Los vecinos de El Cantal se movilizan para evitar voladuras en el entorno de las cuevas prehistóricas
A las cuevas de El Cantal (Rincón de la Victoria, Málaga), que han contemplado la evolución del hombre desde el Paleolítico Superior -hace 21.000 años-, les persigue la mala suerte. Esquilmadas durante siglos, ahora se ven amenazadas por un proyecto de urbanización que ha mantenido enfrentada durante diez años a la propietaria de los terrenos, la empresa Edipsa, con los vecinos de la zona. A punto de finalizar los trámites para iniciar las obras, ha trascendido que la constructora pretende llevar a cabo voladuras que, según los vecinos, dañarán las cuevas y sus casas.
Intervención de Cultura
La batalla por El Cantal no es nueva. Más bien está llegando al final tras diez años de pleitos. Los terrenos son propiedad de la constructora Edipsa, que los compró a principios de los noventa por 1.200 millones de pesetas. El gobierno socialista que aprobó el Plan General de Ordenación Urbana de 1992 otorgó la edificabilidad máxima a la parcela, a pesar de que en los estudios técnicos que se habían llevado a cabo para la redacción del PGOU se destacaba que El Cantal era "la única zona del Rincón de la Victoria digna de ser protegida".La constructora tenía, pues, legitimidad para construir en la zona un total de 650 viviendas. Pero el estupor que desde el principio causó el proyecto entre los vecinos ralentizó su marcha. En 1995 cambió de manos el sillón municipal y el nuevo alcalde, José María Gómez Muñoz (PP), concedió la licencia para iniciar la primera fase: 80 viviendas situadas justo sobre la zona de más valor de las cuevas, donde se han hallado pinturas fechadas en varias etapas del paleolítico y gran cantidad de utensilios prehistóricos.
Los vecinos apelaron entonces a la Delegación de Cultura de la Junta, que protegió parte de la parcela declarándola Bien de Interés Cultural. Eso garantiza que nadie podrá construir sobre la zona situada inmediatamente encima de las cuevas exploradas de más valor, aunque existen cavidades no exploradas que quedan fuera de esta zona de protección.Pero después de tantos años, la batalla se ha recrudecido ahora porque, a la vez que se ha aprobado una modificación de elementos que permite dar luz verde a la obra, se ha conocido que la empresa pretende arrancar con explosivos 35.000 metros cúbicos de roca para hacer viales y canalizaciones, más otros 65.000 metros cúbicos para cimentar las viviendas.
Esto, en opinión de los vecinos, no sólo supone un riesgo para las cavidades, sino también para las casas que ya existen en la zona, ya que los terrenos que se van a dinamitar quedan a escasos metros de ellas. El equipo de gobierno se comprometió en el pleno a impedir las voladuras, y la empresa asegura que no se va a provocar daño ni a las cavidades ni a las casas del entorno, algo en lo que no confían ni los vecinos ni los arqueólogos y geólogos consultados por este periódico.
Los vecinos han vuelto a pedir amparo a la Junta, y han iniciado incluso una recogida de firmas para pedir que no se renueve la concesión de competencias urbanísticas al Ayuntamiento, que se revisa a finales de este año. "Estamos dispuestos a ponernos delante de las máquinas", advierten.
La agresión a la que se expone ahora El Cantal no es la primera que sufre en su historia, y precisamente un elemento que las ha perjudicado hasta ahora ha sido la fama: una leyenda medieval árabe decía que las cuevas escondían un tesoro, y no han sido pocos los que las han saqueado buscándolo. El aventurero más famoso -y hasta ahora el más dañino- fue Antonio de la Nari, el Suizo, que murió mientras dinamitaba la cueva que hoy lleva su nombre en el siglo XIX.
Científicos como Pedro Cantalejo, director de la Cueva de Ardales, sostienen que El Cantal fue en el Paleolítico una cueva-santuario utilizada en invierno por las tribus nómadas. En época fenicia, se cree que El Cantal albergó un santuario dedicado a la diosa lunar Noctiluca, adorada en todo el Mediterráneo. En época romana, las utilizó como escondite Pompeyo cuando huía de César. Su descubridor para la ciencia fue nada menos que el abate Breuil, padre de la prehistoria, que las estudió en 1918, destacando por primera vez la importancia de un patrimonio que no había sido valorado antes.
Pero su autoridad no fue suficiente para impedir los atropellos. Sin ir más lejos, cuando a finales de los años setenta se abrió al público la Cueva del Tesoro, se limpiaron minuciosamente las paredes de pinturas y otros restos prehistóricos para dejarla más lustrosa.
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