Crimen y castigo
Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre. Con el asesinato en Sevilla del coronel médico Antonio Muñoz Cariñano, son ya 15 las personas a las que ETA ha arrebatado la vida desde que reinició, en enero pasado, su carrera de crímenes tras año y medio de suspensión temporal de los asesinatos. La diferencia con anteriores atentados de la banda es que esta vez una patrulla policial consiguió, gracias a la colaboración ciudadana, detener a uno de los pistoleros y, horas después, a otro. Algún día serán juzgados con todas las garantías de defensa: una posibilidad que ellos no concedieron a su víctima.Con el de ayer son tres los militares asesinados en estos meses, que se suman a dos guardias civiles, seis políticos del PP o del PSOE, uno de los fundadores del Foro de Ermua, un agente de la Ertzaintza, un empresario y un fiscal: en Euskadi, Madrid, Cataluña, Aragón, Andalucía... El efecto intimidatorio perseguido por ETA es proporcional al carácter arbitrario e indiscriminado de sus acciones. Con ellas busca que nadie, ningún sector de la sociedad, en ningún lugar, se sienta a salvo. Pero es en Andalucía donde ha desplegado en los últimos meses su mayor capacidad criminal, y ello exige respuestas policiales.
ETA ha suprimido cualquier escrúpulo o límite moral, si alguna vez lo tuvo. Todos los ciudadanos, excepto los que se pliegan expresamente a sus designios, son asesinables. Ya no necesita justificar cada crimen en particular. Todos son útiles para extender el terror. Con la esperanza de que ello socave el crédito de las autoridades legítimas y surjan voces que reclamen de ellas la rendición: aceptar las exigencias de ETA. Es lo que hoy volverán a hacer los portavoces literarios de los terroristas. Dirán que lo sucedido en Sevilla es una demostración de la dureza del enfrentamiento y acusarán a las instituciones y partidos democráticos de prolongarlo, por su tozudez en negarse a reconocer las razones de ETA.
Pero no hay ninguna razón que pueda justificar este crimen ni los anteriores. Que no nos hablen de dar la palabra al pueblo, de derechos históricos o del respeto -qué sarcasmo- a la voluntad popular. Cuando se justifica el crimen en nombre de una causa, esa causa acaba convirtiéndose en un pretexto y el crimen en un fin. Elevándose contra las justificaciones de la ejecución de Miguel Servet, un moralista del siglo XVI proclamó con precisión que matar a un hombre es matar a un hombre; no defender una idea.
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