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El regreso de Macaulay Culkin

Isabel Ferrer

Convertido a los nueve años en el actor más taquillero de Estados Unidos, Macaulay Culkin, el resabiado angelito de la película Solo en casa, es hoy un rubicundo veinteañero que ansía ser descubierto de nuevo. Su fulgurante paso por Hollywood, así como los problemas familiares desatados por su temprana fama, han dejado un poso amargo en una mirada valorada en su día en 1.000 millones de pesetas. Su aparente languidez actual resulta, sin embargo, engañosa. Culkin ha abandonado un retiro voluntario de tres años para subir al escenario del teatro Vaudeville de Londres, de la mano de una actriz respetada, la francesa Irene Jakob. Una decisión arriesgada teniendo en cuenta la rudeza de los críticos británicos y el argumento mismo de la obra, Madame Melville, donde un alumno es seducido por su profesora.

Educado y solitario, esta vez por decisión propia, Culkin se sumará el miércoles, día del estreno, a una larga lista de compatriotas encabezada por Nicole Kidman y Kathleen Turner, que han aceptado sueldos muy bajos en el Reino Unido para demostrar que son algo más que un bonito rostro en tecnicolor. Para el actor, la prueba londinense es diferente. No es un doctorado teatral obtenido para impresionar una vez de vuelta en casa, sino una forma de exorcizar su vida de la única forma posible: en público.

El dinero ganado cuando era un colegial con filmes como Solo en casa 2 o Mi chica han asegurado su vida y la de sus nietos probablemente. La fama también le visitó antes de su décimo cumpleaños, aunque con peores resultados. Cuando sus películas se hundieron en taquilla, la industria cinematográfica, cansada también de las exigencias de su progenitor, le volvió la espalda. Pero todo eso pertenece al pasado. Incluso la separación de sus padres, Kit Culkin y Patricia Bentrup, y su posterior declaración de independencia, a los 17 años, componen parte de una biografía que desea empezar a escribir por sí mismo sobre las tablas del West End, barrio teatral de la capital británica.

Metido en la piel del ingenuo Carl de la ficción, y arropado por la consagrada Jakob, calificada por los británicos como "mujer maravillosa y actriz sublime", Culkin pretende recuperar su oficio desde abajo. Él quiere interpretar y sabe que nadie perdonaría la arrogancia de aprovecharse de su pasado de niño prodigio.

"Los primeros años, ni siquiera leía los guiones que mi padre escogía. He hecho 14 películas como si fuera un autómata. La primera vez que supe que quería parar tenía 11 años y ninguna posibilidad de ser escuchado", ha recordado estos días el joven actor.

Para cuando pudo hacerse oír, su público era bien distinto al habitual. Lo componía sólo un juez de familia estadounidense que le permitió, en 1997, divorciarse de sus padres.

Lo primero que hizo una vez declarado legalmente adulto fue anunciar que abandonaba el cine. El siguiente paso le ha dejado sentimientos encontrados. En 1998, y a los 18 años, contrajo matrimonio con la actriz Rachel Miner, protagonista de la versión para Broadway de El diario de Ana Frank. La separación se produjo en agosto pasado, y el fracaso de la convivencia le ha hecho aún más reservado. Después de tantos tropiezos, la mayoría involuntarios, Culkin descubrirá el sentido de la vida en los ficticios brazos de la señora Melville del título. Una experiencia, eso sí, de la que el autor, Richard Nelson, ha limado las escenas más eróticas para evitar el rechazo del público.

Y mientras Macaulay Culkin espera las primeras críticas, la actriz Daryl Hannah, la sirena de Splash, le hará la competencia en el propio Londres como la bella de La tentación vive arriba, obra ahora en cartel. Las artistas Jessica Lange, Farrah Fawcett y Calista Flockhart preparan también sus maletas para doctorarse en teatro y darle un baño de prestigio a sus carreras.

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