El nuevo tiempo mexicano ENRIQUE BARÓN CRESPO
Tomo prestado el título de un ensayo de Carlos Fuentes, escrito hace un sexenio, para plasmar mis impresiones tras una gira por el país azteca en la que he tenido la oportunidad de conversar, de platicar -¿por qué no?- con sus principales protagonistas. Le he añadido sólo el artículo, porque el tiempo ha llegado.Algunos hablan de nuevo régimen; otros, de periodo constituyente; pero el hecho es que el nuevo tiempo ha llegado porque los mexicanos han decidido la alternancia en el poder con la victoria de Fox. Cambio que ha sido posible gracias, por una parte, a la madurez cívica de los ciudadanos mexicanos que masivamente sacaron su cédula electoral (documento esencial para votar) y votaron, y por otra, al coraje político del presidente Zedillo, cuya primera acción de gobierno fue establecer las condiciones de equidad entre las fuerzas políticas, obrar en consecuencia acabando con el sistema del dedazo en su propio partido y, por fin, reconociendo el triunfo.
Nuevo tiempo que debe extenderse también a nuestra visión de México, tan llena de prejuicios y lugares comunes reiterados en la cobertura de nuestros medios a lo largo de la campaña. Dos hechos son decisivos: México es el primer país hispano, con casi 100 millones de habitantes. Compartimos el capital de la lengua, que ya no es monopolio nuestro y tiene nuevos brotes allende los mares, como dijo Octavio Paz. Si Bush y Gore están haciendo pinitos en español en sus campañas, no es como atención a España, sino más bien a la Nueva España. El segundo es que México es una potente economía con un rapidísimo ritmo de crecimiento y transformación, que en los últimos 15 años ha superado a los tigres asiáticos en crecimiento de sus exportaciones, diversificándolas (el petróleo ha pasado de suponer el 67% en 1985 al 6% en 1998); se ha integrado en la economía mundial no sólo ingresando en la OCDE y la OMC, sino sobre todo resistiendo el envite de formar el TLCAN, una zona de libre cambio con los EE UU, la economía más poderosa del planeta, y Canadá. Al mismo tiempo, los Estados norteños se están incorporando a industrias de alta tecnología, la Guadalajara de las corridas es hoy un émulo de Silicon Valley, mientras que las maquiladoras (industrias de montaje, confección...) se desplazan hacia el Sur, y en la misma Chiapas, en donde el subcomandante Marcos, que cambió el fusil por Internet, guarda un elocuente silencio, el café es recogido por trabajadores guatemaltecos. El último paso ha sido el Tratado de Asociación con la Unión Europea, destacado inversor, socio en lo comercial y, es de esperar, también en lo político-social.
La otra cara de esta realidad es que, a pesar de sus esfuerzos, los mexicanos no han visto apenas mejorar sus niveles de vida y protección social en los últimos 15 años, y han visto fundirse gran parte de sus ahorros y esperanzas con la devaluación que acompañaba al final de cada sexenio. Hecho que se añade a una muy irregular distribución de la riqueza y la renta. Mientras que la colonia de Las Lomas de Chapultepec, barrio residencial de Ciudad de México, registra la mayor concentración de millonarios del mundo, se estima que el 56% de la población vive en la pobreza y el 28% vive en la miseria (menos de tres dólares al día).
Ante esta realidad, el presidente electo Fox ha definido como ejes prioritarios de su acción de Gobierno los siguientes:
- Elevado ritmo de crecimiento económico y mejor distribución de la riqueza.
- Desarrollo de recursos humanos a través de un refuerzo de la educación / formación.
- Consolidación del Estado de derecho y reforma de la justicia.
Un programa ambicioso y nada conservador que cualquier Gobierno socialdemócrata europeo podría suscribir. Para poder aplicar esta política considera necesario el llegar al mayor consenso posible, que se podría concretar en unos "acuerdos de Chapultepec". Su referencia más usual son los Pactos de La Moncloa y la transición española. El elogio es de agradecer por quien lo hace, y aunque la historia nunca se repite, hay elementos interesantes en común, a pesar de la distancia entre ambas situaciones.
En lo político, la actual situación mexicana combina elementos de la transición española en junio de 1977 con noviembre de 1982. En mi opinión, no hay cambio de régimen como tal, pues nadie ha cuestionado el papel del presidente en un sistema muy jerarquizado, aunque se haya impuesto la tortura compartida, tanto al saliente como al entrante, de un larguísimo interregno de cinco meses, que de momento han sabido estabilizar ambos con inteligencia, dando signos inequívocos en lo económico que han tranquilizado a inversores y ahorradores. Ahora se abre una experiencia de cohabitación a la mexicana, en donde el presidente va a tener que convivir con un Congreso no afecto, con un PAN primera minoría en la Cámara de Diputados que le ha de soportar y apoyar, un PRI primera minoría en el Senado huérfano de liderazgo y con la mayoría de las gobernaturas de los Estados y un PRD en busca de identidad como izquierda y con la regencia de la capital. Situación inédita en México, pero mucho más normal en los EE UU o Francia.
En lo que respecta a España, el grado de incertidumbre política en el verano de 1977 era incomparablemente mayor; el resultado de las elecciones mostró una voluntad mayoritaria del pueblo español a favor de una nueva Constitución, pero con interrogantes sobre nuestra capacidad y el recuerdo de errores pasados que se acumulaban. En México, el reforzamiento del Estado de derecho y la reforma de la policía y la justicia requerirá un gran y sostenido esfuerzo y reformas constitucionales. Requerirá serias reformas, pero no es previsible que exija la apertura de un proceso constituyente. Sin duda, el punto crítico del ambicioso programa de reformas del presidente Fox será conseguir una reforma fiscal que afronte a la vez el aumento de los ingresos y una mayor equidad y progresividad en el reparto de la carga. Con unos ingresos del orden del 10% del PNB no se puede acometer una política decidida en el campo del desarrollo del capital humano y la salud. A la vez, tiene que preparar el Presupuesto del 2001 sin estar en el Gobierno y mostrar su voluntad reformadora, en la que hasta hoy sólo está el polémico proyecto de extender el IVA a alimentos y medicinas.
En este punto, la experiencia española sí puede ser aleccionadora, ya que, aunque no se recuerde, la primera ley que propuso el Gobierno de Suárez a las flamantes Cortes democráticas en julio de 1977 fue la Ley de Medidas Urgentes de Reforma Fiscal. En aquel momento, sólo 350.000 españoles declara-
ban en la contribución general de la renta, y esta ley, que llevaba el sello reformador de Paco Ordóñez y su equipo, incluía una panoplia en la que figuraban la reforma del impuesto sobre la renta, el impuesto sobre el patrimonio y el delito fiscal. Me tocó ser ponente en nombre del grupo socialista y la aprobamos mano a mano. Éste fue el primer paso para los Pactos de La Moncloa, negociados durante el verano, que permitieron hacer frente con retraso a las consecuencias de la crisis del petróleo de 1973 y romper con una inflación de más del 40% anual, que amenazaba con dar al traste con el proceso en una situación en que los sindicatos no habían sido reconocidos. En los pactos se contenía un catálogo de actuaciones modernizadoras que en gran parte inspiraron la modernización social y económica, con un acuerdo que reflejaba un amplio consenso social. A partir de ahí, en el Congreso hicimos la Constitución de día y la reforma fiscal de noche. Pero a partir de un acuerdo fundamental: una democracia moderna tiene, además de su nervatura política, una dimensión económica y social fundamental, en la que la conciencia ciudadana, reflejada en la contribución a las cargas generales, es esencial.
Es de esperar que esta experiencia, entre otras, ayude al presidente Fox en el sexenio que se inicia. Su éxito nos interesa, como españoles, por ser México el primer país hispano y cabeza de puente que articula las Américas; como europeos, porque la voluntad de transformar un acuerdo de libre cambio en un Mercado Común en las cuatro libertades (añadiendo la libertad de movimiento de las personas) y con políticas estructurales (regionales, sociales, de cohesión, medioambientales) suponen un éxito de nuestro proceso, y también a los socialistas y socialdemócratas, porque la reestructuración de la izquierda mexicana es un elemento mayor de nuestra dimensión latinoamericana. Hemos de seguir y apoyar este proceso para que el nuevo tiempo mexicano se convierta verdaderamente en un tiempo nuevo y prometedor para ese gran país.
Enrique Barón Crespo es eurodiputado socialista y ex presidente del Parlamento Europeo.
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