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Sydney 2000

Oro puro

Gervasio Deferr eleva la gimnasia española a gran potencia - Nueva exhibición de Michael Johnson en 400 metros

Santiago Segurola

En Gervasio Deferr, el deporte español tiene a una estrella de primer orden. Su medalla de oro en la prueba de salto representa el ingreso pleno de los gimnastas españoles en la gran aristocracia, hasta ahora integrada por Rusia, China y algunos países eslavos. Se hablaba desde hace tiempo de la imparable progresión de la gimnasia en un país de escasa tradición en un deporte que representa, junto al atletismo y la natación, uno de los vértices de la gran trinidad olímpica.Si no había tradición, existía la memoria de un campeón prematuramente desaparecido. En el imaginario del deporte español, Joaquín Blume ha sido una referencia que ha atravesado épocas y generaciones. Blume pertenecía a la saga de los pioneros que vencieron a la precariedad para alcanzar la condición de mitos, como Santana en el tenis o Severiano Ballesteros en el golf. Cuarenta años después de su muerte, la gimnasia española goza de una envidiable salud. Con Jesús Carballo comenzó una época de abundancia que ha terminado por concretarse en la victoria de Gervasio Deferr, un muchacho que ha unido a sus grandes cualidades naturales una obsesiva dedicación a la gimnasia.

A Deferr le ha tocado consagrar el despegue de la gimnasia española. Podía haber sucedido con Carballo o con las maravillosas gimnastas que se han atrevido a desafiar a rusas y rumanas. Si otros deportes han decepcionado en Sydney, la actuación de los gimnastas ha sido ejemplar. No han desaprovechado la ocasión de cuestionar el viejo orden mundial, demasiado cerrado alrededor de las potencias tradicionales.

El día también perteneció a dos colosos del atletismo -el estadounidense Michael Johnson y el etíope Haile Gebreselasie- y a una australiana que simboliza el signo de los tiempos en un país cada vez más mestizo. Cathy Freeman, descendiente de aborígenes, venció en la carrera de 400 metros lisos, lo que no significaría demasiado si no fuera por una evidente lectura política. Los indígenas australianos -apenas 400.000 en un país de 19 millones de habitantes- han sufrido hasta hace poco las consecuencias de la segregación. Sólo en 1967 consiguieron tener derecho a voto. Sumidos en graves problemas de paro y alcoholismo, los aborígenes encontraron hace años en Cathy Freeman la voz capaz de expresar su angustia. Freeman ha superado su papel de gran atleta para convertirse en un referente social, una figura integradora que ayer congregó a toda Australia para celebrar su victoria.

La jornada estuvo dominada por el impacto del triunfo de Freeman, pero un par de veteranos campeones volvieron a evidenciar su categoría. Tanto Michael Johnson, en los 400 metros, como Haile Gebrselassie, en los 10.000, reeditaron su éxito de Atlanta. En el caso del etíope se trató de un triunfo vibrante por su dificultad. Tantos años inabordable, Gebrselassie demostró esta vez su determinación y capacidad de sufrimiento para derrotar en el último metro al keniano Paul Tergat.

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