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Agua de la discordia

Se ha dicho que Goethe fue la última persona que poseyó todos los conocimientos humanos acumulados hasta su época. No contento con eso, Goethe incluso hizo interesantes aportaciones a algunas ciencias, como la medicina y la física. En nuestros días, es tal la acumulación de abstrusos conocimientos que aquel genio alemán sería un solo votante con suficiente sabiduría para saber por dónde van los tiros. Su capacidad literaria permanecería invariable, pues contrariamente a la opinión del comunismo y de autores como Tolstoi, el arte no admite progreso. Nadie ha superado a Sófocles.Una de las cosas que este hipotético Goethe conocería bastante a fondo, sin detrimento de su ardiente dedicación a la literatura, sería el medio ambiente. Consumió mucho tiempo en la observación poética y científica de la naturaleza. Es harto verosímil suponer que Goethe escribiría de temas medioambientales con parecido conocimiento de causa y la misma vena lírica que el gran experto (colaborador de EL PAÍS) Joaquín Araújo. Mientras contemplaría melancólicamente el espectáculo de tanto erudito a la violeta como mete baza en la abstrusa cuestión del Plan Hidrológico Nacional; casi siempre, con las turbias aguas de la política de por medio. Como si la España autonómica fuera una balsa de aceite que nos mata de tedio, ahora quieren gresca, una especie de todos contra todos con maridajes heterogéneos, cambiantes y lo bastante improbables para que al final no se sepa quién es quién. Dios quiera que no tengamos que leer el epitafio: "Entre todos la mataron y ella sola se murió". Pero me temo que Dios no se mete en estas cosas.

La cuestión del agua, por otra parte, es un ejemplo entre tantos de que la democracia se reduce al formalismo de las urnas. Redundará en beneficio electoral de quienes griten más en más medios de comunicación y mejor apelen al visceralismo de un electorado propenso a arrimar el ascua a su sardina. O eso creerá; pues tan complejo es el asunto que al arrimar el ascua puede que se queme la sardina propia y la del vecino. Que a veces la mejor carretera, en todos los sentidos, no es la que discurre cerca de nuestra casa, sino tal vez a 500 kilómetros de distancia. Pero nadie les va a la mano y loado sea el overkill.

¿Agua del Ebro o no agua del Ebro? ¿Para Barcelona, para la Comunidad Valenciana, para Murcia, para Almería? Parece que este río -que a los anglosajones e hispanos de allende el Atlántico les parecería un brook, un arroyo- es capaz de irrigar sin detrimento toda la zona ribereña de nuestra porción del Mediterráneo. Los catalanes, en cuyo territorio desemboca el Ebro, dicen tibiamente sí al trasvase porque en el PHN se autoriza la traída de agua del Ródano a Barcelona. Como un día se compruebe que la cesión de tantos caudales del Ebro causa la regresión del delta -algunos especialistas hablan poco menos que de exterminio- los catalanes cambiarán de parecer y no se les podría reprochar.

Un servidor es profano en la materia, es valenciano y pretende ser justo. Un trasvase del Ebro, sin resolver antes la necesidad de agua del enorme desierto aragonés, no sólo sería injusto sino políticamente explosivo. Eso nos faltaba, aumentar las diferencias entre autonomías, por si las que hay no son suficientes. Estas historias suelen tener el mismo final: todos pierden.

Pero otra cosa llama la atención en el Plan Hidrológico Nacional: parece concebido hace varias décadas. O sea, cuando el agua todavía era, o así lo parecía, un recurso inagotable. Pero ya en la década de los sesenta, el Club de Roma lanzó la alerta. Desde entonces se ha venido repitiendo que el agua se convierte por doquier en un bien escaso, hasta el punto -se afirma- de que las más de las guerras del siglo XXI serán por este recurso. El agua ya es más importante que el petróleo en muchas partes. El catedrático de la Universidad de Valencia Enrique Cabrera, nos recuerda que hemos dejado atrás la época del water development y estamos en la del water management. O sea, del tiempo de las grandes obras al de la gestión de los recursos hídricos.

No se trata, por otra parte -creo yo- de que los planes hidrológicos sean, más que inútiles, perjudiciales. Aunque expertos hay que así lo piensan. Ecologistas en Acción, contrarios al trasvase del Ebro a Valencia, afirman "que es una obra innecesaria y que las zonas de Valencia y Murcia tendrían agua si la gestionaran correctamente y las autoridades combatieran a quienes contaminan". Ciertamente, los valencianos consumimos más agua de abastecimientos que nuestros compatriotas de la España húmeda. Aún faltan depuradoras y no se reutiliza toda el agua de las que hay en funcionamiento. Por las cañerías se pierde hasta la mitad del agua de abastecimiento y un alto porcentaje de la dedicada al riego. El riego a goteo es la parte menor y está en pañales la tecnología para desaladoras. No es cosa del gobierno Zaplana sino de una cultura del agua que viene de lejos y que no sólo afecta a la Comunidad Valenciana.

En todo lo anterior se basa la nueva cultura del agua, que ya no es tan nueva, pues cuenta con algunas décadas de edad. ¿Entonces, qué? Pues que ni socialistas primero, ni populares después, han confeccionado un plan hidrológico con espíritu de carestía, sino con espíritu de abundancia, según el cual todo lo que hay que hacer es quitar agua de aquí para poner allá. A partir de este error de origen, todo plan nace viciado. Yo no sé si imponiendo el ahorro, la eficiencia, la reutilización, incluso las desaladoras, la Comunidad Valenciana tendría agua suficiente, como afirma Ecologistas en Acción. (¿Cómo diablos voy a saberlo yo, un profano?). Ni siquiera podría hablar con autoridad de los posibles planes de cuenca. Si sé que en el peor de los casos, nuestras necesidades de agua serían muchísimo menores; y sé, sobre todo, que un buen plan hidrológico, en nuestros días, tiene que estar prioritariamente orientado a la gestión, al ahorro. Incluido el precio del agua, que figura en el plan y es otra cuestión a debatir.

Ni socialistas ni populares consensuaron el plan, cuando debieron haberlo consensuado junto con las autoridades de todas las autonomías, pues ésta es una cuestión de Estado. Voy más lejos. Consenso sobre proyectos técnicos hechos por especialistas internacionales y sin españoles. No es que nuestros expertos sean inferiores. Son tan buenos como el mejor. Y aún suponiéndoles la imparcialidad como se le supone el valor al soldado, ¿somos todos imparciales? ¿No pesa la ubicación geográfica del ciudadano, no pesaría su opción política? Hay que eliminar suspicacias hasta donde sea posible, que nunca será totalmente posible.

Lo malo es que ahora hay prisa porque la UE retirará los fondos para el plan si no se cumplen las fechas. Pero con diligencia y olvidados unos y otros de réditos políticos aún se llegaría a tiempo. Bien me percato de que este parrafito, ay, merece un amén.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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