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En chándal y en manga corta

Cuentan de Kodro que un día dijo, cuando fichó por el Alavés, que era la primera vez que militaba en un club que no tenía traje oficial. Un asunto ocasional, pero expresivo de la sociología de un club que comparte la profesionalidad absoluta del fútbol español con los hábitos de los sólidos grupos de aficionados.Cuando el pasado jueves el Alavés saltó al terreno de juego de Drammen, para enfrentarse al Lillestrom noruego, en el partido de ida de la segunda eliminatoria de la UEFA, soprendió su aliño indumentario: la camiseta creada especialmente para competición europea (rosa y con el nombre de los 14.000 abonados del club) mostraba una manga corta que retaba a los cuatro grados de temperatura (dos al final del partido) aderezados por un alto nivelde humedad. Sabido es que a los vitorianos difícilmente les intimida el frío, pero el exceso térmico del Alavés contrastaba con las precauciones nórdicas que manifestaban dos jugadores del Lillestrom (un sueco y un noruego) disputando el partido con guantes. El enigma lo resolvió, al término del encuentro, Iván Alonso, el joven jugador uruguayo del Alavés, de 20 años: "Jugamos con camiseta de manga corta, porque no tenemos de manga larga para Europa". Iván Alonso, aterido, a la salida del vestuario, se lamentaba de la circunstancia "porque el barro parecía hielo", mientras meditaba cabizbajo y cariacontecido el penalti fallado que hubiera abultado la goleada conseguida por el conjunto alavés.

El Alavés ya tiene traje oficial, pero a Noruega viajó en chándal, el mismo que portaban algunos aficionados, como cuando el fútbol aún no había caído en las redes de las políticas de imagen. Cuestión de comodidad, espíritu de grupo. "Resulta interesante comprobar lo bien que se llevan", reconoce el técnico Mané, a sabiendas de las distintas procedencias y las diferentes aspiraciones de una plantilla que reúne ocho nacionalides: española, noruega, argentina, yugoslava, croata, uruguaya, rumana e hispano-holandesa.

Cada cual, recién llegado, ha aceptado las singularidades del club: la tortilla tras los entrenamientos, como factor unificador, la familiaridad social, las rotaciones deportivas o el acarreo de los útiles deportivos según el turno o las circunstancias.

El Alavés fue noticia la pasada temporada porque varios jugadores viajaron a Madrid en autobús de línea a causa de un desajuste organizativo. Desio, un futbolista envidiable para cualquier club, lo asumió con la cortesía que impone el grupo. Se extrañó, pero no se quejó.

El Alavés es así, igual en el campo que fuera del terreno de juego. La lección aprendida excluye los divismos. Mané y su ayudante Ángel Garitano, cuando afrontan un fichaje evalúan casi por igual las aptitudes futbolísticas que la valoración de integración al grupo. Algunos futbolistas han sido rechazados por suspender este último aspecto aun cuando superaban con nota el examen futbolístico.

Mané no quiere ruidos en el vestuario. El azulgrana Gerard no se cansa de repetir que la caseta de Mendizorroza (cuando jugó como cedido en el Alavés) es algo inolvidable en su trayectoria futbolística y probablemente irrepetible. A Mané le disgustan los signos externos de la aristocracia futbolística. El club no cambia por los resultados. En la pretemporada, el equipo entrenó en un campo de golf, compartiendo el raseo del balón con el vuelo de las bolas que amenazaban su cabeza. Y nadie dijo nada. En el ambiente flotan las travesuras cotidianas de Contra o Javi Moreno, el equilibrio de Karmona (curtido en mil batallas) o Desio (curtido en mil ideas). El sorpasso del Alavés tambien tiene que ver con el espìritu de la tortilla, del chándal y la manga corta.

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