Estado y partido
Con la perspectiva de los años podemos afirmar, de manera bastante rotunda, que la estructura del Estado fue el gran problema constituyente que tuvo que afrontar la sociedad española a la muerte del general Franco. Aunque en aquel momento la transición parecía ser nuestro gran problema, en realidad no lo era. La sociedad española lo tenía resuelto.Con la estructura del Estado no ocurría lo mismo. La sociedad española sabía que no podía querer la estructura unitaria y centralista recibida como herencia. Pero no sabía qué quería poner en su lugar.
Se le ha acabado dando una respuesta a este problema mediante la aprobación de los Estatutos de Autonomía. Sin embargo, el consenso sobre la respuesta dada a la estructura del Estado es menor que el que existe respecto de la respuesta dada al problema de la democracia. Esta última no se discute 20 años después de la entrada en vigor de la Constitución. La estructura del Estado se sigue discutiendo más todavía que en el momento constituyente y ha influido en el debate y en el funcionamiento del sistema político. Todos los partidos políticos de ámbito estatal han pasado o están pasando por situaciones de crisis como consecuencia de la dificultad de adaptar su estructura partidaria a la estructura del Estado resultante de la Constitución y los Estatutos de Autonomía.
En la derecha o, si se prefiere, en el centro-derecha es donde la dificultad de adaptación de la estructura del partido a la del Estado se produjo antes. UCD se descompuso al no ser capaz de dar una respuesta al problema de la estructura del Estado inmediatamente después de aprobada la Constitución. Su respuesta en clave "nacionalista", como si la autonomía fuera un problema exclusivo de las llamadas "nacionalidades históricas" y no un problema general de todo el Estado, se topó con la rebelión andaluza del 28-F y, a través de ella, con la de toda España. Fue incapaz de salir del atolladero en que se había metido como partido estatal, con esa interpretación nacionalista de la estructura del Estado, y acabó descomponiéndose y desapareciendo.
Para dar respuesta a esa crisis en el centro-derecha español, AP, que fue el partido en el que se acabó refugiando buena parte del electorado de UCD, tuvo que pasar una larga travesía, refundarse como PP, cambiar de liderazgo y de programa, pasando de propugnar la reforma de la Constitución para acabar con el Estado de las Autonomías a la defensa del marco constitucional-estatutario. Ahora bien, no se puede dejar de reconocer que el PP ha conseguido implantarse en la sociedad española simultáneamente como un partido estatal y autonómico, estando en estos momentos su estructura partidaria mejor adaptada a la estructura del Estado que la de ningún otro partido.
Completamente opuesta ha sido la trayectoria del partido hegemónico en la izquierda española desde las primeras elecciones democráticas. La adaptación del PSOE a la inicial puesta en marcha del Estado de las Autonomías fue sorprendentemente fácil. Sin duda la desaparicion de la UCD le facilitó mucho la tarea. Durante los ochenta, el PSOE hizo compatible la dirección del Estado con la dirección de la mayor parte de las comunidades autónomas, sin que se generaran tensiones institucionales y partidarias que no pudieran ser controladas.
Es verdad que tras las elecciones autonómicas de 1986 se produjo en Andalucía un enfrentamiento, que podía haber sido muy desestabilizador para el PSOE, entre el presidente y secretario general del PSOE andaluz, José Rodríguez de la Borbolla, y el vicesecretario general del PSOE, Alfonso Guerra, que se prolongó durante toda la legislatura y que acabaría con la defenestración de José Rodríguez de la Borbolla y la imposición en Andalucía del liderazgo en un primer momento compartido de Manuel Chaves y Carlos Sanjuán y después de Manuel Chaves en solitario. Pero el PSOE supo controlar la crisis, sin que tuviera repercusión en las urnas.
No ocurriría lo mismo en los noventa. El enfrentamiento entre Felipe González y Alfonso Guerra, que se saldaría con el reparto de poderes, el Gobierno para el primero y el partido para el segundo, conduciría a un equilibrio tan inestable, que obligaría al presidente del Gobierno en la primavera de 1993, ante la rebelión de José María Benegas, a disolver anticipadamente las Cortes Generales y convocar nuevas elecciones. En la campaña electoral, Felipe González, para pasar por encima del aparato del partido que no controlaba, tuvo que acudir a los presidentes de las comunidades autónomas y secretarios regionales, poniendo en marcha con ello un sistema de baronías, que acabaría afectando al PSOE en su capacidad de diseñar y poner en práctica una política para el conjunto del Estado.
Mientras, Felipe González fue secretario general y candidato a presidente del Gobierno esa incapacidad no se notó demasiado. Pero en cuanto abandonó la secretaria general en el 33º Congreso Federal en 1997, se hizo visible. El PSOE no ha sido reconocido desde entonces por la sociedad española como un partido que tuviera una política coherente de dirección del Estado. Ello no le impedía competir en los ámbitos municipal y autonómico, como las elecciones de junio de 1999 pusieron de manifiesto. Pero no le permitía competir en el ámbito estatal, como también pondría de manifiesto el resultado de las elecciones generales de marzo de 2000. De ahí que la crisis estallara la misma noche de las elecciones con la fuerza que lo hizo y que la respuesta que le daría el 34º Congreso Federal fuera tan radical, renovando la dirección de una manera inimaginable sólo unos meses antes.
Ello no quiere decir que el PSOE, con esta renovación, haya resuelto el problema de adaptación de su estructura a la del Estado. Ha dado un paso que era imprescindible para poder hacerlo. Pero todavía le queda mucho camino por recorrer. Y en Andalucía es donde vamos a poder comprobar en primera línea si está en condiciones de hacerlo pronto y bien.
En todo caso, la adaptación de la estructura de los partidos a la del Estado va a ser un problema permanente que ningún partido lo va a tener resuelto de manera definitiva. Las reglas del juego político han cambiado con el Estado de las Autonomías y los partidos van a tener que estar muy vigilantes para que los momentos decisivos no les cojan con el paso cambiado.
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