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PSPV: Convocatoria de gracia

Esta vez al menos, el 12-M no dejó opción a que su resultado se interpretase como "dulce derrota" y a la ejecutiva socialista no le quedó más remedio que dimitir, algunos aún a regañadientes, convocar un congreso y permitir por fin, el tan demandado cambio. Desde entonces, una cierta sensación de alivio se ha extendido dentro y fuera del PSOE. No deriva esta sensación de la buena imagen colectiva de la joven dirección o de la consistencia de un mensaje cuyo inequívoco aroma Blair-Schröder está todavía por explicitar. Ni siquiera del prometedor perfil y los innegables aciertos iniciales de su nuevo líder. No, el alivio procede de la extendida impresión de que ahora sí podría liquidarse sin excesivos traumas, un entramado organizativo que ensimismado en asuntos internos (permítaseme el eufemismo) impedía al partido, dar respuesta a los múltiples impactos del exterior.Quizás sea prematuro anunciar ya el desbloqueo pues sobran incógnitas al respecto, pero se ha demostrado cuánto se deseaba y necesitaba. En tiempos en que el gobierno conservador propicia y la ideología dominante acepta, un cambio en el reparto social de la renta en favor de sectores privilegiados y un deterioro de los mecanismos redistributivos del Estado del Bienestar, más se detecta la ausencia de una socialdemocracia fuerte, incluso para quienes no se identifican con ella. Porque sin ese partido que nuclee la oposición, pierden todos. Ni los partidos -salvo el PP- ni los sindicatos ni otras instituciones tienen autonomía para articular su discurso, impelidos a realizar funciones propias del principal partido opositor. Díganlo si no la inexistente Esquerra Unida o el errático Bloc por no citar las dificultades sindicales o los conflictos universitarios. Sin el referente socialdemócrata es más difícil reubicar los espacios político y social de cada uno. Desbloquearlo debiera ser, pues, de interés mayoritario.

Cierto que en el caso del PSPV la historia reciente plantea tantas dudas acerca de lo factible de dicha tarea, que no sería descabellado recabar un programa de acción especial para hacerlo. Desde el Congreso de Cheste, la refriega cainita ha abortado todo atisbo de debate, incluso cuando eran expresiones ideológicas de conflictos de mayor calado, que también los ha habido. Así, el intento integrador de clases medias del programa renovador, los distintos posicionamientos sindicales reflejo de contradicciones entre capas de la clase trabajadora, los foros para superar la ruptura con el pensamiento progresista... Todo oscurecía junto al otro conflicto, el de personas y familias, el de la fractura del socialismo en tribus. Trazado un desierto en torno al PSPV, adentro no podían llegar las voces del exterior, desde fuera no se escuchaba sino algarabía.

No cabe acusar a terceros de desvirtuar el debate pues es obvio que siempre tratarán de hacerlo. La palabrería vacua y el metalenguaje llega a tal grado que no sorprende ver a familias y precandidatos -desde el renovador al habitual de las prácticas de aparato- coincidir en sus propuestas. Todos apuestan por un partido más democrático, más participativo, con más jóvenes y más mujeres, abierto a la sociedad, sensible a la cultura, moderno, ético e ilusionante. Pero sin referencias a las prácticas que impiden que sea así, a la obsolescencia de sus agrupaciones, al desfase de sus estructuras territoriales, a sus ineficaces mecanismos de encuadramiento colectivo, a la incapacidad para integrar la pluralidad, a su déficit de interlocución social y a su más que evidente desprecio por lo intelectual. Y por supuesto, sin explicar qué diferencias entre fracciones son esas que permiten alcanzar pactos contradictorios, pero no cohesionar el conjunto en un sólo proyecto, Tengo para mí que una de las razones básicas de que eso ocurra radica en la transformación del partido, durante su período de gobierno, en una máquina diseñada para reafirmar liderazgos y preparar campañas electorales, en la que primero no cupo la crítica, después la diferencia y al fin, la pluralidad. En su lugar se instaló una cultura política basada en la fidelidad al jefe, el acriticismo y la complicidad de clan. Devino excluyente no ya de la disidencia, sino de la diferencia. Es esa cultura -la del "uno de los nuestros", la que frustró resultados de primarias y congresos- la que hay que erradicar.

Es esperanzador al respecto, oír a Zapatero que "los valores que pretendemos para la sociedad, deben ser practicados en el partido". En efecto, no todo es mercadotecnia electoral, los ciudadanos perciben la coherencia entre teoría y práctica. Y nadie puede ofrecerse para articular solidaridades colectivas si no sabe aunar voluntades en su seno, nadie puede presentarse como garante de la libertad, igualdad y pluralidad de todos si no las garantiza a su propia gente. Bueno es que el secretario general empiece recabando un cambio de talantes. Es condición previa para alcanzar el liderazgo de un proyecto mayoritario. Porque de eso se trata. No de recuperar mayorías perdidas propias de otra época y de otro proyecto, sino de construirla nueva en una sociedad diferente a la de la transición y que hoy por hoy, no percibe al socialismo como el mejor garante de tales valores.

Es tarea que no se agota en un congreso, pero que sí debe nacer de éste. La prioridad de desbloquear la actual situación del PSPV exige que no se malogre esta convocatoria pues no es la ordinaria de septiembre, sino lo que en términos académicos se llama "la de gracia". Integrar, renovar, cohesionar, tales son los retos. Posibles desde el sosiego y la generosidad. De todos, pero para empezar de quienes gobiernan las familias renunciando a sus candidaturas si no comportan opciones diferenciadas y sólo se presentan en función de negociar cuotas de un poder residual. Si la integración se suple por el reparto, la dirección seguirá débil y subordinada. Integrar significa coincidencia en los objetivos y compromiso en los modos. Si ello se consigue, importa menos quién esté al frente. Basta con que crea en el proyecto y tenga un talante renovador e integrador que reconcilie al PSPV con la política. Tiempo tendrá para demostrar que es además, candidato a la Generalitat y si no lo es, procedimientos tiene el partido para tenerlo mejor. Porque es desde el partido que se ganarán las elecciones. No es tan difícil. El PSPV mantiene un nada desdeñable poder municipal y parlamentario, una posición electoral sólida y una base social amplia que sólo espera, como en toda Europa, redescubrir una forma progresista, solidaria y justa de gobernar esta nueva sociedad globalizada. Concéntrense, pues, los delegados socialistas con sosiego y generosidad, en pasar la cita de septiembre al menos, con un notable alto.

Joaquín Azagra es profesor de Historia Económica de la Universidad de Valencia.

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