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Tribuna
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Fiestas

Los madrileños ya vamos chorreando. No vamos en sentido estricto, sino que venimos. La ida fue el 1 de agosto, y el 15, con aquellas tremebundas salidas, las carreteras repletas de coches, las costas con riesgo de verse desbordadas por la riada humana.La vuelta, si intensa, es más espaciada. Los madrileños chorrean según la prudencia les dicta -escalonadamente diría un experto- o según se les vacía la cartera. Anticipar el regreso a veces es perentorio pues no queda ni para aceite, y en cualquier caso supone un ahorro necesario ante la reapertura del curso.

El ahorro puede valer, asimismo, para rematar el veraneo con las fiestas de la Comunidad. Muchas se están celebrando, otras ultiman preparativos y en la mayoría hay festejos taurinos, a los que acuden prestigiosas ganaderías, afamados diestros.

La sabiduría popular proclama que si no hay toros no valen las fiestas. Cuando llegó la democracia a España, algunos eruditos a la violeta y los intelectuales de café (sólo fachada, expertos en trepas, serrín por dentro) auguraban que las libertades ideológicas y las nuevas corrientes de la modernidad erradicarían del país la fiesta de toros. Y se encontraron con la sorpresa de que, ya en pleno ejercicio las libertades, lejos de desaparecer, los valores de la fiesta y su popularidad quedaban consolidados.

Las fiestas patronales constituyen excelente excusa para celebrar el venturoso tiempo de cosechas, el término de las faenas agrícolas, y se hace organizando ferias que incluyan toros. He aquí un florilegio de las que traen el fin del verano y el comienzo del otoño en la Comunidad madrileña:

Colmenar Viejo, tierra de toros y de grandes aficionados. San Sebastián de los Reyes, gran urbe en crecimiento que se levanta sobre el valle del Jarama, emblemático río taurino. Y en su misma vega, Arganda del Rey, que programa la más enjundiosa feria de novilladas de la temporada. Alcalá de Henares, cuna de Cervantes y del Arcipreste de Hita, que es como decir de la literatura y del pensamiento. Villarejo de Salvanés, corazón de la que llaman Alcarria madrileña, antigua sede de la Encomienda Mayor de la Orden de Santiago. Y Aranjuez, con su Motín, donde gentes del pueblo representan estampas goyescas por el redondel del histórico coso taurino, antes de que empiece la corrida ferial. Algete, cada vez más urbano, aunque conserva con orgullo sus vestigios musulmanes, anuncia asimismo toros y feria. Valdemoro, industrial y populoso, ciudad dormitorio como la dicha Algete y tantas otras circunvecinas de Madrid, también conocido por la sede de guardias jóvenes Duque de Ahumada. Cadalso de los Vidrios, que se extiende en uno de los parajes umbrosos más bonitos de la Comunidad y anuncia para mediados de mes una de las más atractivas ferias taurinas.

Próxima a Cadalso, sobre el río Alberche y cerca del embalse de San Juan, San Martín de Valdeiglesias, visible desde puntos muy distantes de la comarca, pues se eleva en un montículo en el que destaca su castillo de La Coracera. Su feria anuncia figuras y acuden numerosos aficionados de la Comunidad. Y no le va a la zaga Galapagar, cuyo término surca el río Guadarrama, si bien es forzoso señalar -pues de toros se trata- que aquí nacieron dos figuras señeras de la tauromaquia: el ganadero Victorino Martín y el matador José Tomás, si bien aficionados y críticos afirman de éste que pertenece a otra galaxia.

Móstoles, escenario del famoso bando del alcalde Andrés Torrejón y de la sublevación del 2 de mayo de 1808 contra la francesada, es hoy ciudad altamente industrializada, segunda por censo de población de la Comunidad madrileña, donde se armonizan la historia y la modernidad y para las fiestas septembrinas dan toros, como debe ser. Y de tal guisa en la Comunidad entera, unas poblaciones con coso de fábrica o portátil, otras cerrando por unos días la plaza del Ayuntamiento. Entre otras, Navas del Rey, a la puerta de los pantanos y en medio de hermosos pinares, que de momento vive su semana cultural, y su gymkana infantil, tanto lúdica como solidaria.

Todas estas fiestas, y más, aguardan a los madrileños que van chorreando. Da gozo verlos llegar conduciendo por la carretera, morenazos, el codo apoyado en la ventanilla para que luzca el bronce. Con dos duchas se les quitará el moreno; pero no porque no se las dieran antes y vengan sucios, sino porque el agua de Madrid, deliciosa por dentro, por fuera bruñe la piel y la deja de un impoluto que, la verdad, da asco.

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