El maligno
Ahora que el Papa Juan Pablo II acaba de ejercer como exorcista con éxito discutible, según se nos ha informado en la primera página de un diario que proclama la razón, convendría que los de a pie nos abstuviéramos de semejantes prácticas, abandonáramos los aspavientos más o menos litúrgicos y nos atuviéramos a esta característica humana diferencial, la racionalidad, sobre todo cuando tratamos de los fenómenos políticos y sociales de nuestros días y de protagonistas que habitan entre nosotros. Nada de zumbar al vasco, ni de fabricar el maniqueo en plan jesuita para combatirle mejor, ni de hacer representaciones de Xabier Arzalluz con rabo y cuernos componiendo la figura del maligno, ni de reescribir a toda prisa su biografía en clave de alta traición permanente desde que recibió por primera vez, imaginemos que vestido de marinero, la Sagrada Eucaristía.Vayamos por partes, porque este Arzalluz del domingo en la campa alavesa de Salburua algo tendrá que ver con aquél que fue diputado al Congreso por Vizcaya cuando las Constituyentes, con el presidente del PNV cuando ese partido gobernaba en coalición con los socialistas en Vitoria y con el que dio durante los cuatro años de la anterior legislatura su apoyo indesmayable al Gobierno de José María Aznar para sacar adelante cuestiones tan discutibles como aquella del fútbol de interés general o de la unidad indestructible de los descodificadores de televisión para las plataformas digitales. Porque errores pueden identificarse en cualquier trayectoria política y conviene dejar siempre una salida. La tuvieron los de ETA pm; la ha tenido Fraga, que daba el enterado a los fusilamientos sentado a la mesa del Consejo de Ministros cuando Franco; José María Aznar, después de su estreno periodístico en el diario logroñés Nueva Rioja; Pedro José, tan orgulloso de haber entrevistado a la cúpula de los etarras encapuchados, y tantos más. El asunto a examinar es el de por qué la deriva de Arzalluz ha sido en la mala dirección, desatendiendo a la mayoría de su propio partido y de la sociedad vasca.
En todo caso, es muy recomendable para todos los que venimos de más atrás el ejercicio de repasar la propia trayectoria para identificar los errores intransferibles y hacerse cargo de ellos, y estar en condiciones más favorables de comprender mejor otros extravíos para proceder a desactivarlos. Aceptemos que muchos han seguido creyendo hasta fechas muy posteriores a la Constitución y el Estatuto en la legitimidad de la violencia terrorista. Aceptemos que en los medios de comunicación se siguió presentando a los etarras poco menos que como héroes modernos, luchadores por las libertades, que se lucraron de un reconocimiento brindado por muchos como autores del asesinato del almirante Carrero Blanco. He aquí otro caso demostrativo de la inconveniencia de contraer deudas con quienes empuñan las armas. Desde Tucídides, por lo menos, tenemos aprendido que conceder la iniciativa a quienes tienen las armas por oficio, cualquier iniciativa, resulta siempre letal para la ciudadanía.
Otra cosa es que quienes han tratado a Xabier Arzalluz lamenten la lectura o la escucha de sus desvaríos. Es asombroso que escriba el pasado sábado en el diario Deia que al ministro Mayor le matan gente como si esa misma gente no se la estuvieran matando a él también o que deplore la mala cara que le ponen cuando asiste a los funerales de gentes de otra militancia. ¿No es peor aún la cara del muerto? ¿Hasta cuándo va a mantener Arzalluz la continuidad de fines con una banda que significa la escisión de la sociedad vasca? ¿Nunca reconocerá que la democracia es el discurso del método, que el procedimiento, por supuesto civil y desarmado, prejuzga los resultados? ¿Cuándo se caerá del guindo para reconocer con Txema Montero la necesidad de la derrota de ETA? Mientras, empieza a quedar claro que detrás de la Constitución y del Estatuto está sólo, pero nada menos que la libre voluntad de los ciudadanos. Nadie va a relevarles en su defensa. Por eso la manifestación de San Sebastián es tan importante. Los convocantes de la plataforma ¡Basta Ya! para nada quieren ser unos héroes de quienes todos toman distancia por la peligrosidad que pueden atraerles. A nosotros nos corresponde demostrarles que siempre estaremos con ellos porque su libertad es también la nuestra. Por ella, se puede y se debe aventurar la vida, como nos tiene instruidos nuestro señor Don Quijote.
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