Bronce para la malagueña de Moscú
Yivanévskaia logra su medalla en los 100 espalda tras reventarse en los últimos quince metros sin mirar a sus rivales
"Es un poco raro pero eso me da aún más alegría: una rusa de nacimiento es la primera nadadora española que logra una medalla olímpica, que además es la primera de España en Sydney". Nina Yivanévskaia, de 23 años, residente en Torremolinos (Málaga), donde se enamoró en 1996 del español que hoy es su marido y entrenador, compensó ayer su cansancio con inteligencia para ganar el bronce de los 100 metros espalda con una progresión excepcional en los últimos 50. Y aún quiere más: "Voy a por el oro en 200".En natación resulta normal ser veterano a los 23 años, y quizá ése fue el factor clave. Yivanévskaia exprimió magistralmente la ventaja de disputar su tercera final olímpica -fue bronce en el 4x100 estilos de 1992 y en esos mismo Juegos fue séptima en 100 espalda- para obtener el máximo rendimiento de sí misma: su registro, 1.00,89, está muy cerca de la mejor marca personal (1.00,83), lograda en Roma hace seis años, que era la séptima mejor de todos los tiempos hasta el lunes. Y lo consiguió a pesar de varios factores negativos.
Para empezar, se levantó cansada por la mañana, sin haberse recuperado bien del esfuerzo de la semifinal. Y aún tenía ciertas reticencias sobre el agua del Aquatic Center, que le hace sentirse rara por su escasez de cloro. Por no hablar de lo que impresiona ver y oír a 17.000 personas, una multitud insólita para casi todos los nadadores; ese ambiente ensordecedor, más propio de un campo de fútbol, sólo se da en Australia. Y hay que añadir los más obvio: la extraordinaria calidad de cinco de sus rivales, más el previsible ímpetu de la representante australiana; sólo la danesa Ornstedt parecía descartada para el podio.
Yivanévskaia ya había utilizado su truco mágico -afeitarse el vello- antes de las semifinales: "En Atlanta no pasé a la final por no afeitarme", había dicho en agosto. Ahora necesitaba jugar alguna baza que la diferenciase de sus adversarias. Y tenía una: la inteligencia basada en la experiencia. "Decidí no quemarme en los primeros 50 metros para lanzarme a muerte después, especialmente en los últimos quince. Esta distancia es tan corta que no puedes permitirte el lujo de perder centésimas mirando cómo van las demás. Sólo debes preocuparte de darlo todo, y me pareció que ésa era la mejor estrategia".
Es decir, Yivanévskaia dominó magistralmente su fuerza mental; lo contrario del también español Frederik Hviid, eliminado el lunes de los 400 estilos por acomplejarse ante el empuje inicial de sus rivales. La malagueña de Moscú, jaleada por un compacto grupo de españoles con los gritos de "¡Nina, Nina!" desde la presentación de los finalistas, puso a muchos el corazón en un puño cuando terminó el primer largo en el quinto puesto.
La japonesa Mai Nakamura, plusmarquista mundial del año hasta el lunes, iba como un tiro, seguida de B. J. Bedford, campeona de Estados Unidos, y una prodigiosa rumana de 16 años, Diana Mocanu, además de la otra japonesa, Noriko Inada. Por las mentes de los españoles en el Aquatic Center de Sydney pasó un mal presagio fugaz: otra medalla que se nos escapa.
Pero la cabeza que realmente importaba en ese momento era la de la española cuyo nombre es impronunciable para muchos compatriotas. Y en ella todo iba de acuerdo con lo previsto.
La triple campeona de Europa en julio liberó toda la energía que le quedaba y puso la proa hacia el podio, dando un corte de mangas al ácido láctico que ya comenzaba a agarrotar sus músculos. Los centímetros se fueron recortando; Mocanu remontó de forma aún más espectacular que la española y tomó la cabeza con cierto margen, pero la plata y el bronce dependían de unas pulgadas de agua. Al llegar a los postreros 15 metros, Yivanévskaia dio la última orden a su extenuado cuerpo: a toda máquina, hasta que el motor reviente y el ácido láctico salga por las orejas.
Quince segundos después, mientras recuperaba el aliento a duras penas, su rostro pálido adquirió una sonrisa celestial: la pizarra electrónica mostraba un 3 al lado de su nombre. Yivanévskaia ya había subido al podio en los Juegos de Barcelona de 1992 por su contribución al tercer puesto de la CEI (nombre de transición entre la URSS y Rusia) en el relevo 4x100 estilos. Pero ahora, superado un periodo de dos años sin nadar por el cambio de nacionalidad y residencia, tras un entrenamiento espartano y una vida monacal junto a su marido, había conseguido una medalla para ella sola en su nuevo país. Bronce para la malagueña de Moscú.
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