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FÚTBOL: El gran clásico monopoliza la sexta jornada

Regreso con sudor frío

Culés y madridistas reciben al portugués en su estrepitosa vuelta a Barcelona

La niña tiene unos catorce años nada precoces, cachetes rojos manzana y una vieja camiseta naranja de visitante del Barça -la de este año es gris-, empapada de sudor. "¡Figo Judas es!, ¡Figo Judas es...!", grita despechada. Da saltos. Le falta garganta para elevar la voz y altura para ver a su ángel caído bajar del autobús: el portugués Luis Figo, de 28 años, rodeado de policías nacionales atravezando a la carrera un pasillo humano. De un lado los culés, todos púberes. Del otro los madridistas, todos púberes. Todos gritándose consignas y tirándose huevos a las puertas del hotel donde se alojó el Madrid, en el centro de Barcelona. El desorden que desató el regreso de Figo a la ciudad que le elevó a la condición de ídolo fue un espectáculo cercano al patio de colegio. No hubo más de 200 personas a las puertas del hotel.El viaje comenzó en Madrid. Allí en Barajas, hasta la puerta del avión del puente aéreo, Luis Figo fue asediado por decenas de aficionados que le pidieron un autógrafo a cada paso a lo largo de toda la terminal tres. Le dijeron de todo. En castellano, en catalán o en chino. Una señora china le dijo algo ininteligible y Figo puso cara de póker. "Yo soy del Barça", le explicó otra chica, "y creo que lo que has hecho es una putada pero te deseo suerte para mañana [por hoy]". El jugador recibió reproches y elogios de todos los colores en vísperas de su partido en el Camp Nou. "¿No se te ocurrirá meternos un gol, verdad?", le interrogó un hincha catalán, apelando a la compasión de un jugador que hace meses fue santo y seña del barcelonismo. No. Tampoco para el barcelonismo guarda ese sentimiento Figo. La causa: "Yo soy un profesional". Su réplica a la solicitud: "Si me pides que haga eso, es que no sabes quién soy yo".

El sentimiento de traición estaba en el aire. En el avión, donde Figo durmió a pierna suelta. En Madrid y en la plataforma del aeropuerto de El Prat, en Barcelona. Allí aparcó el Boeing en la penumbra de las últimas horas de la tarde, y los jugadores fueron evacuados en un autobús que los esperaba a pie de pista. "¡Figo pesetero!, Figo pesetero...!". Un grupo de unos veinte empleados del aeropuerto se congregó junto a la escalerilla para increpar al jugador. No hubo más. El autocar fue escoltado por tres furgonetas de la Policía hasta el hotel, donde la doble manifestación se agitaba. "¡Visca Barça, Visca Catalunya!", proclamaron. Un motorista descendió de su vehículo en un semáforo para lanzarle a Figo el epíteto preferido.

"Yo que él no estaría tranquilo. Es una situación complicada: cuando fichó por el Madrid ya sabía a lo que se exponía", había dicho Sergi por la mañana, quizá el azulgrana menos conciliador. "No soy yo quien tiene que decir si todo este conflicto es excesivo. Eso les corresponde decirlo a ustedes", había dicho Serra Ferrer invitando a los periodistas a la reflexión. Pero la primera impresión del madridismo invasor fue la sonrisa divertida de McManaman, gesticulando contra el cristal. Luego los dientes de la risa de Raúl y el gesto provocador de Guti. Y luego Figo, entre Munitis y Chendo, sonriendo. Bajando del autobús... Parecía tranquilo. Parecía. Acabó empujado por policías hasta el interior del hotel. Hizo una mueca forzada. Como si no hubiera hecho falta. Un admirador, en Barajas apuntó la única evidencia del estrés. Las glándulas sudoríparas del luso: "Le di la mano y la tenía mojada".

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