siendo asunto de un sólo jugador de ajedrez. El propio jugador decía que buscaba un oponente; y haga cada cual de su capa un sayo.Fue un espejismo. El PSPV no estaba para monsergas regeneracionistas. Asomara alguien la cabeza, enfrente tenía a los francotiradores. El milagro, de producirse, sería obra del tiempo, no de un par de señoras que vinieran a sumarse a las reglas del juego, es decir, a un juego sin reglas. (Podrían haber sido señores, aclaración tal vez inoportuna). Cierto que Carmen Alborch no estaba cargada de excesivos bríos y así sucedió lo profetizable: la ex ministra de Cultura hizo mutis tan pronto como dio de bruces con el primer obstáculo imprevisto. Algunos nos quedamos dubitativos.

Declinó también Ana Noguera. Joven y atractiva, había surgido con un nada desdeñable éxito de público. Llegaba a la gente y no sólo por su rostro sino por su actitud y su discurso. Se habría hecho ¿demasiado? popular. Un peligro porque esta mujer es también inteligente y culta y muy capaz de arremeter molinos... si a mano viene, que no es tan fácil. Con molinos se las había visto Borrell -con quien se alineaba Noguera- y hasta en las filas del PSOE dijeron que este Borrell había perdido su primer gran debate con Aznar. (El presidente Aznar, en las Cortes, adopta una táctica que le produce buenos resultados. Ante una pregunta inesperada y para la que no tiene respuesta a mano, contesta otra cosa, y con tanta prolijidad, vehemencia y desenvoltura lo hace, que el hemiciclo parece olvidado de cuál fue la pregunta).

Pero el peor enemigo de Ana Noguera es Ana Nogura, como el peor enemigo de Carmen Alborch es Carmen Alborch. Ambas son capaces de retraerse antes que chapotear en la ciénaga; son retiradas estratégicas, pero en modo alguno exentas de riesgo. ¿Conservará Noguera su cargo de portavoz de la oposición en el Ayuntamiento? Bien es cierto que hablamos del 2003 y que cabe preguntarse si en el 2003 existirá la actual ejecutiva del PSPV. Con todo, pende del aire que Noguera pueda (o incluso quiera) mantenerse en lo que parece un cuartel de invierno. En el PSPV, las facciones siguen más vivas de lo que acaso cree el señor Zapatero; mientras que tanta desolación no casa con una mujer devota de la democratización interna de los partidos. Será por eso, me figuro, que parece tan desalentada, tan cansada y tan a verlas venir. Claro que no conozco la intimidad de la señora Noguera, pero en su caso, uno estaría fatigado de su propia fatiga. Ella produce la impresión de haber elegido andar un tanto por libre y sin asomo de renuncia a su ideario socialista.

Un credo socialista no evolucionado, dirán los acomodaticios, los dispuestos a que las piezas del rompecabezas encajen siquiera a martillazos. Eso no es cambio, es cambiazo. Cuando se rompe con los orígenes -y no digo que a veces no se deba hacer, aunque siempre se debe decir- estamos ante otra realidad y hay que ponerle nombre. Ana Noguera no tiene renecesidad alguna de rebautizar sus ideas. Pondré como ejemplo su actividad actual.

Reconoce la portavoz del Ayuntamiento que Valencia ha despegado y sigue levantando el vuelo a ojos vistas. Pero esta pujanza es debida al dinamismo de la sociedad civil y no a la alcaldesa Barberá y su equipo. Aunque tampoco a pesar de la alcaldesa y su equipo. Doña Rita permite hacer e incluso se involucra en este quehacer, pero -siempre según Noguera- desde el punto de partida más fácil, sacar proyectos nuevos. Es cómodo construir sobre la nada; una fuga hacia adelante mientras la ciudad esté salpicada de problemas enquistados, tales como el centro histórico, el Cabanyal, el Grao, Campanar, Patraix... Amén de tráfico, ruidos, inseguridad ciudadana, etcétera.

Lo difícil, afirma Noguera, es lanzarse prioritariamente a la revitalización de los barrios degradados. Escuelas, jardines, estacionamientos, bibliotecas, viviendas, etcétera. Hay que hacer habitables estos núcleos, de forma que sus habitantes no tengan que abandonarlos. Vale. Lo que a mí me importa resaltar es el talante con que Ana Noguera se enfrenta a este problema. Modernización, habitabilidad. Éste es el propósito. La preservación de la identidad de un núcleo urbano, como prime mover, no es un motivo genuinamente socialista. Presérvese lo que se pueda, pero siempre con subordinación a los requerimientos de un habitat urbano moderno. El romanticismo conservador hecho de nostalgias imposibles, aún puede tener cabida mientras no pretenda erigirse en primer motor de la actividad política y social.

No es de extrañar que Ana Noguera vea con preocupación el curso del socialismo en la escena política mundial. Demasiadas tendencias en liza, una heterogeneidad que se resuelve en parálisis. La Internacional socialista produce generalizaciones, pero parece lejana una acción conjunta en la esfera social y en la económica. En la práctica, es como si se hubieran rendido al empuje del neoliberalismo, aunque el socialismo aún gobierne en los grandes países de la UE. Una unidad de acción presupone una unidad de doctrina que empiece por reconocer que no se puede dejar todo al arbitrio del mercado. El intervencionismo estatal es necesario si se quiere preservar el papel redistribuidor del Estado.

Sin una cooperación política coordinada desde el punto de vista de la socialdemocracia, ocurre lo que está ocurriendo. Los mercados se mueven a su antojo por falta de un ordenamiento políticamente establecido. El político se convierte en un mero especulador, como ocurre, por ejemplo, con las privatizaciones. Decisiones que deberían emanar del Parlamento han pasado a los consejos de administración, con el consiguiente debilitamiento del Estado, cuya función redistribuidora se ve así gravemente comprometica. Etcétera.

No será necesario que me extienda. Con lo dicho basta para augurar el fracaso de una ilusión, la de Ana Noguera. No negaré que lo siento. Y que me gustaría equivocarme y que se equivocara doña Ana.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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