Un Calderón rejuvenecido
Buen trabajo actoral
La dama duende
De Calderón de la Barca, en versión de Alonso de Santos. Intérpretes, Enrique Simón, Alfonso Lara, Lola Baldrich, Cecilia Solaguren, Antonio Castro, Pablo Rivero, Débora Izaguirre, Gonzalo Gonzalo... Iluminación, Josep Solbes. Coreografía, María J. Ruiz. Vestuario y escenografía, Llorenç Corbella. Música, Javier Alejano. Dirección, José Luis Alonso de Santos. Teatro Principal. Valencia.
Éste es uno de los cientos de montajes que se han hecho en el año que termina como homenaje al cuarto centenario del nacimiento del dramaturgo Calderón de la Barca. Es un montaje menor, tanto en lo que se refiere al texto como en lo que tiene que ver con su puesta en escena, que además llega con evidente retraso, lo que parece más lamentable si tenemos en cuenta que no hemos podido ver por aquí trabajos de más enjundia como los dirigidos por Miguel Narros (Mañanas de abril y mayo), Calixto Bieito (La vida es sueño) o Sergi Belbel (El alcalde de Zalamea), obras mayores a juzgar por las referencias que llegaron en ocasión de sus estrenos respectivos a lo largo de la temporada pasada.Alonso de Santos, lejos de su etapa experimental y de sus homenajes a talentos escénicos como el polaco Tadeusz Kantor, insiste en la variante festiva de sus puestas en escena, y lo hace con fortuna en esta obra, convirtiendo el texto en una especie de vodevil avant la lettre, con el apoyo tan circunstancial como efectivo de un juego de estatuas femeninas susceptibles de animar el espectáculo teatral y de una algo pétrea, en su apariencia, escenografía, además del excelente partido que saca del juego cómico que se establece entre las criadas.
Especializado quizás desde siempre en la picaresca, el director convierte en expresión cotidiana un verso a veces enrevesado y siempre difícil de decir, con el soporte de un trabajo escénico que, más allá de alardes escenográficos, lo fía casi todo a un contundente trabajo con los actores, entre los que destacan, Enrique Simón y Lola Baldrich, en el conjunto de una actuación donde el propósito de obtener la jovialidad a toda costa está en sintonía con las intenciones que se atribuyen a esta versión.Todo el espectáculo respira esa especie de ilusionado romanticismo de capa y espada que tanto conviene a los montajes de inspiración oficialista a la hora de encararse con un clásico del teatro, aunque sea con una de sus obras de juventud, como es el caso, y el espectador puede preguntarse si esa omnipotente presencia de los enredos del amor, incluso con sus subrayados correspondientes, no podría haber sido más conmiserativa con algunos otros de los temas calderonianos que también transitan por La Dama duende. A fin de cuentas, a estas alturas se tiene de la obra de Calderón una mirada más bien global.
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