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Rutinas en el paisaje

Antonio Elorza

En vísperas de su desaparición de la vida pública, Julio Anguita sigue dando muestras de su capacidad para decir disparates. En una larga entrevista concedida al diario del PNV, no se limita a exhibir una vez más su condición de caballero digno de figurar en el séquíto real de La venganza de don Mendo -"¡yo no miento nunca!", proclama-, sino que, sirviéndose de ese mismo lenguaje, se entrega alegremente, para gozo de sus lectores abertzales, a la descalificación de las instituciones democráticas españolas y de sus gestores. "¡Que no hablen de Constitución cuando el Gobierno español la está mancillando continuamente en el Congreso!". ¿De qué forma el Gobierno felón la mancilla? Por discreción sin duda, Anguita omite el relato del escabroso episodio. Pero no renuncia a adornar la faena: juzga un error la manifestación del 23 de septiembre, ya que se hizo por la Constitución y el Estatuto, estima que Aznar "está preso de la misma filosofía de la locura que sus adversarios" y, en fin, como contrapunto, que IU trató de "llevar racionalidad a Euskadi" (sin duda, al suscribir el pacto de Lizarra sin enterarse de qué había debajo). Una racionalidad que ahora supone enfrentarse a unas mociones de censura que no se ocupan de los servicios sociales y sí de "la lucha contra el nacionalismo", hacia quien nuestro caballero siente una honda sintonía que le lleva a convertirse en su protector en estos tiempos difíciles. Claro que al parecer tanta entrega generosa no deja de tener su pago en forma de rebaja del mínimo de votos necesarios para que los de Madrazo alcancen representación en el Parlamento vasco.Izquierda Unida viene así a desempeñar en Euskadi un papel diametralmente opuesto al jugado por los comunistas vascos en la transición. En vez de actuar como fuerza de consolidación de la democracia, IU aprovecha hoy la menor ocasión para sumarse a los movimientos centrífugos e impulsar el desgaste de unas instituciones ya en exceso amenazadas en la tierra vasca. Entonces los comunistas se volcaron en la propaganda y en la defensa de Constitución y Estatuto; ahora ambas leyes no deben nombrarse si de veras se quiere la paz. Ezker Batua ni se entera del patinazo que dio sumándose a Lizarra e insiste en constituirse en apéndice, políticamente inútil pero legitimador, de una política de frente nacionalista. En lugar de encabezar las movilizaciones por la paz y contra el terrorismo, desde una política de unidad democrática, respalda la actitud condenatoria del mundo abezrtzale frente a las mismas. Para nada positivo sirve, pero está satisfecha con su enfrentamiento al "pensamiento único" que es como ahora se denomina en este tema al esfuerzo de dar cohesión a la respuesta democrática contra el terror. En el fondo, a diferencia de lo que pensaran los partidos comunistas de España y de Euskadi durante la transición, todo es bueno si daña al Estado burgués.

La cuestión es saber si esa esperpéntica actitud política de Anguita y de Ezker Batua, la IU vasca, constituye un fenómeno local o es en cambio una característica de fondo aplicable al conjunto de los planteamientos políticos de la coalicíón. En el caso de Anguita, la respuesta es necesariamente afirmativa, pues vimos cómo enlaza los dos niveles, vasco y estatal, pero en definitiva lo que el político cordobés piense o diga cuenta ya poco para el futuro. Mirando hacia atrás, lo único seguro es que la historia no le absolverá. Importa más conocer las posibilidades que se abren en torno al debate sucesorio de la próxima asamblea. El grupo dirigente de la era Anguita ha dado una última prueba de su aversión a los usos democráticos, con su insistencia en el consenso a establecer desde arriba y el rechazo del procedimiento directo, "un delegado, un voto", que tan buenos resultados dio en el Congreso del PSOE. Pero como en el caso de los socialistas, la conciencia de crisis puede servir de acicate para que los militantes aprovechen la ocasión de tomar los asuntos en su mano, forzando una renovación a la que el vértice del PCE se muestra inequívocamente opuesto.

La verdad es que la tarea de renovación se presenta plagada de obstáculos, y no son los menores la lucha a muerte defensiva que va a entablar el aparato del PCE para defender su hegemonía con la candidatura de Frutos, y la circunstancia exterior desfavorable, con las expectativas de recuperación abiertas para el PSOE tras la victoria de Rodríguez Zapatero. El espacio de maniobra para IU, empeñada a corto plazo en evitar el hundimiento final, es en la actualidad muy exiguo. Todo pasa por ofrecer a la opinión pública, como hiciera el PSOE, nuevas caras y nuevos estilos de hacer política, radicalmente apartados de los que protagonizaron la crisis. El relevo generacional es sin duda parte imprescindible de ese viraje, pero por sí mismo no constituye la panacea, en contra de lo que viene proponiendo en estas páginas un joven colega, comprometido en el cambio de IU. Como dijera Georges Brassens en una de sus canciones, " quand on est con, on est con; le temps ne fait rien à l'affaire", la estupidez política no tiene edad, a diferencia de lo que sucede en el terreno de las conquistas amorosas, y nada se ganaría elevando a la dirección de IU a algunos de tantos jóvenes de mentalidad grupuscular que se encuentran en sus filas. En el trío principal de concursantes que iniciaron la carrera sí que están las cosas claras, pero por eliminación. Tanto Frutos como Rejón han acumulado ya suficientes fracasos como dirigentes de primer plano en la vida de IU; más vale dejarlos descansar. Queda Llamazares que, salvo al hablar de Euskadi, parece un político juicioso y entusiasta, habiendo salvado hasta cierto punto los muebles en Asturias. Es el único hombre del que cabe esperar un cambio.

El problema es de contenidos, sobre todo por la exigencia de superar el maniqueísmo anguitiano de las dos orillas, actualización pedestre del viejo "clase contra clase" de la Tercera Internacional. En los tiempos que corren de desconcierto en la izquierda, es la solución más fácil y llevaría inexorablemente a IU hacia una posición de gueto cada vez más reducido, políticamente nocivo, como ocurre en el caso vasco, hasta rozar en ocasiones los modos de un fascismo rojo, evocador de viejas glorias totalitarias. El nuevo orden/desorden económico de la globalización ofrece demasiados pretextos para tomas de posición testimoniales, cargadas de tradicionalismo aparentemente revolucionario, de las que IU ofreció pruebas reiteradas en

los últimos años, con su inquebrantable adhesión a la dictadura de Fidel Castro o unas vergonzantes movilizaciones al lado de Milosevic que tuvieron la virtud de sofocar otros planteamientos críticos ante la intervención militar de la OTAN en Kosovo.

Los motivos para insistir en una política de izquierda no faltan, pero conviene tener en cuenta autocríticamente, como antes se decía, los propios fracasos. Ante todo, la causa de la izquierda debe ser la de la democracia, reconociendo desde el pluralismo la exigencia de transformaciones que inviertan la tendencia actual hacia mayores niveles de injusticia. La lucha contra la desigualdad, entre los pueblos y en nuestra misma sociedad, sigue siendo un eje imprescindible de actuación.

Es preciso intensificar las políticas de defensa del medio, no en batallas simbólicas sino en planteamientos globales de la política económica europea. Hay que defender e integrar a los inmigrantes, creando una cultura de la tolerancia, del respeto hacia el otro y de reconocimiento de sus derechos democráticos. La movilización sigue siendo precisa ante los reiterados actos de barbarie que registra la polítíca internacional, huyendo de viejas afinidades (China, Cuba, Yugoslavia) para forzar la sensibilidad social en favor de causas como la palestina. Si se está de acuerdo en perseguir a Pinochet, hay que promover sanciones contra Israel. El pensamiento de izquierda no puede ser conformista; si aspira a sobrevivir, tendrá que recuperar la iniciativa perdida, en nombre de la razón y de la humanidad. La condición minoritaria de IU supone una ventaja en este terreno, siempre que tenga mimbres para abordar la tarea y no se introduzca de nuevo en los caminos sin salida del pasado comunista.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense.

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