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EL PERFILRUIZ DE LOPERA Y R. ALÉS

Cuatro patas para un banco

Los presidentes del Real Betis Balompié y del Sevilla Club de Fútbol están a punto de ganar el jubileo. O el premio Nobel de la Paz; o el de Química, vaya usted a saber, pues química de fluidos contrarios es lo que diferencia a un bético de un sevillista, según ha estudiado con una auténtica inclinación biológica quien esto escribe.Manuel Ruiz de Lopera y Roberto Alés, a pocas jornadas del derbi del día 19, han acordado sellar la reconciliación entre dos aficiones antitéticas y dos clubes cuyas profundas diferencias se pueden explicar no sólo por sus habilidades físicas sino también mediante la aplicación del análisis marxista de la lucha de clases: ricos y pobres, señores y esclavos, republicanos y legitimistas.

Durante el periodo de instrucción de estos perfiles un servidor tuvo la oportunidad de calibrar las razones históricas y filosóficas que aducen los forofos para demostrar que en la misma medida que uno es sevillista es antibético, y al contrario. Hasta los militares de las guarniciones de Sevilla han contribuido a este enfrentamiento secular cuando ponían a pelar patatas a los jugadores del Betis que cumplían el servicio militar para que no pudieran actuar el domingo.

Ambos presidentes comparecieron la semana pasado con una prosopopeya similar a la de un encuentro entre palestinos y judíos: en un hotel neutral, a una hora precisa, flanqueados por banderas y sentados bajo una hornacina con un busto de piedra que imprimía a la escena un aire de solemnidad decimonónica.

Lo llamativo es que los forjadores de esta paz o guerra florida (a batallas de amor, lechos de plumas) se parecen el uno al otro como dos gotas de agua y dos gotas de mercurio: en casi nada. Salvo que se dedican a negocios inmobiliarios, las dos patas que aportan cada uno para sostener el banco de la conciliación pertenecen a dos cuerpos contrarios. Ruiz de Lopera es vehemente, furibundo y da mucha risa; Alés es discreto y moderado e inspira un respeto excesivo. Quizá convengan caracteres así para la paz, movidos por intereses distintos, cuando no complementarios.

La caricatura literaria del presidente del Betis es rica e inabarcable. Lopera, desde que fue elegido consejero del club en 1992, ha sido un tenaz bocazas, enemigo declarado de los no menos delirantes presidentes sevillistas. La relación entre él y los antecesores de Alés (Luis Cuervas, José María González de Caldas, el tipo que regalaba grandes coches a sus grandes amantes, y Rafael Carrión) fue resueltamente belicosa e indigesta, como Dios manda. El presidente del Betis ha llamado a sus colegas, entre otras lindezas, borrachos, prestamistas y destrozadores de matrimonios, y en su biografía aparecen reflejadas las querellas que motivaron dichas calificaciones como estrellas en la bocamanga. En segundo lugar figuran los sombríos vericuetos de sus negocios, sancionados siempre por el Cristo del Gran Poder.

Se puede afirmar que hasta la llegada de Alés a la presidencia del Sevilla, en febrero pasado, los presidentes estuvieron a las alturas de las circunstancias: se trataban a patadas. Con tales presidentes, los aficionados más recalcitrantes y las peñas han podido vivir tranquilos, con sus intereses balompédicos a recaudo. Ahora, con la paz en ciernes, quién sabe lo que puede ocurrir. Roberto Alés, un constructor de 62 años, con 40 de praxis sevillista, es un hombre manso, prudente y estricto. Cuando se hizo cargo del Sevilla no se anduvo por las ramas y admitió que la deuda acumulada era de tal magnitud que no permitía siquiera sobrevivir al día a día. Alés proclamó el estado de austeridad que incluye, por ejemplo, que ningún jugador gane más que el otro lo que, en el mundo futbolístico, equivale casi a una doctrina maoista. Alés fue vicepresidente del Sevilla en épocas más revueltas, pero su comportamiento fue igualmente juicioso y moderado.

Aunque los contactos mantenidos por ambos presidentes tienen la cautela, por ejemplo, de las conversaciones de Camp David, es imposible predecir cómo será el futuro más inmediato, es decir, el del domingo que viene, en que ambos equipos repetirán el ritual formidable del derbi. ¿Llegará un día en que entre las peñas impere la cortesía de Versalles? Aún es pronto para adivinarlo. Los contactos diplomáticos acaban de empezar y aún tardará en llegar el día en que Lopera intercambie con Alés el peluquero que cuida de su tupé o le ceda durante el fin de semana la escultura del Cristo del Gran Poder.

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