Un plan que no convence
El País Valenciano vive la peor sequía de los últimos 60 años. Los labradores, especialmente los de las comarcas del sur, pero no sólo ellos, las están pasando moradas y de poco les sirve argüir que sus cultivos figuran entre los más rentables de España. Además, no pocos municipios costeros y turísticos están sufriendo -y han padecido a lo largo de todo el verano- las habituales restricciones. En términos generales, el déficit hídrico está condicionando gravemente el desarrollo económico de la Comunidad al lastrar sectores tan decisivos como los citados, a los que habría que añadir el de la construcción.En estas circunstancias no parece sensato cuestionar siquiera levemente la idoneidad del Plan Hidrológico Nacional (PHN) que propone el ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, a quien habrá que reconocerle, cuanto menos, unas dosis de moderación que el socialista José Borrell no tuvo en el plan que parió a la hora de cuantificar el volumen de los caudales y el número de los trasvases a realizar. En este aspecto, algo o mucho se ha ganado para allanar el camino hacia un consenso estatal entre las cuencas donantes y las beneficiarias.
Sin embargo, a nadie ha de chocar que dicho plan no convenza a todos y que se le objete con mayor o menor rotundidad, promoviendo así un debate entre los que lo bendicen como una panacea para el presente y el futuro valenciano y los críticos que, sin profesar necesariamente un ecologismo militante, creen que no todo se resuelve succionando unos cientos de hectómetros cúbicos al Ebro. Si bien a lo mejor nos equivocamos y resulta que estamos hablando por boca de ganso por no esperar a que los heraldos del PP nos lo expliquen con pelos y señales.
Pero en tanto llega esa pastoral, uno observa que buena parte de las expectativas -o todas ellas- se condensan en los discutidos excedentes de la citada cuenca, como antes se pusieron en el trasvase Tajo-Segura, sin que éste haya aliviado la sed de las tierras en mayor proporción que alentaron nuevas demandas hídricas. Prueba de ello es la expansión de los regadíos en las tierras del sur, no obstante la precariedad e insuficiencia de los suministros que a menudo han sido otorgados por vía autoritaria y en situación agónica. Expansión acelerada, asimismo, la del negocio urbanizador, aparentemente despreocupado por la escasez de agua, o excesivamente confiado en que el PHN proveerá.
Y no es extraño que se produzcan estos fenómenos cuando, a falta de saber qué queremos hacer con este territorio valenciano -huérfano de una adecuada ordenación-, no faltan ediles, agricultores e industriales que se han lanzado a una operación de hechos consumados, seguros de que el Estado les sacará las castañas del fuego. Ellos practican el desarrollismo a todo trance, amparados por un gobierno autonómico al que no le hemos oído decir una palabra sobre la cultura del agua o, lo que es sinónimo, la cultura del consumo y qué esfuerzo le cumple asumir -construcción de desaladoras, tratamiento de aguas, limitación de regadíos, etcétera- para no apostar todo nuestro futuro a la bondad de un trasvase que, por sí solo, no pasa de ser un vaso de agua para hoy y mucha sed para mañana.
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