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Los 'tories', más cerca de Haider que de Bush

Timothy Garton Ash

Pocas experiencias hay más deprimentes que encontrarse con un antiguo conocido y descubrir que se ha echado a perder. Lleva el cuello de la camisa deshilachado. Está claro que bebe demasiado. Aquellas fuertes pero rotundas opiniones que solía expresar con tanta gracia durante la cena han degenerado en una tediosa perorata torpemente pronunciada.Así me siento cuando leo el populista manifiesto preelectoral de los conservadores, titulado Believing in Britain . Sigue habiendo en él muchas cosas buenas, pero en conjunto está deformado por una visión casi ilusoria del lugar que ocupa el país en Europa y en el mundo.

En esta visión de los tories, estamos en el año 2000, pero de algún modo es como si estuviésemos en 1939. La supervivencia misma de Gran Bretaña como nación está amenazada desde el otro lado del Canal de la Mancha por un monstruo llamado "Europa". "Una vez más", entona nuestro viejo conocido en la sección de su manifiesto dedicada a Europa, "este país está a la deriva". "Y", añade tomando un rápido trago de la botella, "puede que se esté deslizando hacia su propia destrucción". ¿Qué? ¡Destrucción! Ah, quiere decir: destruida por formar parte de Europa. ¿Destruida como lo están hoy Francia y Alemania? Pobrecitas.

El manifiesto proclama la confianza en nuestra nación; y revela una dolorosa falta de esa confianza. "Gran Bretaña puede ser una nación influyente y admirada", dice. ¿Qué quiere decir con puede ser? Gran Bretaña es un país influyente y admirado, excepto cuando produce documentos como éste.

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Como era predecible, saca a relucir ese antiguo testaferro que es el "superestado federal europeo", para el cual la única alternativa -según se supone que debemos de creer- es una Gran Bretaña que se gobierne a sí misma en "una Europa de naciones que se integren en diferentes combinaciones para diferentes propósitos y en diferente medida". Esto, explica utilizando curiosamente una expresión del Nuevo Laborismo, sería una "Europa red". Casi todas sus propuestas concretas son negativas: tratan de lo que Gran Bretaña debería impedir que Europa siguiera haciéndonos, no de lo positivo que nosotros podríamos hacer en Europa. (Una excepción importante es que es firmemente partidario de la ampliación de la Unión Europea).

Pero también sugiere que podemos tener nuestro pastel y comérnoslo. "Sólo el ceder nuestro poder de gobernarnos a nosotros mismos", afirma, "nos empujaría al borde de Europa y al margen de los asuntos mundiales". Esto, en mi libro, o bien carece de honradez intelectual o es una clara estupidez. Respeto a cualquiera que diga que "conservar nuestras antiguas libertades y la soberanía del Parlamento de Westminster es más importante para mí que el objetivo del Foreign Office de sacar el máximo partido a nuestra influencia en Europa". Pero sostener que la forma de alejarse del borde de Europa es ponerse al borde de Europa no sería aceptado ni siquiera en el más degradado examen de lógica de una clase de repetidores.

Sugiere que Gran Bretaña se desliza hacia el desastre porque "estamos siendo guiados por las creencias de una elite pequeña pero poderosa" que nos ha introducido más en "Europa". Bien, hasta ahora los tres grandes pasos que hemos dado hacia Europa han sido la adhesión a las Comunidades Europeas, con el primer ministro conservador Edward Heath; el Acta Única Europea, con la primera ministra conservadora Margaret Thatcher, y el Tratado de Maastricht, con el primer ministro conservador John Major. Por tanto, esta "pequeña pero poderosa elite" a la que ataca el Partido Conservador actual debe de ser -o al menos incluye- al Partido Conservador de ayer.

Pero la cuestión es, por supuesto, el populismo. Es el llamamiento al pueblo ("el sentido común de la corriente general mayoritaria") contra "una pequeña minoría políticamente correcta" y un gobierno que "no tiene otro objetivo claro que ganar las elecciones". ¿Y cuál es el objetivo de este llamamiento? Ciertamente, no el de influir en el desarrollo de Europa, donde será contraproducente, sino, en efecto, el de ganar unas elecciones. Por tanto, puede que nuestro antiguo conocido no esté borracho, después de todo. Simplemente es un cínico. (Y el cuello de la camisa deshilachado no es un signo de dejadez, sino una simple muestra de lo que pasa cuando se beben siete litros de cerveza al día).

Nada de esto, por si se lo preguntaban, pretende en ningún momento dar a entender que el Gobierno sepa qué está haciendo en Europa. Desde luego no lo sabe. Gran Bretaña -nuestra elite, la nación política al completo- no sabe lo que está haciendo allí. (¿O es "aquí"? Ésa es una de las cosas que no sabemos). Y tampoco pretendo sugerir que no haya nada malo en la Europa que Francia y Alemania han construido. Tiene muchas cosas malas. Por eso se ha planteado un gran debate en toda Europa para intentar encontrar una vía hacia delante que no conduzca ni a un superestado napoleónico ni a una mera mezcolanza de naciones.

Podrían decir que soy ingenuo. Uno no debería esperar una seria contribución a ese debate en un manifiesto preelectoral: "Después de todo, así es la política". Sí, pero esto es un tipo de política especial. Creer en Gran Bretaña acentúa la importancia de nuestros vínculos con Estados Unidos. Absolutamente cierto: Norteamérica es tan vital para nosotros como Europa. ¿Pero por qué, entonces, nos apartan tanto nuestros conservadores del tipo de conservadurismo incluyente e internacionalista que sus homólogos estadounidenses propugnan en su actual campaña electoral?

La última ironía es que -quizá no tanto en su contenido, pero sí ciertamente en su música ambiental y en su populismo retórico- este folleto farfullero está más cercano al espíritu de la Austria de Jörg Haider que al Estados Unidos de George Bush.

Thimoty Garton Ash es periodista e historiador británico, autor de Historia del presente.

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