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Tribuna:SYDNEY 2000
Tribuna
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Momento bañador

Boris Izaguirre

- El gran secreto de las Olimpiadas es su periodicidad; esos fantásticos cuatro años que te permiten asistir a la evolución, los cambios, de tu propia vida ante cada cita olímpica. Mis primeros Juegos fueron los del 72, las de Múnich, con los terroristas encapuchados aterrorizando mis ojos de niño precoz, más interesado en releer a Shakespeare que en entender el tiro de jabalina. Allí, sin embargo, apareció ante mi generación el bigote mojado y los pechos de magnífica vellosidad de Mark Spitz. Al igual que Elvira Lindo, yo tuve el cartel del dios olímpico con sus siete medallas aplastándose contra esa viril anatomía. Sí, quise ser una de esas medallas.

Ya en el 80 un profesor de educación física en mi instituto de Caracas me expulsó con gruesas palabras de una de las clases porque aparecí con un kimono blanco y una corona de flores en mi cabeza intentando, cómo no, un Momento olímpico. Sufrí como nadie la ausencia de las atletas norteamericanas por el boicoteo antisoviético y recuerdo, unos años después, mi morbo desatado ante la interpretación de Mariel Hemingway en Personal Best, donde se abordaba la frustración de una de esas atletas para siempre apartada del sueño olímpico y, al mismo tiempo, lesbiana. Comprenderá: ví tantas veces esa película que aprendí inglés y acaricié la posibilidad de ser lesbiana también.

Luego, en el 84, vivía en Estados Unidos y quedé asqueado del republicanismo. El 88 me pilló en una Caracas asolada por los disparates de una Administración corrupta escribiendo culebrones. Y, por fin, el 92 fue mi llegada a España, corriendo por todo Montjuïc para no llegar tarde a las finales de nado sincronizado, que es, por supuesto, de todos los deportes olímpicos, mi pasión absoluta. Es el reino del glamour: artificio, control, absurdo y un cierto toque artístico. Cuando aparecieron las italianas, empecé a desarrollar ese grito que hoy me ha hecho querido por los espectadores. Ganaron unas viles japonesas que chapoteaban al ritmo del Barcelona de Mercury y la Caballé. "¡Demagogas!", grité y me desmayé. En el 96 mi vida ya había cambiado y observaba eliminatorias de atletismo junto a Miguel Bosé en su casa de Extremadura.

Ayer, junto a Jaime Bayly en su suite del Wellington, en Madrid, volvíamos a contemplar exactas eliminatorias. "Fíjate en esa cámara, que corre mejor que los propios atletas", observé y Jaime dejó de tomar su gazpacho ("luego en Miami no lo hacen bien", explica). Hoy estaré en mi primer programa de televisión vestido con el bañador de Thorpe porque de todos sus récords éste será su mejor legado.

Los Juegos pasan, nosotros cambiamos y el Momento... permanece.

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