Tristeza de principio a fin
El Camp Nou no dio nunca muestras de creer en la victoria del Milan
Por una vez, un 5-0 dejó de ser para el Barça un par de dígitos mágicos. No sirvió de nada: sólo para tomar el billete de cola europeo y acabar en la Copa de la UEFA. No pueden reprocharse nada los azulgrana. En todo caso, su propio pasado, por perder absurdamente en Estambul ante un equipo menor. Ganó anoche el Barça, pero el Milan empató. No fue una sorpresa: la afición recelaba de los italianos y acudió al estadio con el estigma de la resignación. Ni siquiera tenía mucha confianza el vestuario: al menos Kluivert fue sincero. Conoce San Siro, conoce Milanello e intuía que su ex equipo no tendría ningún interés especial en vencer. Fue una noche triste, muy poco tinerfeña y muy poco mágica. Como mucho fue la noche de la radio. La grada se desesperó con el penalti fallado por Shevchenko y se ilusionó inútilmente con el gol de Serginho. Los dos partidos acabaron al mismo tiempo. El equipo se topó con la gran decepción cuando desfilaba hacia la ducha.El Barça hizo todo lo que estaba en su mano, y lo hizo tan rápidamente que costó aún más entender cómo es posible que perdiera por goleada en Estambul. El Besiktas fue un equipo tan pequeño que recibió en seis minutos dos goles calcados de Cocu y Luis Enrique. Los azulgrana despacharon su sequía goleadora de los últimos tiempos y la dependencia de Rivaldo en 15 minutos. El Barça ejerció una abrumadora autoridad en un estadio mudo. No se oía ni una mosca. Cientos de radios portátiles debía de haber ayer en el Camp Nou. Y no decían nada bueno: Albertini enviaba un balón cerca del palo, Viduka desperdiciaba una ocasión. Todo se analizaba con lupa. Fue ese el precio de perder en Estambul.
Para mayor desesperación, el marcador electrónico estaba lleno de vida. Goles en todas partes menos en Milán: el Panathinaikos se adelantaba al Juventus, el Hamburgo, al Deportivo... ¿Y en San Siro? ¿No pasaba nada en San Siro? Fue en el minuto 25. Un grito de alegría salió del estadio seguido de un silencio expectante. El árbitro acababa de señalar un penalti contra el Leeds. Shevchenko se disponía a chutar mientras, a más de 1.000 kilómetros, el Camp Nou se paró. Y el balón... se fue al palo. No debieron de entender nada los jugadores del Barça, que vieron cómo el júbilo de la grada quedaba abortado. Pasaron luego largos minutos sin llegar noticias de Milán, mientras se esperaba que Shevchenko -que ya atormentó, cuando estaba en el Dinamo, al Barça de Van Gaal hace tres años- hiciera algo. Hasta que se produjo el mazazo: Matteo cabeceó un saque de esquina lanzado por Bowyer y superó al portero brasileño Dida, que ayer jugó en el puesto que habitualmente ocupa Abbiati, lesionado.
"Mala suerte, sí". Reiziger, que arrastra una gastroenteritis y no se vistió de corto, se desesperaba en el descanso por el penalti fallado. Las pocas esperanzas se iban. Luis Enrique, en la reanudación, devolvió el tercer tanto al Besiktas y se dio paso a una eterna agonía. Insistía Leonardo, insistía Boban, insistía Shevchenko, insistía sobre todo Serginho, pero sin encontrar gol, mientras que José Mari, el compañero de Puyol, de Gabri y de Xavi en la selección que disputó los Juegos Olímpicos, veía el partido desde el banquillo. Y volvía a la memoria ampliada la imagen de Robinson, el portero del Leeds que ante el Barça lo paró todo. El estadio se refugió en un gélido silencio hasta que Serginho logró que la afición azulgrana dejara de parecer de cartón. Batió a Robinson. Gritó San Siro y explotó el Camp Nou.
Quedaban 20 minutos para la esperanza. Para entretenerse con la radio y con el gol, de penalti, de Rivaldo, y el golazo de Gabri. Pero no pasó nada más en San Siro. Ya estaba escrito: se oyeron en el Camp Nou algunos insultos contra el Milan de los hinchas más radicales. La afición y el equipo se despidieron en silencio mientras el Leeds, aquel equipo de jóvenes imberbes, repetía la bofetada que ya le dio al Barça hace 25 años. Entonces le apeó de las semifinales de la Copa de Europa. Se ha colado entre los grandes y ha dejado al Barça, el único equipo español eliminado de la Liga de Campeones, con sus miserias. Como la de sospechar, como hizo Joan Gaspart, de la honestidad del Milan.
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