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Un arrepentido olímpico de 103 años

"Como todos los sordos mayores de edad, gritaba muchísimo y no se le entendía nada. Pero ya tiene mérito haber venido con 103 años a devolver la bandera". Con estas palabras resumía el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Juan Antonio Samaranch, el insólito acto que se produjo ayer en la apertura de la primera jornada de la 111ª Sesión del COI, en el lujoso hotel Regent de Sydney. Un anciano vestido con gorrilla, camisa y pantalones blancos, chaqueta y corbata oscuras, los mismos colores e idéntica indumentaria que llevaba hace más de ochenta años como traje de paseo en los Juegos de Amberes, en 1920, devolvía al propio Samaranch, antes de estrecharle la mano, la bandera olímpica que había robado entonces por una apuesta.El estadounidense Hal Haig (Harry) Prieste, medalla de bronce en los saltos desde plataforma fija de 10 metros, no subió aquella noche por la escalinata como lo había hecho de día ante los jueces y el público para saltar y quedar tercero de su prueba, sino que trepó hasta el mástil de cinco metros en el que ondeaba la bandera oficial de los Juegos para ganar el reto a su amigo y legendario nadador Duke Kahamanoku. El famoso príncipe de Hawaii, campeón olímpico de 100 metros libres en 1912 y 1920 y ya derrotado en 1924 por el no menos legendario Johnny Weismuller, Tarzán, fue el primer gran velocista de la historia y posteriormente, instalado en su Honolulu natal, también el primer impulsor de un nuevo deporte, el surf, en las playas de Waikiki.

Prieste, que no hacía precisamente honor a su apellido (priest significa sacerdote en inglés) y Kahamanoku formaban una pareja de bromistas empedernidos a los que les gustaban las apuestas, incluso las arriesgadas. Aquélla fue su mayor hazaña. La policía les persiguió, pero pudieron despistarla. "Éramos como Laurel y Hardy ", dijo ayer Priest, después de la ceremonia, a los periodistas cuando se le pudo entender algo. Ambos regresaron a Estados Unidos, y de la bandera, cuyo valor es mucho mayor al haber sido la primera de los Juegos Olímpicos con los aros grabados en fondo blanco, nunca más se supo. El barón Pierre de Coubertin, fundador del olimpismo moderno, la había mandado hacer para los Juegos de 1916, que sarcásticamente iban a ser en Berlín y que, al ser anulados, pasaron cuatro años después a la ciudad belga tras la I Guerra Mundial.

"Hace un mes recibimos una carta en la que se nos decía la intención de ese hombre de devolver la bandera", dice Samaranch. "Según parece, una fundación californiana, en Los Ángeles, le había ofrecido por ella hasta un millón de dólares (unos 190 millones de pesetas), pero no quiso venderla. Entonces le invitamos a él y a su hija, o acompañante, para que viniera a Sydney a entregarla. Y aceptó".

La bandera será depositada ahora en el Museo Olímpico de Lausana. "No fue algo bueno lo que hice y no podía quedar colgada en mi habitación", añadió un emocionado Prieste, que así ha quedado tranquilo de conciencia y reparada su acción.

Prieste es el medallista olímpico más anciano, pues incluso el 8 de noviembre de 1999, cuatro días antes de cumplir los 101 años, falleció el más laureado gimnasta esloveno, Leon Stukejl, ganador de tres medallas de oro, dos de plata y dos de bronce entre los Juegos de Amsterdam 1928, Los Ángeles 1932 y Berlín 1936. Se permitía hacer aún algunos ejercicios, desfiló en los Juegos de Barcelona 92 con su país y fue homenajeado en la apertura de los de Atlanta 96.

Prieste, otro caso excepcional de longevidad y que hizo incluso uno de los relevos de la antorcha olímpica hace cuatro años para celebrar su inminente centenario, nació el 23 de noviembre de 1896 en Fresno (California). Fue pocos meses después de los primeros Juegos Olímpicos modernos en Atenas, y ha vivido siempre muy de acuerdo con su carácter extravertido. Hizo 26 películas, vodevil, circo en el Ringling Brothers y hasta patinó sobre hielo en el espectáculo Ice Follies. Después siguió patinando hasta los 95 años y dio conferencias para explicar las razones de su larga vida. Ahora vive en Camden (New Jersey), jubilado y con su deuda saldada.

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