'Busing'
Han sido casi unánimes la reprobación y el descontento ante los escuálidos frutos obtenidos en Sydney por nuestros olímpicos. Parte de las críticas apuntan a la escasez de medios puestos al servicio de los participantes, con lo que, en principio, no estoy de acuerdo. Los españoles son hoy más altos, más fuertes y se van más lejos en vacaciones. No cabe duda de que la raza ha prosperado en las últimas generaciones y creo conocer una de las causas de su indudable mejoramiento: un pueblo cuyos individuos tienen la oportunidad de viajar frecuentemente en los autobuses urbanos -especialmente los de Madrid- es un pueblo templado, recio y suficientemente entrenado, porque en ello le va la supervivencia. Yo mismo he llegado a una edad avanzada, descartando el milagro, merced al uso cotidiano de los transportes públicos.El otro día me fallaron los reflejos -por los demasiados años- y no pude superar el frenazo escalofriante que propinó la gentil conductora del autobús municipal en el que viajaba. Por décimas de segundo, mi instinto de conservación y la agilidad mermados impidieron que pudiera asirme a una de las barras verticales en las que suelen recostarse los usuarios, y di con los huesos contra ella, alcanzando una meritoria marca al llegar al suelo. Un mediodía de domingo, con muy escasa circulación y sin que se cruzase otro automovilista insensato, ni el niño detrás de la pelota, ni esa renqueante anciana que rara vez alcanza la otra acera con luz verde. Por la izquierda apareció un autobús de turistas, de esos que tienen dos pisos, jardinera superior descubierta, guías en cada plataforma, pero que -según he leído en este mismo periódico- carecen de licencia para circular, lo que no ha sido ni es óbice para que lo hagan.
Acabábamos de abandonar la parada cuando tuvo lugar la emocionante experiencia deportiva. Sólo expertos en física pueden evaluar con exactitud la velocidad de un cuerpo humano erguido, cuando un enérgico pie aplasta el pedal del freno y el dicho cuerpo vuela impulsado por la irresistible fuerza centrífuga liberada. He visto pasar silbando ante mí a frágiles damas y decrépitos jubilados que en lugar de permanecer en sus casas, esperando el inevitable desenlace, pululan por las calles y utilizan sin tasa los medios de locomoción comunes gracias a la rumbosa tarifa de la tercera edad.
Poseo ciertas dotes de observación -la sabiduría del diablo viejo- que me llevó, hace años, a desarrollar con carácter empírico la hipótesis de que algunos países de economía débil, ínfulas internacionalistas y situación geopolítica comprometida, nos enviaban nutridas remesas de aspirantes a cosmonautas para iniciarles en específicos ejercicios de aceleración súbita, detención violenta, fricción supuesta de entrada en la atmósfera, ingravidez, penetrabilidad de los cuerpos y otros ensayos muy costosos. Un cursillo intensivo a bordo de los vehículos de la EMT, bajo el discreto control de expertos municipales, propiciaba el entrenamiento, básico para los futuros navegantes del espacio. Alguien creyó reconocer, hace tiempo, a Slobodan Milosevic -o quien se le parecía mucho- merodeando por las paradas de los autobuses en la Ciudad Universitaria, lo que no he tenido oportunidad de verificar. Un pueblo curtido en tales menesteres cotidianos es inexplicable que falle en unos meros Juegos Olímpicos. Parecidas cualidades ancestrales que hacen tan veloces a los corredores africanos tendrían que amparar la semilla en nuestros tenistas, nadadores, futbolistas y lanzadores de jabalina; incluso me sorprende que no destaquemos en el rugby y es deplorable que, por ahora, esté descartado como deporte competitivo el descenso del Sella, tan parecido a ciertos trayectos urbanos en calles y avenidas de poco tráfico los fines de semana. La singular destreza de la mayoría de los conductores de estos enormes y veloces mamotretos, tanto para esquivar furgonetas descaradas o girar donde se encuentran aparcados turismos en doble o triple fila, junto al semáforo, con nervios de acero y el genio improvisador de quienes tienen la certidumbre de que jamás aparecerá un guardia. Quizás no ha transcurrido tiempo suficiente desde la abolición de los tranvías, pero confiemos en la próxima cita olímpica: madera hay, coraje y experiencia urbana.
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