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Nace la ciudadanía serbia

"Los serbios normales y decentes estarían consternados al saber lo que estaba hacíendo allí (en Kosovo) Milosevic. Si se celebraran unas elecciones supervisadas por la OSCE, Milosevic podría salir derrotado. Yo pensé que ni en broma", escríbia el historiador británico Timothy Garton Ash en un artículo sobre Vojislav Kostunica (EL PAÍS, 1 de octubre de 2000). No era sólo desconfianza en la capacidad de Kostunica para derrotar a Milosevic en las urnas. Demuestra también que Garton Ash había olvidado los "milagros" que se produjeron hace diez años, como la caída del Muro de Berlín o el final trágico del régimen de Ceausescu en Rumania, cuyo recuerdo vuelve ahora con las imágenes que llegaron en los últimos días desde Serbia. El escepticismo del historiador británico reflejaba la tendencia dominante en la opinión pública de los países occidentales, que consideraba a Slobodan Milosevic como alguien invencible, imagen esta inducida por su arrogancia y su disposición a recurrir a cualquier medio para perpetuarse en el poder, desde el fraude electoral hasta el conflicto armado. Pero no sólo por esto. Al explicar los complejos conflictos de los Balcanes durante la última década como producto exclusivo de las manipulaciones de Milosevic, se enfatizó su estereotipo de hombre fuerte. Se llegó a bombardear durante 78 días Yugoslavia para derribarlo (como si destruir un país equivaliera a derrocar un régimen) y se creyó más en el éxito del pucherazo anunciado para los comicios del 24 de septiembre que en la voluntad democrática de los serbios y en su coraje para defender en la calle los resultados de las elecciones. Sin embargo, la insurrección de los serbios y la claudicación final de Milosevic ante Vojislav Kostunica, aunque esta última pueda verse como una maniobra desesperada del dictador para no desaparecer de la vida política yugoslava, anuncia el comienzo de la transición democrática.Ésta se enfrentará, en la construcción de una sociedad civil, con algunos problemas idénticos a los que padecen los países del antiguo bloque del Este. Pero, sobre todo, estará profundamente marcada por sus determinaciones políticas de origen, toda vez que su punto de partida es la derrota de un régimen poscomunista que consistía en la mezcla del continuismo de ciertas instituciones estatales comunistas con una economía de libre mercado heredada de la época titista, ahora dominada por la mafia, y una actitud etnocéntrica respecto a sus vecinos. Paradójicamente, la transición actual arrancará del fracaso de una transición desde el comunismo al nacionalismo étnico. A pesar de que las imágenes que nos llegan desde Serbia son lo ya visto en el final de la guerra fría, la situación es muy diferente. La insurrección popular serbia refleja una madurez democrática mayor que la que existía en los países comunistas (exceptuando a Polonia) en el momento del colapso general del comunismo. Éste planteó la necesidad de la transición a la democracia como una exigencia abrupta e inmediata en la mayoría de los antiguos Estados socialistas. En Serbia, por el contrario, la conciencia democrática de la población ha ido madurando a lo largo de un difícil y doloroso proceso, apoyada por medios de comunicación independientes y una serie de organizaciones pacifistas que durante las guerras intentaron despertar la conciencia civil. Aunque sin peso político durante el desastre nacional, fueron ellas el embrión de la nueva ciudadanía. Es significativo que existiera legitimidad democrática en el cambio del régimen, al contrario que en el caso rumano, por ejemplo. Milosevic reconoció primero su derrota, aunque no por mayoría absoluta y, luego, bajo la presión de la movilización ciudadana, admitió su derrota en términos absolutos y felicitó a Kostunica por su triunfo. La mayor fuerza y esperanza de la futura democracia reside en el hecho de que los ciudadanos por sí solos, y a pesar de la intimidaciones de Milosevic, consiguieron derrotarle.

Es difícil enumerar los problemas a los que habrá de hacer frente el nuevo Gobierno yugoslavo, desde las apetencias independentistas de montenegrinos y albanokosovares y su posible falta de mayoría en el nuevo Parlamento a la superación de la catástrofe económica, pasando por la depuración de la cúpula del Partido Socialista, encabezada, según el Tribunal de La Haya, por cuatro presuntos criminales de guerra. Esta última cuestión destaca por su impacto psicológico en la población serbia, ya que está vinculada con la necesidad de depuración colectiva y puede convertirse en uno de los grandes obstáculos del proceso que acaba de empezar. Es el mayor desafío de la transición, y por ello hay que tratarlo con la mayor cautela. Una buena parte de la población serbia rechaza la idea de extradición de Milosevic por prudencia y por temor de que pueda dificultar el paso a la democracia. El comportamiento de las instituciones internacionales es hipócrita, dado que ya tenían pruebas más que suficientes de la criminalidad de Milosevic cuando éste firmó, en 1995, el acuerdo de Dayton que puso fin a la guerra de Bosnia y Croacia. Entonces le estrecharon la mano. Se reservaron las acusaciones hasta el momento que juzgaron más conveniente para airearlas, durante la guerra de Kosovo. Es indudable que la joven ciudadanía serbia madurará cuando conviertan sus actuales sentimientos de ira contra el ex dictador en una transparente depuración judicial de sus responsabilidades. Su inmediata desaparición de la vida política es la condición imprescindible para el futuro democrático del país. Los serbios pueden y deben asumir este proceso por sí solos, lo antes posible, con sus propias instituciones jurídicas, abriendo su propio camino, tal como lo han hecho en los últimos comicios. Sin embargo, esto será sólo una etapa de la depuración colectiva, que constituirá un proceso largo y complejo. Aunque se trata de diferentes situaciones históricas, el ejemplo de la "perfecta catarsis alemana" nos puede dar unas lecciones. El rechazo político e institucional del nazismo fue más rápido que la interiorización de los hechos de la guerra a pesar de los procesos de Núremberg y de la apertura de los campos de concentración al público. Hace algo más de diez años (1987), el escritor alemán Ralf Gordano escribió en su libro Otra culpa que el holocausto no llegó a tocar el alma alemana hasta que se presentó la serie americana sobre ello, a mitad de los años setenta. Alemania se convirtió en un país democrático gracias a dos procesos paralelos: el político-constitucional y el cognitivo, es decir, orientado a la comprensión de los hechos del pasado. El claro rechazo del régimen de Milosevic y la llegada al poder de un nuevo Gobierno democrático demuestra que el proceso político-constitucional ha arrancado. Los congresos organizados por los intelectuales independientes sobre la reconciliación y la culpabilidad, como los celebrados en abril y mayo de este año, en la ciudad montenegrina de Ulcinj y en Belgrado, o estudios publicados, como los trabajos colectivos titulados La culpabilidad y la responsabilidad o El lado serbio de la guerra, prueban que lo más difícil, la construcción de la conciencia civil, ha dado comienzo. Esperemos que los serbios sean más rápidos que los alemanes, Europa les está esperando.

Mira Milosevich es socióloga serbia.

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