Johnson vuelve a hacer diana
El norteamericano, relegado a un segundo plano por Jones y Freeman, se regala un paseo triunfal de 400 metros
"Sé muy bien que éstos son los Juegos de Marion Jones y Cathy Freeman", reconoció ayer Michael Johnson tras su victoria en los 400 metros, carrera que pasó casi inadvertida por el tumulto que levantó el triunfo de Freeman minutos antes.Protagonista indiscutible en la cita de Atlanta, cuatro años atrás, a Johnson le ha tocado ahora un papel secundario. Pero, cuando el tiempo pase, le ocurrirá como a las grandes estrellas cinematográficas que, de vez en cuando, se reservan un papel corto en una película por puro disfrute. Ellos terminan por dar sentido a esos filmes gracias a que su talento lo invade todo.
Con esa perspectiva, el nuevo triunfo de Johnson adquiere un valor supremo: por primera vez, un atleta consigue dos medallas de oro consecutivas en la prueba de los 400 metros y, en su caso, después de doce años de trayectoria inmaculada en la distancia. Cuando se hable del panteón del atletismo, tendrá un lugar asegurado junto a Jesse Owens y Carl Lewis. Es decir, junto a los más grandes.
Las excelentes marcas de Alvin Harrison en las series previas no tuvieron ningún efecto en la final. Johnson interpretó esta vez un rol inhabitual. Siempre ha disputado los títulos en una posición de privilegio, desde la tercera calle, con las referencias a la vista de sus principales adversarios, consideración más que dudosa cuando se trata de él y de los 400. Y es que desde hace muchos años ha hecho de esta distancia su finca particular. En Sydney volvió a confirmar su dominio sin otra referencia que su perfecto conocimiento de los matices de la prueba.
Johnson corrió por la sexta calle, por lo que actuó de liebre para los principales especialistas. Se podía pensar en la beneficiosa circunstancia que eso representaría para Harrison, que dispuso de la cuarta. Si tenía alguna oportunidad de vencer a Johnson, era el día. Pero no la tuvo.
Entre otras razones, porque Johnson ha tatuado los 400 metros en su piel de tal forma que su nivel de información es abrumador. Tratándose de una prueba devastadora, que produce un miedo real en los especialistas, él es el único que no se deja dominar por la distancia, sino que la domina. Los demás llegan como pueden, bañados en ácido láctico, con el vómito encima. Muchos confiesan su odio ante esta tortura. ¿Qué se puede decir de una prueba que multiplica por 20 el nivel de lactatos de un atleta con respecto a lo que segrega el cuerpo de una persona cuando descansa. Inyectados esos 20 o 25 milimoles de ácido láctico en el cuerpo de un hombre le matarían.
Distancia asesina la llaman. Y, sin embargo, Johnson la maneja con una sabiduría que causa admiración. En Sydney no le preocupó correr por la sexta calle. Salvo milagro, nadie es capaz de bajar de 44 segundos en estos momentos. Ni en éstos ni en los últimos ocho años. Fuera de Johnson, el último atleta que atravesó tal frontera fue Quincy Watts en los Juegos de Barcelona 92. Desde entonces el territorio de los 43 segundos pertenece en exclusiva a la locomotora de Lubbock. Sabedor de esta circunstancia, Johnson sólo se preocupó de bajar de los 44 segundos. Lo hizo sin mirar a nadie, procesando la enorme información que tiene sobre la respuesta de su cuerpo.
Con su célebre zancada corta, menor en casi 30 centímetros que la de Freeman, diseñó una carrera sin sobresaltos. Harrison, que todavía no ha explotado sus bárbaras condiciones, se resignó a oficiar de segundo. Frente a Johnson no hay otro remedio. Cuando salió de la última curva, al campeón le quedaba el paseo triunfal. No se exprimió en ningún momento. "Hoy no era un día de récord. Sólo me importaba la medalla de oro", dijo después. Venció en 43,83 segundos, una marca inalcanzable para los demás y casi rutinaria para un atleta admirable, uno de los más grandes.
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