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Las tribulaciones de Duran Lleida FRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

Duran Lleida parece estar muy tranquilo y seguro ante la situación de Unió Democràtica de Catalunya, partido del que es dirigente indiscutible y casi indiscutido. Sin embargo, tiene por lo menos tres motivos para estar seriamente preocupado: el papel de Unió en la crisis de CiU, la situación de la democracia cristiana en el ámbito europeo y el llamado caso Pallerols.Nunca ha habido datos fiables sobre los votos que Unió Democràtica aportaba a la coalición CiU. Los más optimistas sospechan que bastante pocos. Pero Pujol, viejo zorro de la política, valoraba al partido democristiano catalán más por su cualidad que por su cantidad: por la tradición histórica que le aportaba, por su influencia sobre la Iglesia y, quizá por encima de todo, por formar parte de un importante movimiento internacional. Además, Pujol, aparte de pujolista -su filia dominante-, se siente ante todo nacionalista y, en su fuero interno, democristiano. El liberalismo, lo considera excesivamente laico y deshumanizado, y la socialdemocracia no pertenece exactamente a su cultura política personal. En cambio, a Maritain lo ha considerado siempre un referente.

Por otro lado, el moderado nacionalismo de Unió, sobre todo el de los dirigentes de la generación de Duran Lleida, le permitía a Pujol dar una imagen más moderada a una coalición electoral que necesita el voto de un amplio espectro de ciudadanos, algunos de los cuales desconfían del nacionalismo de Convergència. Como contraprestación, Pujol contentaba a los de Unió con pequeñas cuotas de poder: les aseguraba un limitado espacio en el Gobierno de la Generalitat y les proporcionaba un número razonable de diputados y concejales. Aparte de algunas fricciones entre militantes en ámbitos locales, la alianza parecía satisfacer a ambas partes.

Tras las últimas elecciones, por sorpresa, Duran Lleida sube de rango: nada menos que a una especie de vicepresidencia política y a candidato oficioso -junto con Artur Mas- a presidente de la Generalitat. Ello sucede, sin embargo, en un momento de seria crisis para el partido de Pujol. En el último ciclo electoral, CiU obtiene, justo en ese momento, los peores resultados de los últimos 20 años. Todo ello coincide, además, con una radicalización del partido de Pujol desde el punto de vista nacionalista. Además, con Duran en el Gobierno, Pujol impide sus peligrosos acercamientos a un PP cada día más fuerte en Cataluña. ¿No estará lamentando Duran haberse comprometido excesivamente con Pujol en tan crítico momento? ¿Ocupar una consejería de tan alto rango no le resta autonomía a Duran para ofrecerse como la opción centrista del pospujolismo? ¿No comienza a sospechar Duran que Pujol les ha situado a Mas y a él como sucesores in pectore para demostrar que ambos son inviables como candidatos a sucederle y, para evitar riesgos, aparecer como único candidato que puede salvar la coalición? En la actualidad, Duran aparece más como un prisionero de su actual alto cargo que como el dirigente político de un partido con perfil propio.

Pero además a Duran le comienza a fallar también el prestigio que le daba pertenecer a la familia democristiana internacional, hasta hace poco de notoria influencia en Europa. Y ello, sencillamente, porque esta familia está en plena crisis de identidad. El caso de la expulsión del PNV de la todavía llamada internacional democristiana lo ha confirmado. Quienes allí mandan hoy ya no son los sucesores ideológicos de Adenauer, De Gasperi y Robert Schuman -aquellos antifascistas moderados, padres del europeísmo-, sino políticos de raíces muy distintas y que poco tienen que ver con esa tradición, como Silvio Berlusconi y José María Aznar. El Partido Popular Europeo ya no eshoy un partido democristiano sino más bien liberal conservador, la democracia cristiana italiana ha quedado reducida a la nada y la alemana está en clara marcha descendente. A Duran Lleida le han cambiado el escenario internacional, uno de sus puntos fuertes.

Por último, el llamado caso Pallerols va por buen camino, es decir, por el camino de aclararse, si es que todavía no está suficientemente claro. Probablemente habría que repasar las cuentas a todos aquellos que recibieron ayudas de la Comunidad Europea para la formación de parados, no todos ellos, ni mucho menos, militantes de Unió Democràtica. Pero, en todo caso, la gestión de estos fondos es responsabilidad de un departamento que entra en la cuota de gobierno del partido de Duran. Por tanto, son claramente los democristianos catalanes quienes más afectados están por un escándalo que ha tenido como puntilla la vergonzosa retirada cautelar de estos fondos por parte de la Comisión Europea. Si cualquier forma de corrupción es reprobable, la que se hace a costa de la ayuda a los parados repugna especialmente. Peor es todavía que el grupo de CiU no parezca dispuesto a permitir que ello se aclare en el Parlament, pero resulta sintomático que haya sido precisamente Artur Mas quien haya ordenado abrir una investigación interna. El PP juega más ambiguamente: no reclama una comisión, pero sí exige la comparecencia en el Parlament de Duran, en su doble condición de dirigente de Unió y consejero del Gobierno de Pujol. Por supuesto, hasta el momento no ha dimitido nadie y la oposición no parece tomarse el tema con gran interés. El oasis catalán sigue haciendo honor a su bien ganada fama.

El aparentemente tranquilo pero en realidad atribulado Duran Lleida se halla, pues, en una difícil encrucijada. Prisionero de una Convergència radicalizada que desea aproximarse a Esquerra Republicana y absorber a Unió, sin un referente internacional que responda a la identidad tradicional de su partido y con el desgaste, con frecuencia letal, que produce todo aroma de corrupción, Duran no puede seguir mirando hacia otro, debe afrontar todos sus problemas. A veces, en contra del precepto ignaciano, en tiempos de tribulación es necesario hacer mudanza.

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Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB

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