Gran error
A todo el mundo más o menos informado sobre el acontecer político en el País Valenciano le consta que el presidente Eduardo Zaplana y el editor Eliseu Climent van a la greña. Ellos y los respectivos universos sociales que representan. Es un contencioso que se prolonga desde las elecciones autonómicas de junio de 1995, lo que revela el calado del agravio o de las diferencias, al tiempo que certifica el común propósito y despropósito de mantener enhiesta el hacha de guerra. Debemos suponer que tal obstinación resulta beneficiosa para ambas partes cuando es evidente que no han querido enmendarla tendiendo puentes y propiciando encuentros -arte en el que uno y otro de los citados personajes son peritos- para salvar el civismo más elemental.Y no ha sido por falta de oportunidades. Los Premis Octubre la brindan cada año, pues todas y cada una de las convocatorias comportan alicientes culturales sobrados para justificar ampliamente la participación institucional al margen y por encima de la discordia latente. No en balde se trata de la gran fiesta cultural del país, sin equiparación a ninguna otra, tanto por su enjundia como tradición. Este año, además, los mencionados Premis proponían lo que puede significar un hito histórico: la edición del Diplomatari o compilación de todos los documentos dispersos, conocidos unos y secretos otros, acerca de la estirpe de los Borja. Nada menos que unos 50 volúmenes que aparecerán a lo largo de 20 años.
Como bien saben los lectores de estas páginas, el proyecto se presentó el sábado último en el paraninfo de la Universidad de Valencia, donde concurrió un amplio y selectísimo elenco de estudiosos borgianos, representantes de los gobiernos de Cataluña, Aragón, Baleares y Andorra, con la excepcional presencia del padre Miquel Batllori, que será director de la obra. Las crónicas periodísticas han subrayado la solemnidad y brillantez del acto, así como la enorme laguna que supuso la ausencia de la Generalitat Valenciana, y singularmente de su presidente, a quien nadie ha de pormenorizarle la trascendencia historiográfica y dimensión universal de esta empresa. Sin embargo, cedió a la terquedad o al reconcomio, impidiendo así que el gobierno autonómico -el de todos los valencianos- ocupase el puesto estelar que le correspondía en este episodio.
Parece obvio que el molt honorable y sus parciales son muy libres de repartir a su antojo créditos y deferencias, pero tal arbitrio es incompatible con aquellos asuntos que competen al interés general y al prestigio del país, como sin duda es la iniciativa editorial que glosamos. En una democracia madura los líderes han de ser consecuentes y respetuosos con las prioridades que nos aúnan y que, a la postre, son las que nos vertebran más que las autopistas o los parques temáticos. La estirpe de los Borgia, su investigación y puesta al día, anotamos para el caso, no puede ser patrimonio de una facción o estamento y por ello mismo era imprescindible la comparecencia de la Generalitat. Ha sido, pues, un error, un tremendo error, que diría el clásico, decantado por una falta de perspectiva o un exceso de burrera que en definitiva aluden a un no menos penoso déficit democrático. Causa estupor que tipos tan lúcidos, como Zaplana, encaje goles como éste.
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