Autocrítica a propósito de México
Hay que saber cuestionar los juicios propios. No al cabo de mucho tiempo, cuando han sido claramente desmentidos por los hechos, ya que entonces nadie se interesa por ellos, sino tan pronto como sea posible, antes de que la historia haya juzgado, para intentar comprender mejor una nueva situación o una evolución inesperada. Es lo que quiero hacer aquí. Cuando tuvieron lugar las elecciones mexicanas, reconocí lo que era evidencia, es decir, que los mexicanos querían librarse del Partido Revolucionario Institucional (PRI), pero añadí que el jefe del Partido de Acción Nacional (PAN), Vicente Fox, tenía un tono populista, como ocurre en estos momentos en muchos países de ese continente -por ejemplo, Lavín en Chile-, tono que siempre he considerado peligroso. Al mismo tiempo, creía que el PRI podía reconstruirse o, en todo caso, que en su seno se formaría un grupo de reconstructores. Hoy, antes incluso de que el presidente electo haya tomado posesión del cargo, pienso que mi opinión debe ser corregida.La destrucción del aparato del PRI ocupará fácilmente toda la presidencia de Fox y todo el mundo, o casi, estará de acuerdo con esta política más favorable a la economía de mercado que al clientelismo. Pero no es sobre este punto sobre el que quiero revisar, preferentemente, mi juicio. Las declaraciones de las primeras semanas demuestran que Fox no prepara una política populista, que tampoco está dominado por las tendencias católicas fundamentalistas del PAN, que quiere formar un Gobierno "plural", como se dice ahora en Francia, y, por consiguiente, crear en México las condiciones, tanto políticas como económicas, de una democracia moderna. Hay que tener confianza en tales intenciones. Añado, y para mí no es un simple detalle, que el presidente se ha comprometido a que el Parlamento adopte de inmediato los acuerdos preparados con los zapatistas, a retirar al Ejército de las comunidades indígenas y a reconocer los derechos de esas comunidades indígenas. Tal vez sea demasiado tarde y tal vez el movimiento zapatista, que guarda silencio desde las elecciones, es demasiado débil para elegir una nueva política en un momento en que el Partido Reformista Democrático (PRD), su aliado natural, ha sufrido una gran derrota.
Pero hay que ir más allá de estos comentarios limitados y plantear directamente un problema al que Suramérica, como se ha visto hace poco en Brasilia, tiende a dar una respuesta negativa. ¿Puede un país incorporado al Tratado de Libre Comercio Norteamericano (TLC), cuya economía está estrechamente vinculada a la de Estados Unidos y, por lo tanto, a la geopolítica de este país, tener una vida social y cultural independiente? ¿Existe un margen de decisión y de creación en un país que muchos consideran que ha abandonado Latinoamérica para perder su identidad en una Norteamérica dominada por EE UU? Fox es seguramente un liberal favorable a EE UU y a la economía de mercado. Pero, ¿significa su elección la subordinación cada vez más automática de México a EE UU? Hay que responder de manera tajantemente negativa a estos temores y a estas acusaciones, lo que debe conducir al conjunto de Latinoamérica a reflexionar sobre su futuro.
Resulta que, desde el punto social y cultural, México es el más vivo de los países latinoamericanos, algo que no se puede achacar al efecto de las presidencias de Salinas y de Zedillo pero que no ha paralizado la política liberal. México, que durante tanto tiempo fue un partido-Estado, ha emprendido el camino que lo convertirá en una nación. También se ha dotado de los medios para llevar a cabo una gran política científica e intelectual manteniendo, incluso en los peores años, su política de formación de sus mejores estudiantes. Paralelamente, hemos podido ver la sensibilidad de muchos intelectuales mexicanos ante el movimiento zapatista. El mundo de las ideas, mantenido por grandes revistas, ha alimentado tanto el debate como la creación. México sigue siendo el país tanto de Octavio Paz como de Carlos Fuentes. No pretendo hacer aquí un panegírico de México, sino algo muy distinto, romper con un juicio todavía muy extendido que identifica toda la vida cultural y social con los intereses de los grupos o de los países que controlan la economía.
Podría incluso recordar aquí que el otro socio de EE UU en el TLC es Canadá y que hay que ser ciego para no ver la originalidad de Canadá, anglófona y francófona a la vez, en relación con EE UU, en especial en todo lo que concierne a la política social. Pero pienso más bien en el conjunto de Latinoamérica. Hay muchas posibilidades de que en 2004 un tratado de libre comercio se extienda a todo el continente. Por el momento, sólo Brasil se opone a él. Argentina, al igual que Ecuador, está "dolarizada" y Chile está fascinado con México, con el que ha desarrollado mucho su comercio.
¿Debemos decir ya que una Latinoamérica incorporada al gran espacio controlado por EE UU va a "americanizarse", es decir, a perder su autonomía social y cultural? Que esta hegemonía cultural ya está presente, en especial en el cine, es evidente; que las élites mexicanas se forman en EE UU mucho más que en Europa es un hecho; que el norte del país adopta unas formas de trabajo y de vida procedentes de EE UU es, en cierta medida, exacto; pero vemos que quienes han emigrado al otro lado de Tijuana a menudo conservan una conciencia mexicana y que los modelos latinos de vida privada resisten con fuerza. Pero en este momento estoy pensando en otra autonomía; más política que social. Nada nos garantiza que Latinoamérica se vaya a recuperar social y políticamente, aunque tampoco nada nos obliga a decir lo contrario y el juicio más optimista que se puede hacer sobre Fox es que su obra, inspirada en un liberalismo exigente, creará unas condiciones más bien favorables para el renacimiento de la sociedad mexicana. Esta apuesta es arriesgada, pero, a fin de cuentas, la prefiero a la apuesta contraria.
Alain Touraine es sociólogo francés, director del Instituto de Estudios Superiores de París.
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