De la infamia y sus complicidades
Resulta que han sido millón y medio de pesetas. Más le cobran a un indigente por no tener asegurada la furgoneta de chamarilero. Terrible sanción por actitudes infames, incitación a la agresión y ya no sólo verbal y además apología de la violencia y del odio. Millón y medio pueden ser una cantidad disuasoria para un obrero o un ama de casa campesina, pero no para Joan Gaspart, y quienes imponen tal multa saben lo que hacen, son conscientes de ello.Resulta que la dirección de un equipo cuyo presupuesto se lanza a las decenas de miles de millones sin problemas y que presume de ser un club sano de finanzas recibe un castigo del que todos saben que no es castigo ni nada. Es un sarcasmo pero también una afrenta, al jugador que aquel sábado no pudo lanzar de esquina, al equipo en que juega y que por ello se vio directamente perjudicado y a una afición al fútbol, incluidos los no insensatos del Barcelona que vieron cómo un partido se veía condicionado por una violencia verbal propagada por poderosos medios e inusitada perversión.
Resulta que una campaña de medios auspiciada y alimentada por la dirección de un club otrora honorable y hoy dirigido por un forofo logra impedir que el equipo contrario juegue según los criterios que cree más idóneos. Y que los métodos para que así sea son la amenaza, los insultos y la agresión directa con el lanzamiento constante de todo tipo de objetos al campo de juego.
Si los mecheros y los teléfonos móviles hubieran volado en otros campos de la geografía española habríamos tenido sin duda sanciones ejemplares, clausuras de estadios para demostrar la eterna disposición de las autoridades deportivas "contra todo tipo de expresión violenta". Aquí, como dicen los argentinos, "millón y medio, nomás". Es decir Peanuts.
Si a un señor Gaspart, como a un Gil y Gil o a un Lopera, se les puede permitir un lenguaje de desprecio e incitación al odio como sucede, cómo nos vamos a quejar que en los escalafones más ínfimos de la hinchada algunos recurran al navajazo o el arma arrojadiza para desfogarse. Pero sigan todos así hasta que algún día no tengamos un muerto aislado en los aledaños del Calderón, sino unas decenas en algún campo, incluido algún jugador visitante que fue a sacar un córner pese a haber sido advertido por la prensa deportiva local de que no debiera osarlo.
La repugnancia que produce la militancia cuando espoleada por sus dirigentes se llegan a estas simas de miseria, tan sólo hacen que mi estima por ese gran profesional y, según dicen quienes lo conocen bien, gran persona, que es Figo, ha aumentado lo indecible con el espectáculo del Camp Nou. Qué gran señor este jugador enfrentado a una horda detestable de corifeos del odio agitada por unos dirigentes a los que llamaremos tan solo irresponsables por falta de ganas de asomarnos a los tribunales. Primero se arrebata el honor al individuo, después se legitima que sea agredido y después se le despoja de su derecho a jugar o a existir, como futbolista o como persona. Asco dan estos ejercicios fascistas de terrarium, aunque sea en experimentos en estadios de postín.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.