Católica, apostólica y sevillana
Matilde Coral es la roca que mantiene la Escuela Sevillana de Baile y en una época en que las tradiciones han alcanzado la consideración de mitos antiguos y los folcloristas disciernen sobre las esencias con la misma pasión que los filósfos griegos (aunque en otro contexto) ser el fundamento de una tradición en una ciudad inclinada a la admiración desmedida de sus hábitos y a la veneración de sus ídolos está investido de un tono religioso, de sacerdotisa o vestal. Los organizadores de la Bienal de Sevilla, que acaban de otorgar a Matilde Coral el Giraldillo del Baile, le han dedicado en el libro oficial del certamen una sucinta biografía que en realidad parece una parte del quinto evangelio, el de Sevilla. En el párrafo primero, versículo cuarto de la citada biografía, se afirma: " se nos antoja como un eco retrospectivo de sus predecedores pero también la forjadora de una revolución espiritual que ha afectado a todas las estructuras de la danza sevillana".La prole de admiradores, apóstoles y profetas que arrastran los portadores de las esencias más puras no tienen inconveniente en describir a sus ídolos en tono mesiánico ni en suponer que el baile es una manifestación excelsa que está en posesión de alma y estructuras etéreas.
Sí, el baile puro de Matilde Coral es una manifestación excelsa. Frente al baile flamenco común -contaminado, brusco, un poco a tontilocas- el de la Escuela Sevillana representa la elegancia, la finura, el braceo delicado, la coregorafía fina, el dominio de la bata de cola, la exhibición gentil del moño bajo y los zapatos relucientes". Todas estas características, con una fidelidad platónica, participan del arquetipo del baile sevillano y, por reducción, del de Matilde Coral. Tan leal a la tradición es su danza que algunos críticos, a la vista del desbarajuste general, han pensado que Matilde es la gran heterodoxa, la que sigue, a contracorriente, el camino recto.
¿Cómo se forma una vestal del baile? Matilde Corrales (así era su apellido hasta que le extirparon el plural y la erre) nació en el barrio de Triana hace 65 años. De niña estudió baile y solfeo en el colegio, en unos tiempos que ella recuerda malos, muy malos, punteados por el hambre y una opresión oscura, sin nombre. Aun así tuvo una juventud maravillosa. Se casó pronto, a los 21 años, con Rafael El Negro, y en cuanto pudo comenzó a fabricar su estilo. Para ello hilvanó el baile de las melodías andaluzas, el ballet clásico español, los tangos de su abuela Pepa y su vecina Carmen La Ciega y las vivencias flamencas de Triana hasta consolidar un estilo al que ya sólo faltaba infundirle al aire sacramental: la búsqueda de la identidad sevillana.
Fundó un grupo flamenco, Los Bolecos, junto a su marido y Farruco, y ahí comenzó su auténtica carrera como conservadora de la poética de Sevilla. Pero su verdadera vocación aún no había nacido: el magisterio. Matilde Coral, madre de tres hijos, no sólo ha mostrado durante 50 años su arte quintaesenciado en los escenarios -que se manifiesta sólo en el gesto mínimo de subir los brazos- sino que ha transmitido su estilo severo y elegante a decenas y decenas de bailaoras. En 1967 fundó su academia (como Platón), apadrinada por Adelita Domingo y Antonio Mairena, y allí sigue todavía, procurando que los nuevos valores del baile sigan los cánones de la Escuela Sevillana y se aparten de los estilos contaminados o incongruentes. De hecho, cuando ve a un grupo flamenco acompañado por un violín se le estremecen las carnes y dice, a quien lo quiera oír: "Al flamenco lo están asesina ndo".
Su pericia para la enseñanza es tal que con apenas ojear a un aspirante sabe si tiene futuro o si, por el contrario, es "una mesa de camilla, una silla o una mesita de noche", esto es, un mueble o incluso un trasto.
En 1992, con motivo de la Expo, Matilde Coral se despidió de los escenarios. Entre los flamencos el adiós a los escenarios no significa que se vayan definitivamente sino que actúan cuando quieren y sin cobrar. De cualquier forma, Matilde Coral está presente en Sevilla de un modo más palpable que el que procura la presencia física: la presencia espiritual. Desde su academia ella vigila que el baile de su tierra mantenga la pureza de los movimientos del cuerpo, la gracia de la sonrisa altiva, la finura del braceo y las manos plantadas en las caderas.
El baile ha sido su religión. En realidad, en Sevilla y en otros lugares de hondas tradiciones andaluzas la religión se suele acompañar del baile. Esta mezcla sólo la comprenden en su armoniosa complejidad los practicantes de un tipo de credo que ella ha bautizado como "católico, apostólico y sevillano".
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