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Tribuna
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Ciudad en obras

El Ayuntamiento de Alicante ha puesto la ciudad patas arriba y esta acción ha irritado sobremanera a los alicantinos. Por lo común, el alicantino es una persona paciente, flemática, poco dada a la protesta. Una persona que acepta sin rechistar cuanto dictan sus autoridades. Ahora, sin embargo, uno encuentra en los periódicos multitud de quejas y reproches ante una situación que pone a prueba a los ciudadanos.Ciertamente, no le faltan motivos al alicantino para exasperarse ante el estado de su ciudad. De residir en ella, yo mismo habría convertido este artículo en un lamento. Desde hace meses, las obras crecen y se eternizan en Alicante sin que nadie entrevea su terminación. En las últimas semanas, el caos se ha adueñado de las compañías constructoras que abren y cierran zanjas compulsivamente. En los lugares más insospechados y de la noche a la mañana, se levantan barreras o taludes. La circulación se corta con cualquier pretexto y los automovilistas se ven atrapados en un laberinto de direcciones prohibidas del que muy pocos logran escapar. En estas circunstancias, acudir al trabajo cada mañana es una empresa de resultado problemático.

Quienes no parecen sentirse afectados por este estado de obras son los turistas. Durante este verano, los turistas han acudido a Alicante como si tal cosa. Incluso, ha aumentado el número de visitantes. Pues bien, no se ha escuchado una sola queja. No se ha formulado la mínima protesta. Es más, algunos han considerado el estado de nuestras calles como un acicate, manifestando su deseo de regresar en el futuro. Desplazarse salvando obstáculos a través de una ciudad desconocida, tiene el encanto de una nueva experiencia deportiva. Abandonar el hotel o la pensión con la incertidumbre de si uno será capaz de llegar a su destino, añade un punto de aventura a las vacaciones. Muchas personas acogen estos retos con indudable satisfacción. Ahora que tan a la moda están los deportes de riesgo, una campaña de promoción de esta singularidad podría ser un excelente reclamo que atrajera a numerosas personas. La simpática señorita que se ocupa de la concejalía de Turismo debería estudiar el asunto con algún detenimiento.

En esta línea de sacar partido a nuestras desgracias, yo propondría ir un paso más allá, si se me permite. Alicante es una ciudad que carece de grandes monumentos, de museos renombrados, de arquitectura brillante. Tenemos sol y playa, sí. Pero está claro que el turista exige cada día nuevas sensaciones. El turista -ahí está el Guggenheim, capaz de convertir una ciudad como Bilbao en un destino de primer orden- demanda hoy un barniz cultural, una sensación de que no malgasta su tiempo. En este aspecto, nuestras posibilidades de competir con ciudades afamadas son escasas, quiméricas. Admitámoslo, la historia no ha sido generosa con Alicante. En cambio, tenemos un urbanismo infame, desastroso, que muy pocas ciudades pueden exhibir. ¿Por qué no aprovecharlo? Si hay escuelas de arquitectura que estudian el caso de Alicante como ejemplo de lo que no debe hacerse en urbanismo, ¿por qué no explotar esta fama? ¿No somos acaso la ciudad de Europa con mayor número de medianeras? ¿Por qué no presumir de ello? Les prometo volver sobre este asunto.

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