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Tribuna:ARTE Y PARTE
Tribuna
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Arquitectura o escenografía ORIOL BOHIGAS

"Lo que hoy se hace no es arquitectura, es teatro, escenografía dirigida a las nuevas clases sociales y políticas preocupadas únicamente por conseguir protagonismo". Ésta es una frase del gran arquitecto portugués Fernando Távora entresacada de una reciente entrevista muy bien estructurada de Anatxu Zabalbeascoa y publicada el 14 de octubre en el suplemento Babelia. Conciencia histórica de la escuela de Oporto, maestro de Álvaro Siza y de Eduardo Souto de Moura, Távora es a sus 77 años el testimonio de una generación que sucedió a los grandes maestros fundadores del Movimiento Moderno con una estricta fidelidad a sus métodos y a su exigencia ética. Refiriéndose al Portugal de los años cincuenta -y las afirmaciones se entienden extensivas a la mayor parte de los países europeos- se atreve a una afirmación trascendental: "El campo abonado para la arquitectura moderna era la pobreza", "con más dinero se construye con menos vergüenza" y "la pobreza justificó el interés por el Movimiento Moderno". En aquel Portugal pobre, aislado del resurgir europeo, entorpecido por una política malsana, en aquel Portugal deshilachado -tan triste y deshilachado como España- la nueva arquitectura no sólo abría una reivindicación cultural, sino que daba respuestas operativas a las necesidades reales de la sociedad. Se trató de asimilar la modernidad sobre todo en sus principios éticos y productivos, incluso por encima de los programas estilísticos: "Teníamos que hacer una arquitectura realista, esto es: conocer lo que podemos hacer y hacerlo". Desde el Mercado de Vila da Feina de 1959 hasta la reciente ampliación del Parlamento de Lisboa, su obra ha sido un ejemplo de modestia y honestidad, un esfuerzo constante para servir a la sociedad en un tiempo y en un lugar específicos.Parece así que, con la llegada de los grandes capitales, en la orgía consumista de la globalización del mercado la arquitectura ya no sea posible. Las necesidades reales interesan menos quizás porque se recluyen en ámbitos sociales muy marginados o en ciudades del Tercer Mundo sin capacidad de integrarse a las exigencias sociales colectivas. Y, la gran arquitectura se convierte en un simple cartel de propaganda de políticos y empresarios, en una escenografía a la cual no hay que exigir siquiera unas funciones concretas o una economía equilibrada. Si hoy todas las ciudades quieren tener un Gehry, un Foster, o un Calatrava es para completar la escenografía de una modernidad empresarial que ya no tiene nada que ver con la modernidad de las viviendas sociales de la República de Weimar, con las Hoffen de la Viena roja ni con la red escolar de la Holanda de entreguerras. Es decir, tiene poco que ver con la revolución ética del Movimiento Moderno.

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Esta arquitectura-escenografía ha encontrado tantos apoyos económicos, tantos entusiasmos políticos e incluso tímidas teorizaciones en las academias, las universidades y las revistas del corazón -del corazón arquitectónico- que por su envergadura y al margen de su calidad acabarán siendo dentro de unos años los signos más representativos de nuestra época. La arquitectura de ese final de siglo será la escenografía urbana y en ella cada vez será más difícil dilucidar la calidad y la trascendencia cultural. No habrá competencia en el conocimiento y la divulgación de imágenes arquitectónicas ante el Guggenheim de Bilbao, la Ciudad de las Artes y las Técnicas de Valencia, el Dome de Londres, la nueva Sagrada Familia de Barcelona, el Celebration Village de Walt Disney, el Ayuntamiento de Marsella o las grandilocuencias hoteleras y aeroportuarias. O, incluso, el catálogo de la actual Biennale de Venecia dedicada masivamente a la arquitectura-escenografía y a las imitaciones de los formulismos plásticos, a pesar de titularse Less aesthetics, more ethics. Lo malo es que quizás quedarán olvidadas obras y autores que se habían empeñado en encontrar un camino realista, servicial, fuera de los circuitos de exacerbación económica que quizás se mezclen con la gran masa de arquitectura anónima que acaba configurando las ciudades y los paisajes.

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