Para qué nos vamos a engañar
Es más fácil que un promotor entre en el reino celestial que dar con el camello que encuentre la paja en la aguja del socialismo
Al candidato nacional Rodríguez Zapatero le han hecho una sofemasa publicitaria, de imagen no muy imaginativa, que quiere poner en primer plano sus errores de representación, un decir, como si Vittorio Gassman, que también se dirigía a tanta gente en demanda de aprobación, hubiera necesitado alguna vez de sus modistos para convencer o conmover, que ésa es palabra mayor, a sus interlocutores, al público. Nada ha atenuado tanto los hervores revolucionarios como la circunstancia de que varios millones de jubilados han pasado en cosa de pocos lustros a dictar la agenda de los políticos, aunque sólo sea porque nadie puede ocupar La Moncloa si no cuenta con su expectativa de voto, de manera que si se considera al electorado como cliente potencial de la oferta de un partido, nada tiene de extraño que se empiece por recomendar al candidato que obraría muy cuerdamente si recurriera a depilarse las cejas y a enfundarse ternos cortados a medida, dada la singularidad -parece que positiva para los analistas de la imagen- de un esqueleto de marca. De las ideas se habla poco, quién sabe si debido a que son escasos quienes recuerdan lo que es eso, como si también lo que se piensa del mundo fuese uno más de los facinerosos subproductos puestos en circulación de matute por el franquismo de postrimerías y que es preciso liquidar de una vez por todas para vivir en democracia, aunque tampoco esa propensión contribuya en mucho a esclarecer algún que otro enigma de postín. Sin ir más lejos, Rita Barberá es una de esas personas públicas, tan vinculada al humus verdulero de su localidad, que bien puede alardear del mérito de carecer de ideas propias sin que ello la obligue a ser más considerada con su imagen, y ahí la tienen ustedes, de mayoría absoluta en mayoría absoluta hasta la destroza final de la ciudad, y suerte que tiene José Luis Olivas, por poner otro mal ejemplo, en carecer de toda expectativa a ser candidato de cosa alguna por sus propios medios y no en compañía de otros, porque entonces ni el más acreditado asesor de imagen podría corregir la recóndita amargura del rictus rencoroso de unos labios en perpetuo estado de excepción.Así las cosas, o de cualquier otra manera, no es raro que en la celebración congresual del socialismo a la valenciana se asista a una tormenta de candidatos en detrimento de la más instructiva tormenta de ideas. Hasta es posible, con lo revuelto que anda el mundo en este eterno final de champions league de milenio, que los candidatos se intercambien las ideas entre ellos como los niños trapichean con los cromos repetidos hasta completar una colección de la que al oponente mejor colocado le faltará el imprescindible delantero centro y que, de todas maneras, quedará arruinada por el baile de nuevos fichajes en la liquidación primaveral de fin de temporada. Más raro es que los candidatos sustituyan en sus quebrantos de precampaña términos tan bonitos como entender o comprender por el de visualizar. Los ciudadanos, por no mencionar a los compañeros de fatigas, deben visualizar el mensaje que cada uno de ellos aportaría. Las imágenes se visualizan, pero el mensaje político es algo más complicado de percibir, salvo que se trate de uno de esos torneos a la manera de la Mesa Redonda en la que todos los caballeros están a salvo por la presencia decisoria del Rey Arturo. Si los problemas, antes que de otra cosa, son objeto de visualización (lo que, de pasada. podría provocar las iras o el desdén de los miles de afiliados a la Once), entonces nada nos impide echar una miradita visualizadora a la jeta de los candidatos, bien entendido que no se trata aquí de seguir los pasos de ese lombrosionismo de supermercado que caracteriza a los asesores de imagen. De los seis pimpollos que presentan candidatura para representar en el futuro la rica herencia del socialismo valenciano (el asunto se habrá visualizado en foto fija cuando salgan estas tontas líneas), nada menos que cuatro lucen una barbita recortada, como la del que abandona las labores del afeitado durante una semanita de vacaciones, y hora es de recordar que ese aditamento piloso de la persona insegura está fuera de uso en los caretos rectores del Gobierno de España desde por lo menos el golpe franciscano de l936, de modo que si a Zapatero le sobran unos cuanto pelos en las cejas (la mala sombra de Brezhnev es alargada), según opinión de los expertos, ya me explicarán de cuánta foliación peluda habrán de desprenderse Ábalos o Baixauli, Bresó o Perelló para resultar elegibles sin recibir a cambio consejos maleducados. Persuadido de que en el término medio se asienta la virtud, yo diría que la imagen ganadora es la de un cyber que integre la lisura de cabeza de cerilla de la jeta de Zaplana y los rizos de medusa periférica del cráneo privilegiado de Ciprià Ciscar. Con el rasurado de marca que lucía Joan Romero. La visualización, mañana.
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