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Alianzas de izquierda

El Consejo Político del Partido Democrático de la Nueva Izquierda (PDNI), expulsado hace tres años de Izquierda Unida (IU), decidió el pasado fin de semana -con sólo dos votos en contra y una abstención- iniciar un proceso de integración en el PSOE. En 1999, el PDNI alcanzó un acuerdo electoral con los socialistas, que incluyeron los nombres de algunos candidatos de Nueva Izquierda en sus propias listas europeas, legislativas y locales: tres congresistas (entre otros, su secretario general, Diego López Garrido), dos eurodiputados, una veintena de parlamentarios autonómicos y alrededor de trescientos concejales fueron la prole de ese noviazgo que ahora se convertirá probablemente en matrimonio.Desde que Aznar reunió bajo las siglas del PP a los votantes anteriormente dispersos entre el derechismo puro y duro de AP y el centrismo moderado de UCD y CDS, al PSOE no le queda otro camino para recuperar el poder que reagrupar bajo sus alas a los electores de izquierda y de centro izquierda. Durante la primera etapa de la transición, la absorción de otros partidos -como ocurriría ahora con el PDNI- fue el instrumento preferido de los socialistas de Felipe González. El engullimiento por el PSOE del PSP, sin embargo, no resultó satisfactorio: los dos partidos antes rivales, que habían obtenido por separado el 29,32% y el 4,46% de los votos en las elecciones de 1977, juntaron fuerzas en los comicios de 1979 sin demasiado éxito, ya que la agregación de sus seguidores implicó tres puntos menos (30,40%) y tres diputados de mas (121 frente a 118). Todavía peor fue la absorción de Euskadiko Ezkerra por los socialistas vascos: el porcentaje alcanzado en 1993 por ese esfuerzo unitario quedó cinco puntos por debajo de los porcentajes agregados de 1989. Sin embargo, el PSOE no habría obtenido en 1977 los buenos resultados alcanzados en Cataluña y en otros lugares sin su fusión previa con la Federación de partidos socialistas.

La fórmula de la coalición electoral de izquierda que reúne las siglas de dos organizaciones distintas en una misma papeleta y a la vez respeta su independencia futura ha producido distintos efectos según los casos. En las autonómicas gallegas de 1997, el PSOE formó una lista conjunta con la federación gallega de IU, expulsada por Anguita de la coalición: los 296.000 votos obtenidos quedaron muy por debajo de los sufragios que habían logrado por separado los socialistas (347.000) e IU (45.000) en los comicios de 1993. En cambio, los excelentes resultados de Pasqual Maragall en las autonómicas catalanas de 1999 se debieron en buena medida a la innovadora estrategia de alianzas del PSC-PSOE con Iniciativa per Catalunya y con Ciutadans pel Canvi.

Finalmente, las elecciones generales del 12-M fueron un banco de prueba para ese viraje hacia la unidad de la izquierda que la corriente guerrista exigía a sus compañeros con el argumento de que la derrota de 1996 fue causada por la línea derechista de su estrategia. En vísperas de las elecciones del 12-M, PSOE e IU acordaron un programa común para gobernar en coalición y para presentar candidaturas concertadas al Senado en 25 provincias. Sin embargo, el arma de la unidad se disparó por la culata, ya que las urnas castigaron a la izquierda en su conjunto con un retroceso de casi ocho puntos respecto a 1996: el PSOE pasó del 37,5% al 34,1% e IU desde el 10,6% al 5,5%. Por vez primera el PP (con el 44,5% de los votos) superó la suma agregada de la izquierda (39,6%); según José Ignacio Wert ("12-M: ¿lluvia o diluvio?", Claves de razón práctica nº. 101), el impacto del programa común de la izquierda fue "claramente negativo para el PSOE, probablemente neutral para IU y sumamente favorable para el PP".

Una vez estudiadas esas diferentes estrategias unitarias, contradictorias por sus resultados en algunos casos (absorción de otros partidos, incorporación de independientes en las listas, candidaturas conjuntas) y claramente negativas en otros (el programa común con IU), la Ejecutiva del PSOE designada por el 35º Congreso deberá emprender el camino más adecuado para recortar o anular el amplio espacio -en votos y en porcentaje- que le separa actualmente del PP. Recién llegados a los puestos de mando y a la sala de máquinas de una organización al borde del naufragio tras el 12-M, resultaría injusto no conceder a esos nuevos dirigentes socialistas el margen de maniobra y el plazo de tiempo necesarios para tomar sus decisiones.

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