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El viaje posible JOSEP MARIA MONTANER

Podemos considerar que dominan dos tendencias en la actividad de los viajes. Por una parte, la del turismo masivo e industrializado, que se basa en el reconocimiento, en un viaje a lo ya pre-visto. Éste puede ser tanto un turismo local, que busca confirmar las señas de identidad, como el tipo de turismo más predominante, que se basa en la colonización, en la voluntad de comprobar que todo el mundo es igual, de corroborar la macdonalización del planeta. Es el viaje de los turistas que buscan lo mismo y siguen la ruta de los no-lugares: aeropuertos, aviones, cadenas hoteleras, tiendas de marca, restaurantes de franquicia, playas estereotipadas, áreas y parques temáticos. Un turismo de masas que quiere vivir lo que ya ha sido anunciado en la publicidad y en los folletos de las agencias y que desea encontrar solamente aquello que ya esperaba encontrar, en unos sitios en los que la historia se ha convertido en una puesta en escena.Por otra parte, pervive el sentido primigenio del viaje entendido como el esfuerzo para vivir la experiencia del otro, de las diferencias y del intercambio de culturas, siguiendo la aventura que lleva hacia la comprensión de los inicios, el conocimiento de la diversidad y la aproximación a la sabiduría.

A pesar de que Marc Augé señaló en su libro El viaje imposible (1997) que este tipo de viaje auténtico ya es irrealizable en un mundo globalizado y tematizado, el viaje como aprendizaje, experiencia y conocimiento de otras culturas aún es y ha de ser posible. Y no sólo esto, sino que el mismo turismo de masas no tiene otra opción que evolucionar, ya que el sector turístico no puede continuar siendo otro sector depredador. ¿Por qué? Sencillamente porque la esencia de la atracción turística de cada lugar se basa en la calidad del patrimonio cultural y ambiental. Pero mientras la lógica del turismo de masas es de tiempos cortos y se planifica por temporadas para ofrecer un producto de consumo inmediato, la lógica del patrimonio colectivo es la de las cualidades obtenidas en largos ciclos de formación, creatividad, acumulación y cuidado; no se basa en el consumo sino en el conocimiento. Las ciudades, sus monumentos y sus museos, las playas y el paisaje humanizado, los parques, las reservas naturales y el patrimonio agrario, todo ello es un resultado del esfuerzo humano y de la acción de la naturaleza durante muchos años. Además, si el patrimonio se va diluyendo con el consumo y la homogeneización, van desapareciendo las diferencias que caracterizan y hacen atractivo al turismo cada lugar y, en el extremo, si todo el mundo es igual, ni el turismo de masas va a tener sentido.

Para conciliar el instinto consumista del turismo de masas con el patrimonio que lo sustenta pero que se va desgastando, no hay otra alternativa que seguir mecanismos como los que se está preparando el Gobierno balear para ponerlos en marcha en 2001: las ecotasas, un concepto que debería aplicarse al medio ambiente en su sentido más amplio; pagar los costes de contaminación y de reposición de los recursos naturales pero también mantener la calidad del entorno artificial en el que vivimos: ciudades, monumentos y patrimonio conservado en los museos, reservas naturales y zonas costeras. Unas tasas que no sólo se han de aplicar a los hoteleros sino a todos los sectores que se benefician del turismo y a todos aquellos productores y consumidores que con su actividad deterioran el medio, como los automovilistas sin eficiencia energética de su vehículo, los procesos industriales y de generación de energía que emiten CO2 y otros gases de efecto invernadero, las actividades que producen residuos, las promociones inmobiliarias que deterioran el patrimonio arquitectónico o los casos de despilfarro de energía y de agua.

De todo ello debería aprender el Gobierno catalán: unas tasas sobre el turismo que viaja a nuestras ciudades y paisajes para que sea invertido precisamente en recuperar dicho patrimonio: mejorar la calidad de las playas y reforestar los bosques quemados, ampliar las áreas de preservación de la naturaleza, restaurar el patrimonio agrario -cabañas, molinos, pozos, márgenes de piedra-, el patrimonio arquitectónico -no sólo el modernismo sino también la arquitectura moderna- y el patrimonio industrial -colonias industriales, fábricas e infraestructuras-. Es cierto que no es posible conservarlo todo, pero es absurdo que se dilapide sin ningún debate público un patrimonio colectivo escaso que ha costado décadas conservar. Además, existen miles de posibilidades para reciclar en nuevos usos antiguas infraestructuras y para realizar obras radicalmente modernas e innovadores sobre el soporte de preexistencias históricas.

Una política de establecimiento de ecotasas y de inversión de dichos recursos en el mantenimiento y mejora de la calidad de este medio ambiente y de este patrimonio que ha sido el que ha atraído a los turistas requiere lógicamente la voluntad y el esfuerzo de coordinación entre distintas consejerías y administraciones. Y esto sabemos que en una sociedad burocratizada y compartimentada no es fácil. El viaje, de todas maneras, ha de ser posible. Otra cosa es que los políticos de la Generalitat sean capaces de hacerlo o, incluso, estén realmente interesados en ello.

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